lunes, 29 de agosto de 2016

Espejismos contrastados

Y nuevamente, reto en Fuentetaja, con el concurso "Historias de viajes".

Participo con este relato "Espejismos contrastados", recordando un precioso viaje que realicé con una buena amiga y que atesoro como algo especial que hicimos juntas, además de la maravillosa experiencia de estar en medio de la nada y sentir que todo estaba allí presente. Una sensación casi indescriptible, que he tratado de plasmar en este relato.

Para verlo en la web de Fuentetaja:




Y aquí el texto:

Siempre he oído que el desierto es un lugar único, una tierra de contrastes, donde el cielo y la tierra parecen unirse en una comunión de espacios, dejando apenas un pequeño resquicio en el que permitir a la raza humana contemplar esa fusión y tocar el cielo con las propias manos.
No sé si esta definición la leí en algún lugar, la escuché de alguien o sencillamente la compuse en mi memoria tras mi fugaz contacto con una tierra desértica. Tampoco sé si todos los desiertos tienen esa característica, si se pueden definir con la misma norma, o si esta definición es válida para todos los transeúntes que van a descubrir esa porción del mapa, inhóspita, inmensa, ígnea, con sus montículos de arena y sus oasis. Lo que sé es que tras mi roce con ese lugar, mi vida cambió su mirada y todo, después de aquello, semejaba una nimiedad.

El lance empezó un día en el que una amiga y yo decidimos irnos juntas de aventura. No queríamos un viaje normal, si es que podemos llamar normal a cualquier viaje que hubiésemos hecho juntas, queríamos algo diferente, así que nos decidimos por Túnez, un país tranquilo, un circuito en autobús, con guía, donde poder visitar varias ciudades y entre ellas, descubrir ese lugar mágico, el desierto.
Un desafío para dos mujeres que juntas se podían comer el mundo, que juntas tenían una fuerza inexpugnable para hacer aquello que se propusieran. Juntas, tomaron ese avión hacia otro continente, África, y tras unas dos horas de vuelo en las que concluimos que el piloto aceleraba compitiendo con el tiempo para ganarle la carrera, circulando por caminos indefinidos con baches aéreos traducidos en sobresaltos, llegamos al destino anhelado. Pisamos tierra firme y nos aferramos a un asfalto humeante, que iba desprendiendo un olor que nos acompañaría durante toda la peregrinación.
La odisea tuvo comienzo en la capital, donde pudimos visitar las zonas más significativas entre las que destacan sus zocos, lugares con vida propia que conquistan a los viajeros, los atraen hacia los trasfondos de minúsculos receptáculos que albergan en su interior mil maravillas. Y en un despliegue de colores y tamaños te presentan ante los ojos los más surtidos artículos, dejándote con una mirada atónita que permanece intacta a cada paso que das.
El recorrido seguía su curso previsto. El itinerario se iba completando, ciudad tras ciudad, visita tras visita, primero por el norte, zona costera, con sus casitas blancas aderezadas con trazos azules, como fiel reflejo de un mar cercano, afable, una zona sin imprevistos, lugares pintorescos donde se empezaba a vislumbrar una forma de vida diferente, relajada, humilde, que no se dejó ver al desnudo hasta adentrarnos en las profundidades del país, dirección al sur, con sus pequeñas y distantes ciudades entre sí, donde pudimos convivir con la escasez de oportunidades combinadas con aromas surgidos de las entrañas de la tierra.
Nuestros cinco sentidos acudían a su sede central, en reuniones convocadas por la urgente necesidad nutricional, para decidir si ingeríamos los alimentos que nuestra vista y olfato hubiesen descartado sin más preámbulos, y que ni el tacto ni el oído eran capaces de discernir, y el gusto, apremiado por ocupar el volumen estomacal colmando un vacío temeroso, se arriesgaba a devorar los suculentos platos que nos presentaban tras haber visitado mercados plagados de efluvios mortales. Un sexto sentido acudía entonces y nos infundía una gran dosis de confianza invitándonos a saborear aquellos guisos, minimizando los aspectos visuales y olfativos grabados en nuestra memoria, dejando una anécdota anotada en el cuaderno de bitácora y permitiendo que cada bocado nos embargara de una placentera sensación gustativa, y entonces, melodiosamente podíamos tocar con nuestros ojos y escuchar a través de los aromas, lo que nuestro paladar saboreaba con delicadeza y deleite.
Saciados los más primitivos deseos, fuimos en busca de nuevas experiencias, que nos llevaron a probar elixires hipnóticos. Infusiones de té con hierbabuena o piñones, con sus vapores olfativos, nos alentaban a un movimiento de caderas al son de una música árabe culminando en una danza sensorial; licores resultantes de la destilación de dátiles suscitaban movimientos para perderse en un baile cadencioso tras las notas musicales endulzadas con pasión. Y tras las pócimas, la seducción del humo afrutado deambulando por los recipientes que albergaban las hebras aromatizadas aspirando salir por la boquilla desde los lugares más recónditos del cuerpo, propulsados en bocanadas, conquistaron nuestras pretensiones.
Y así, embriagadas de sabores y olores, nos imbuimos de esa tierra y de sus placeres, elevándonos al éxtasis en esa última estación austral, después de atravesar un lago de sal cristalina que penetró a través de los poros de nuestra piel provocando una limpieza por ósmosis.
Se despliega ante nosotras una inmensidad de corpúsculos de arena unidos, formando pequeñas acumulaciones aquí y allá, fluyendo según la necesidad de adhesión de cada momento. El día, regido por un sol ardiente, que nos arrojaba temperaturas cercanas a los cincuenta grados, nos condujo por caminos etéreos, a bordo de un todoterreno, a una montaña tectónica que albergaba un oasis en su interior paliando así los efectos flagrantes del calor.
Un camello se arrodilló ante mí exhortándome a subir en su joroba, desde la que le arengué mediante largas frases de agradecimiento, el permitirme subir a esa atalaya y poder admirar el esplendor que surgía de lanzar rayos de luz candentes sobre esos minúsculos granos que escondían algún tesoro que emergía como una efigie, asegurando ser un espejismo.
Y el sol fue dejándose mecer y acunar arrollado entre las dunas lejanas, cambiando su amarillo por un rojo intenso que paulatinamente, dejó asomar cuerpos y astros celestes, que resplandecieron sobre el negro de la noche. Fue entonces cuando pude sentir la conexión del cielo con la tierra, tocar las estrellas con un simple gesto manual y entrar en comunicación con otra dimensión, instantes que dejaron una huella indeleble en mis registros semánticos, formando mi propia definición de aquel lugar árido, el desierto.
¿O fue todo un espejismo?
TÚNEZ.

