sábado, 31 de diciembre de 2016

Extrañezas (haiku)

Hoy te he echado de menos
Hubiera querido tenerte a mi lado
¿Como puedo echarte de menos si todavía no te conozco?

Página nueva

Tan solo una hora
es poco tiempo para saber de ti
en cambio parece que te conozca desde siempre
Una hora
Inicio mi página numero uno
De un año que empiezo soñando
Que dejo atrás muchas cosas
y comienzo tantas otras
Como siempre
Nuevos proyectos en mi mente
Que haré realidad
No te he visto todavía
Eres mi sueño
Apenas una hora
Unos pocos mensajes
Estás ahí, como un bicho raro (como yo)
Conversando con el universo
Pidiéndole que acorte la distancia y el tiempo
y entre tú y yo sólo haya cabida para un beso.

miércoles, 28 de diciembre de 2016

CONTRA LOS LOBOS Alberto Torres Blandina

revolución
Las cosas no son siempre como parecen. O no queremos mirarlas. O las vemos como nos conviene ¿tú que hubieras hecho?

¿Estamos ciegos o qué? ¿Es que no ves lo que le está haciendo? ¡Haz algo coño!

Nadie hacía nada. Solo mirar. Mirar cómo les pasa todo a los demás. Algunos de lejos. Otros de oídas. Otros por la tele. Otros ni siquiera así. Ni de cerca, ni de lejos. No miran. No escuchan. 

A ellos no les parecía bien y se revelaron. ¿Qué hay de malo en eso? Por lo menos alguien hace algo. Parece que tengamos que criticarlo todo. Nada nos parece bien.

Estamos adiestrados. Recuerdo las jaulas donde nos enseñaban a respetar las normas. Luego nos dejaron libres. Ya se encargaron de tenernos rodeados de señales para que no creyéramos que podíamos hacer lo que nos diera la gana.

Me dijo que hasta los libros eran sospechosos y que las ideas que se plasmaban allí no pretendían otra cosa que lavarnos el cerebro. Lobotomías sutiles, pensé yo.

Me sacó el tema de Hobbes. Yo no creo que seamos malos por naturaleza. Eso de que el hombre es un lobo para el hombre lo estuvimos discutiendo. