lunes, 6 de agosto de 2018

Querida Milagros:





Te escucho llorar como la lluvia de noviembre, suave, pero sin parar. No llores. O sí, llora nena. Deja correr la histeria, las paranoias, a la ciudad de la furia y deja sembrada allí la semilla negra. Y así podrás oler el espíritu adolescente. Enamorada de la moda juvenil, recuerdas el aroma a humo mojado, húmedo, después de fumar en el agua, empapada. Ese maldito duende ha provocado que te arrastres como un muerto viviente. Pero ya basta. Es tu vida. Has perdido tu religión, tus creencias, tu color preferido, el rosa. Y te sientes entre dos tierras, a punto de partir de viaje, a vivir en Marte, sin documentos. A quien le importa lo que hagas, lo que digas, lo que pienses. Son maneras de vivir. Eres así. Y nada más importa. Desconfías de las promesas porque no valen nada. Aún así ha sido una dulce condena de diecinueve días y quinientas noches. Noches de rock and roll star, bailando. Y de nuevo a ese Cadillac solitario. Querida Milagros, pareces una estatua del jardín botánico. La negra flor. Sube a ese avión plateado. Piensa que la locura es transitoria. Y que el espectáculo debe continuar.