viernes, 26 de agosto de 2016

Camino sin retorno

Un impulso la llevó a caminar sin rumbo, sin saber a dónde se dirigía, ni para qué. Algo la guiaba colocando sus pies por caminos, calles, campos y otros lugares por los que jamás había transitado y sus pasos se iban sucediendo uno tras otro. Sin mapas, pero con plena confianza en su instinto, llegó a un pueblo donde encontró una casa ante la que se detuvo sin más. Sacó una llave de su bolsillo, la colocó en la cerradura de la gran puerta que tenía ante sus ojos, la giró y la puerta se abrió. No supo cuánto tiempo pasó, tal vez un día, una hora, un segundo y, de pronto, lo vio todo claro. En la pared frente a ella, había un gran cuadro, una obra de arte que le mostraba su propio retrato. El pincel la dibujó desnuda, sin nada que pudiera interponerse en el camino de su mirada, que por fin pudo sostener ante sus ojos, sin desviarla hacia otros lugares, y vio su propia belleza más allá de esas líneas y trazos que la dibujaban.

Últimamente no paro de dar vueltas y vueltas, y cuando escribo, algo me lleva a reflejar esos giros en mis escritos. 

No se cual es el objetivo de tanto giro. Un círculo, una rueda, una noria. Tiendo a pensar que existe una necesidad de repetir ciertas historias hasta lograr integrar el conocimiento que nos viene a enseñar. ¿Todo tiene un propósito? Yo creo que sí. 

En un camino sin retorno mi pretensión es llegar a ese momento en que comprendes todo, en que un instante fugaz te muestra el por qué de todo tu recorrido caminado, con sus pasos en senderos y en montañas, incluso cuando has estado a punto de caer por un precipicio y, de repente, con tu perseverancia, caminando sin parar, siguiendo los impulsos del corazón, llegas a ese punto en la circunferencia, ese punto de no retorno, una fracción de tiempo que cambia el curso de tu vida, porque la toma de conciencia que obtienes al mirarte, al reconocerte, al verte tal como eres, sin rodeos, marca otro punto de partida desde donde recomenzar tu propia vida. Lo he llamado belleza. No encontraba ninguna otra palabra para definir la inmensidad del propio ser, desnudo de mentiras, con sus imperfecciones, componiendo un todo que encaja perfectamente en una obra de arte. Un cuadro, una escultura, un reflejo en un espejo, un relato, una pieza musical, ese todo se muestra de cualquier forma en que puedas apreciarte. Y si llegas a eso, a ver lo que hay detrás de unas líneas y contornos que limitan tu existencia, entonces, sólo entonces, sabrás quién eres y la perfección que te compone, y no habrá vuelta atrás posible.

Mientras, sigue caminando hacia donde te lleve tu corazón. Camina sin mirar atrás. Camina con la seguridad de que en cualquier momento podrás ver esa belleza que te inunda y comenzará la sincronía que se corresponde a esa perfección. Tienes la llave. Cuando encuentres la cerradura, sabrás que es ahí justo donde tienes que utilizarla.




Juego de miradas

El otro día vi una foto de alguien que me inspiró este pequeño relato.



Contemplo esta tierra de contrastes que me impregna de una belleza magnánima y me sumerge en un abismo de tonalidades. Aquí, sentado sobre una tela, sostenido por esa mirada que se aleja hacia el infinito, descalzo de pensamientos, el tiempo parece congelarse bajo este sol candente. Podría perderme para siempre en esta porción de espacio perpetuo que, sin prólogo, escribe un capítulo de mi existencia. Letras que penetran como huellas indelebles a través de mis ojos, en una entrega recíproca, en un juego de miradas.

Podría ser una mirada cualquiera, pero no lo es, es una mirada intensa, de esas que cuando las dejas perderse en el espacio y el tiempo, te devuelve una historia. Te deja unas huellas, que pasan a formar parte de ti inexorablemente. Y si transformas esas sensaciones en palabras, compones un relato, una entrada de un blog, o llenan un pedazo de papel que, tras recibir unos impulsos a punta de lápiz o tinta, vuelan hacia otros ojos que permitan esa interacción recíproca, compartiendo improntas que refuerzan los hilos que nos unen, y quedamos tejidos en esa red invisible sin remedio.

Y es que un juego de miradas puede dar para mucho. Observando una mirada puedes ver el infinito a través de tu propio reflejo en ese espejo compuesto por pupila e iris, y que, surcando en sus entresijos vamos encontrando esa inmensidad concentrada en un punto, al final del recorrido, en las profundidades del universo.

Una admiradora de miradas bellas.





domingo, 21 de agosto de 2016

Intentos poéticos

Y llega el momento en que se me presenta un reto poético. Es otra manera de decir las cosas que encierra otro mundo musical, unas simetrías, rimas, métrica, un orden. Y con mi lema de caminante, camino hacia ese orden poético. 

Un canto a la luna. Astro de belleza singular, que tantas noches ilumina los caminos misteriosos de la oscuridad, y te muestra un sendero hacia tus sueños. Y otro canto a la parte opuesta, a esa oscuridad que nos ofrece la noche y todos los secretos que podemos encontrar si nos adentramos en sus profundidades, si nos dejamos envolver y nos sumergimos en un gran sueño. Todo sucede en ese intervalo de tiempo lleno de incógnitas. La noche está ahí para regalarnos su refugio en ese espacio de tiempo oscuro que invita a la introspección, al sueño, y la luna, nos entrega su luz, como una indicación en un camino, una pequeña claridad dentro de esa inmensa oscuridad. Luna y noche, perfectamente compenetradas. 

Caricia nocturna

Esa luz, tenue y brillante que desprendes
Acaricia la noche, y yo, sigo tu rastro                
Alzo la mirada, te encuentro tras los árboles
Te observo, espléndida, cual bello astro
Suena una melodía, canción de cuna  
Entre notas musicales, me impregno de ti
Ave nocturna, vuelas, inquieta luna
Me duermo con tu mirada, soy parte de ti
Mil formas adoptas, redonda, fina, creces, menguas,
Y siempre me acompañas, luna nueva, luna llena.


Los secretos de la noche

La noche, inexpugnable, ha dejado caer el telón
La entrega pródiga de la obra de hoy ha finalizado.
El último rayo de luz ha sido sutilmente anihilado
Y la oscuridad, con sus suntuosos pasos y tesón,
Me envuelve sutil en un sempiterno abrazo,
Y en lógica ilación, caigo en una seducción afable,
Sumergida en un ritual consagrado e inescrutable,
Queda dibujada una efigie de un solo trazo.
Noche oscura, con tus misteriosos silencios, retos
Dame tu fuerza, muéstrame como llegar a tus secretos.


jueves, 18 de agosto de 2016

Microsensaciones al alba

Al despertar puedes encontrarte tantas emociones como recorridos hayas hecho a través de los sueños. Otras veces, esas huellas que alguien te ha dejado te hacen recordar situaciones que, inevitablemente, van contigo, imborrables. Son instantes que tus células te muestran, con intenciones desconocidas, pero con un propósito, quizá inconsciente, que hay que descubrir.


Huellas en la piel


Abro ligeramente los ojos. No estás. Una suave brisa me trae tu aroma, y me recuerda los días que, juntos, nos despertábamos en un abrazo, entrelazados, confundiendo nuestros cuerpos en una sola figura. Hoy también amanece, sin ti. Tu aroma sigue aquí acariciándome al alba, cuando cierro los ojos. Amanece y permanezco dormida, porque sé que si abro los ojos, te irás. 

Abro los ojos, te dejo ir... aunque siempre estarás conmigo en mis recuerdos, a través de tus huellas en mi piel.

Gracias por formar parte de mi vida, de una manera u otra.



Explorando el territorio de la sensualidad

Entre tema y tema, me veo retada a escribir sobre placeres sensuales, situaciones de éstas que provocan irremediablemente una subida de temperatura y una recreación de imágenes mentales que te transportan a viajes eróticos, de esos que sabes que son terrenales porque sólo aquí se experimentan, pero que te elevan a otras dimensiones.

Y con este microrrelato viajé a estos terrenos placenteros:

Imaginándote


Traspaso tu ropa con mi mirada. Imagino tu cuerpo, desnudo, perfectamente dibujado sobre la cama. Tus piernas ligeramente entreabiertas me invitan a entrar en tus recovecos. Me acerco. Mi boca se dirige a tus senos, rozo tus pezones, se endurecen. Encajo mis manos en tus curvas perfectas. Tus nalgas redondas, tu piel, tu olor, me transportan. Me llevo tus aromas en esa mirada.


La imaginación hace posible cualquier realidad...




Mensaje sin palabras

En mis incursiones por los entresijos de los microrrelatos di con Diversidad Literaria, que con su amplio abanico de temas, me hizo diversificar mis ideas hacia otros confines. En este caso, sobre la primavera. Y con este microrrelato participé:

Un día la vi. Me encontré con sus ojos, esa mirada profunda, fija y penetrante, me relató una historia sin palabras. Una flor en su mano. La olió. Cerró los ojos para impregnarse de todo su aroma, y, al abrirlos, una suave brisa la desdibujó, dejando un pequeño rastro de aquel instante. Una flor marchita, sin fragancia, sin vida, difuminada en el paisaje, anunciaba el final de la primavera.

Y me sorprende la cantidad de situaciones que un mismo tema puede generar. Yo misma, hice varios relatos, cada uno, con la primavera implícita, y sobre circunstancias totalmente distintas, y curiosamente, en breves intervalos de tiempo. Lo que me muestra la gran cantidad de cosas que tenemos dentro, preparadas, dispuestas para salir a través de la mina de un lápiz hacia un papel cualquiera y plasmarse ahí para siempre, dondequiera que vaya a desembocar ese papel. Quizá vaya dirigido a una persona que ni conozca. Quizá simplemente sea un mensaje que yo misma tengo que leer en ese papel y de otra manera no reconocería. Hay tantas posibilidades como situaciones en el mundo. Ahora, este papel está aquí, en mi blog, lanzado a la virtualidad, al acceso de quien quiera navegar por mi entramado de páginas en red, sin espacio, sin tiempo, sin un lugar fijo, y al mismo tiempo ocupando todos los potenciales lugares.

La primavera, estación templada, llena de color, también tiene su fin y comienza un nuevo ciclo. La flor, protagonista de mi relato a través de una mujer, ha entregado todo su ser y su amor y ahora se dispone a integrarse nuevamente en el ciclo de la vida, a través de la muerte.

Firmado:
Una flor.


domingo, 14 de agosto de 2016

CON EL FRÍO - Alberto Torres Blandina



Invierno 2015: Cae en mis manos un heraldo hibernal en forma de libro, cuyo título no hace más que predisponerme a leer y sumergirme en esas páginas bajo el rótulo "CON EL FRÍO". Invierno, con el frío, qué mejor que adentrarse en los laberintos gélidos, ir a la esencia de esta estación de las manos de un autor desconocido para mí. El libro ha empezado a recorrer su propio camino, pasando de unas manos a otras, entre los integrantes del club de lectura Edeta, hasta que ha llegado a las mías, previa petición, que lo abren con curiosidad.

Un escalofrío recorre mi cuerpo al tomar el libro y hacer una mínima mención de abrirlo. Aún así, no me detengo y sigo mi intuición. Traspaso el umbral de la portada y me sorprende un índice de puntos en un mapamundi, como una invitación a viajar a través de los ojos de Alberto, sí, ese desconocido tiene un nombre, Alberto, y unos apellidos, Torres Blandina, y es valenciano, y comienza su viaje justo en su ciudad natal, en Valencia, como punto de partida de esta aventura en dirección a algún lugar ignoto, y que geográficamente lo sitúa en Islandia. Hacia allí se dirige un barco con el nombre de "Esperanza", en una expedición que surge tras la inminente emigración de todos los animales del planeta en esa dirección, al Norte, y, tras cada paraje, la intervención de los tripulantes de la embarcación, nos irán desvelando secretos escondidos en sus propias interpretaciones de los acontecimientos. 

Atenas, Japón, Santiago de Chile, Estambul, Nairobi, Vancouver, algún lugar de Sicilia, Lasha, Barnako, Potosí, Dubai, Nueva York, Tanami Road, Luang Prabang, Asilah. Este es el orden establecido por Alberto, un orden que no sigue una lógica práctica, más bien se rige por un precepto musical, cuya melodía te va llevando a puntos álgidos mientras que otros te mantienen en ese estado de expectación hasta el siguiente.Y así, de la mano de Alberto, que también es músico y cantante, me dejo llevar por sus acordes textuales.

Valencia: Las protagonistas, una mujer de avanzada edad y su perrita, cansadas de vivir de acuerdo a normas y convencionalismos, deciden hacer las cosas a su manera. Bruna, la perrita, como todos los animales, siente la necesidad de dirigirse al Norte, al igual que el Esperanza, pero no puede caminar. Y Micaela, después de haberse pasado la vida ocultando sus deseos por no salirse de las normas, ya no quiere reprimirse más y se lanza en la ayuda de su gran amiga Bruna hacia el Norte, en busca de no sabe qué, pero con la confianza plena en que los animales, con su instinto natural, la llevarán al lugar correcto. Sabe que está haciendo lo adecuado, no le cabe la menor duda, y a pesar de la locura que transmite a quien se cruza en su camino, nada la detiene, al contrario, esa etiqueta disparatada la hace reafirmarse en su decisión.

En el Esperanza, los elegidos, navegando hacia ese frío glaciar, con miedo, incluso con plena convicción de ser una ofrenda al servicio del mundo para salvar la humanidad, y sin permiso propio para llorar, por aquello de no mostrar los sentimientos, sin opción de elegir si se quedan o si embarcan, cada cual con su propia justificación moral que lo ata a ese viaje sin garantías, van descubriendo entre ellos una fe oculta dentro de la fatalidad a la que aparentemente están destinados. Quizá como una metáfora de lo que podemos hacer en nuestra vida ante los retos que se nos van presentando. Una opción es negarlos, destruirlos, luchar contra ellos, y gastar todas nuestras energías en algo que tal vez se nos presenta como una oportunidad de cambio. Otra es acompañarlos, ayudarles y depositar nuestra confianza en ellos para poder extraer ese aprendizaje que nos servirá de guía en nuestro camino.

Nos trasladamos de un lugar a otro en el mapa, de manera sencilla. Alberto nos transporta a lugares y situación extremas, al borde de la desesperación, pendientes de un fino hilo a punto de romperse. Aparentemente las circunstancias son desfavorables, estamos inmersos en un absoluto caos, y solo quien arriesga y sube a bordo del Esperanza, hacia lo inexplorado, quizá, tal vez, a lo mejor, encuentra una respuesta. ¿Acaso importa? Creemos que necesitamos un final feliz, uno de esos que nos graban en el subconsciente desde niños con los cuentos de hadas. ¿Qué es un final feliz? Es más, ¿por que debe haber un final? ¿Qué importa si comes perdices o unas verduras a la plancha? Quizá cargamos de expectativas nuestra vida y por ello nos decepcionamos, en lugar de ir transitando cada lugar, con cada persona que nos encontremos, de una manera natural, sin pretender ser lo que no somos, porque al final, si es que llega, tendremos tal confusión que será mejor la extinción que desenmarañar todo ese entramado de mentiras que vamos forjando a cada paso. Mentiras por encubrir quien somos en realidad.

Sería difícil elegir una historia entre tantas. Todas están ahí por algo, formando un todo, y cada una es imprescindible en este compendio de narraciones que, a mi modo de ver, reflejan ese desorden en el que vivimos, que todos llevamos dentro, y que a través de diferentes culturas, situaciones, personas, religiones, podemos observar que, en esencia, todos somos una parte refleja de éstas. Me he visto como potencial madre encubriendo... como potencial esposa soportando... como potencial mujer violada... como nadie, como cualquiera, como un budista con plena confianza en que su meditación cambiará el mundo y como un condenado a muerte que adelanta su condena en un acto heroico a bordo del barco cuyo nombre no encaja con la realidad que vive. ¿O tal vez la realidad no existe?

Pero si realmente tuviese que elegir, como suele suceder en la vida, y entre tantas opciones quedarme con una historia, elijo Vancouver. 

Esperanza #11.

Imagine que este barco consigue atravesar la niebla, dice el viejo de lentes redondas que observa el horizonte atlántico desde la barandilla de proa. ¿Cree que, si tenemos la respuesta delante de nuestras narices, seremos capaces de reconocerla? Me pregunto si hemos formulado las preguntas necesarias. Porque la solución siempre está ahí. Delante de nuestras narices. No lo dude. Siempre. Esperando ser iluminada por la pregunta adecuada.

Y ahora rescato algunas frases del libro que tengo subrayadas. Después de esa caída imprevista en mis manos, no tuve más remedio que comprarlo y releerlo nuevamente. Me gusta anotar mis impresiones al margen, subrayar aquello que me resuena, y así, mis libros son un reflejo de mí misma. Igual que el autor pone el suyo en el libro y nos hace una entrega de sí mismo, yo a través de él, hago lo mismo, en esa recepción de mensajes, que a veces parecen estar en una sincronía fuera de toda casualidad, destaco y enmarco y anoto palabras que completan la obra para mí misma y para quien pueda leerla bajo el préstamo temporal de este ejemplar.

Sólo son algunos ejemplos... pondría más, porque a cada párrafo me surgía un mensaje, pero no pretendo desvelar lo que descubriréis en la lectura de este libro, sólo dejaros ese entrante que os abra el apetito.
  • Pero la verdad, en ocasiones, puede estar más cerca de una mentira que de la propia descripción objetiva de la verdad.
  • La única forma de avanzar es ir soltando lastre. Pensando en el conjunto más que en el individuo.
  • ¿Acaso el universo espera algo más de nosotros que nuevos hombres-hámster para empujar la rueda? Claro que no. Solo nuevos hombres que repitan los viejos gestos. Que giren una y otra vez alrededor de la pista de este circo absurdo.
  • Lo peor, dijo su abuelo, es que podemos encontrar justificación para cualquier atrocidad. La gente a tu alrededor comienza a convencerse de que vive en una  normalidad.... No importa la excusa. Importa que la gente, la gente normal, encuentra cómo justificar lo injustificable.
  • Solo el que conoce a su enemigo, como dice siempre el general Fu, el que es capaz de meterse en su piel, puede vencerlo.
  • Nos esforzamos toda la vida por ser nosotros mismos, por ser originales, por ser "auténticos". Y, con un poco de ingenuidad, hasta acabamos creyéndolo. Pero la distancia que nos separa es mínima. Tiende a cero. Solamente hay que observar cómo nuestras creaciones se repiten en un círculo absurdo.
  • Cada momento intenso de nuestra vida debería dejar una cicatriz en nuestro cuerpo, transformarnos también físicamente para que no haya engaños, para que las fotos nos alejen de aquel que fuimos una vez, para borrar la ilusión de continuidad que nos mantiene unidos a extraños con nuestro rostro, intentando agradarles, intentando apoyarles, convirtiéndonos en actores leyendo el papel de aquellos que escribieron, sin convicción, con dudas, con ganas de emerger de su piel, a golpes y arañazos, destrozándolos desde dentro para poder aspirar el aire, aspirar tu propio aire, aunque cada bocanada te rasgue la garganta o te queme las fosas nasales o contamine tu sangre hasta la parálisis y la muerte.

Para refrescarte este verano, para vislumbrar el invierno desde un otoño donde las hojas van cayendo como relatos, para adentrarte en ese invierno frío y sumergirte con él a bajas temperaturas, o para recordar que después del frío viene la primavera, con nuevas perspectivas. Cualquiera que sea la estación que elijas para leer Con el frío, es la estación correcta, porque nada sucede por casualidad y si este libro cae en tus manos, irremediablemente navegarás por todas sus páginas hacia un destino incierto. ¿Te atreves?



Nota:

Después de saborear y zamparme este libro, empiezo a indagar otras obras de Alberto y consigo un buen "empacho" pero de esos que te sacian y te quedas tan a gusto...

Ha sido mi descubrimiento del año.

En breve podréis leer mis reseñas sobre sus otras obras aquí en "El lápiz viajero"


Que disfrutéis del viaje "Con el frío".

viernes, 5 de agosto de 2016

Caminante se hace camino al andar

Elijo un camino, la escritura, y escribiendo lo iré transitando.

Es un camino desconocido y familiar al mismo tiempo, desde bien niña mis aliados han sido los lápices y los bolígrafos, plumas, tizas y cualquier objeto con el que ir trazando palabras y componiendo pequeñas piezas con algún pretexto o sin él.

A veces he dejado fluir los pensamientos libremente, sin orden, sin pretensiones, solo para liberar la acumulación de letras que van quedando por mi cuerpo y mi mente, y dejar espacio para nuevas ideas. Vaciarme para volverme a llenar y crear así un circuito.

Pocas veces he trazado un plan para escribir, un proyecto concreto, una investigación, aunque muchas veces me han venido a la mente, y las dejaba en un cajón, para después.

Hace poco, algo, no sé muy bien el qué, me ha removido por dentro y he ido tirando a la basura cosas que no me servían y en ese cajón, donde tenía algunos deseos guardados, encontré éste, el de escribir.

He dejado la entrada en borrador, para seguir luego. Abro un libro que estoy releyendo, "Niebla" de Unamuno, y me encuentro con esta frase:

"La vida es la única maestra de la vida; no hay pedagogía que valga. Sólo se aprende a vivir viviendo, y cada hombre tiene que recomenzar el aprendizaje de la vida de nuevo..."

Entonces se me confirma mi premisa, la del título, caminante se hace camino al andar, y la de mi camino en concreto, escritor, se hace camino escribiendo.

Todo se consigue con la práctica. A veces antes, a veces después, a veces mejor, otras peor, pero se consigue. Ahora, mi objetivo es practicar, escribir, de todas las formas que se me ocurran, improvisando y con un orden establecido, objetivo, o tema concreto, desarrollar todas las formas que encuentre en mis apuntes, y probar con tantas otras como se me ocurran. Hacer algún taller, aprender de aquellos que han dedicado gran parte de su vida a este objetivo, exprimirlos como unas naranjas y beber inmediatamente ese zumo, para que no pierda las vitaminas.

No se si hay una manera de aprender a escribir, no sé si hay una manera de escribir correcta. A veces surgen frases, párrafos, que cobran vida y se quedan dotados de una belleza que no admite reglas. No me gustan los esquemas, me gusta romperlos, hacer las cosas de otra manera, buscar otros caminos. Así que, en este camino tan transitado, donde parece que todo se haya contado ya, donde hay poco espacio para nuevos caminantes, vengo a contar cosas, no se cuales, sin orden, pasando pantallas como si de un vídeo juego se tratara, cada vez en un nivel más difícil, retos, motivación, siempre con ese pequeño gusano juguetón que acude a mí constantemente, ese que me recuerda mi enamoramiento, motivo principal por el que transito por aquí, por estos lugares llenos de gente con talento de la que pretendo absorber como una esponja lo que me quieran enseñar.

Con mi lápiz, y caminando, haremos un camino de letras, palabras, conexiones de significados, bifurcaciones, puentes, cualquier herramienta que nos permita llegar a la siguiente parte del camino, dejando la piezas que al unirlas formarán un todo, un puzzle, un cuadro, una imagen, yo misma, mediante entregas periódicas, suscripciones, que se irán entregando sin un orden establecido, sólo con el objetivo de compartirMe con todos los que queráis caminar algunos ratos junto a mí.



lunes, 1 de agosto de 2016

La gran competición

Con este relato quise transmitir una historia de trabajo junto con otras historias más que han ido conformando parte de mi vida... una historia real que me salió del alma.
Podéis leerla y ver las imágenes que la acompañan también en Fuentetaja:

https://clubdeescritura.com/convocatoria/historias-del-trabajo/leer/59303/la-gran-competicion/

Aquí os la dejo:

Son las diez de la noche. Ya han terminado el partido y los vestuarios están vacíos. Como cada noche, después de cenar, nos disponemos a entrar en el pabellón y recorrer todos los rincones, donde aún se respira el sudor de los deportistas que acaban de estar corriendo de un lado a otro, protegiendo un balón que intentarán colar en el cesto adecuado más veces que los que visten el color azul. Aquí vamos de rojo. Hoy éramos los rojos contra los azules, poniendo todo nuestro empeño en ganar, como siempre hacemos.

Hoy no lo hemos conseguido. Hoy nos vamos con el ánimo decaído y no tendremos muchas ganas de hablar al llegar a casa y nuestros hijos, mujer, o un vecino, nos pregunten qué tal ha ido. Pero la vida es así, unos pierden, otros ganan, y otros van después a ese lugar, lleno de victorias y de fracasos que inundan el ambiente de contradicción, y se disponen a hacer su trabajo. El marido, un hombre mayor, coge su gran herramienta y empieza el primero. Su mujer, de edad más bien madura, con arrugas en la cara, de esas que el tiempo y el sufrimiento dejan marcas, con otra más pequeña le sigue, y su nieta, que vive con ellos temporalmente, les acompaña con otra del mismo tamaño. La niña hace lo que puede. El palo es más grande que ella, pero la voluntad de ayudar a sus abuelos es lo que más le importa, y los sigue de cerca.

Esa niña, feliz, inconsciente de lo que la rodea, vive con sus abuelos mientras su madre acude al hospital al cuidado de su padre, que tras un accidente de coche, a la vuelta del trabajo, lo dejó tetrapléjico, sin poder mover ni un dedo. Un golpe, un instante, milésimas de segundo y toda una vida deshecha. Apenas le dio tiempo para pensar en algo antes del golpe, pero cuando volvió de su viaje espacial, que duró un mes, dentro de aquella sala de intensivos, lleno de tubos, en coma, su primer pensamiento fue para su pequeña niña. Esa niña, feliz, que ayuda a sus abuelos en las tareas nocturnas, no se da cuenta todavía de la gravedad del asunto. Sus padres, con la impotencia clavada en las entrañas, se resignan a un destino que les ha sido impuesto. No tienen otra alternativa más que dejarla con los abuelos confiando en que la vida podrá concederles al menos la felicidad de poder verla crecer y estar junto a ella.


Los abuelos, gente sencilla, de gran corazón, la acogen como una hija más, la cuidan y le dan todo el amor que les queda, después de haber criado a cinco hijos en condiciones precarias, de esas que suceden cuando hay una guerra en un país y debes abandonar a la familia y luchar por algo que no sabes muy bien qué es. El abuelo recuerda aquellos tiempos y le recorre un escalofrío cuando piensa en la bala que estuvo a punto de atravesar su cabeza y un pequeño gesto a tiempo hizo que solo le dejara sin parte de la oreja derecha, y con una sordera parcial que lo hacía girar la cabeza hacia el otro lado para oír mejor lo que le decían. Su mujer, como pudo, sola, fue criando a su primer hijo, y al regreso del marido continuaron agrandando la familia con todo el amor que rescataron en aquellos tiempos de escasez. Fueron tiempos difíciles y continuaron siéndolos durante toda la vida, y ya, en la madurez, estaban allí, en aquel pabellón deportivo, paseando sus escobas por el pavimento sudado, como cada noche, para poder compensar la cesión de la vivienda que les había prestado el ayuntamiento, a cambio del mantenimiento de las instalaciones deportivas de la ciudad.


La casa no estaba en buenas condiciones, pero se apañaban bien. Tenía un pequeño corral dentro, donde la abuela tenía algunas plantas y donde en verano, colocaban una piscina hinchable para que la nieta se divirtiera al sol. 


Dentro de aquella sencillez y a pesar de la situación complicada de los padres, la alegría acompañaba a la niña allá donde iba. Sus tíos la llevaban de excursión y le enseñaban a montar en bicicleta, cosa que su padre no podía hacer, pero no por ello se rindió, y a pesar de su incapacidad, dedicó todo su tiempo a enseñarle cosas, a hablar y jugar con ella y a enseñarle a ver la vida con entusiasmo e ilusión.


Sus abuelos, a edades de estar jubilados, después de haber sufrido una guerra, la pérdida de media oreja y sacar a la familia adelante con la cartilla de racionamiento, no tenían casa propia y podían sentirse afortunados al tener una casa cedida a cambio de trabajar todas las noches limpiando aquellas instalaciones. La escoba paseaba todos los rincones, y mientras el abuelo pasaba su gran paño por todo el suelo, la abuela limpiaba baños y vestuarios para que, al día siguiente, aquellos jóvenes que querían ganar el partido, pudieran ducharse tras la gran competición entre el rojo y el azul.


Por las mañanas, bien temprano, el abuelo acudía a una huerta que cultivaba con gran cariño, en un terreno también cedido. Todos los días traía algunas verduras para la comida y hierba para los conejos que criaban en otro corral contiguo a la casa. En esas edades en las que actualmente los jubilados se dedican a viajar, ellos, no hace tantos años, trabajaban para poder dormir bajo techo y alimentarse. Nunca se quejaron. Recuerdo que, yo, que era esa niña feliz e inconsciente, recibía de ellos esa sensación de paz. Eran felices no teniendo nada porque lo tenían todo. Barrían cada noche mientras contaban historias, compartían los cultivos del huerto con toda la familia y los domingos se reunían para comer juntos. Y eso era más importante que cualquier cosa que tuvieran que hacer cada noche, como limpiar unas instalaciones deportivas donde los rojos competían con los azules.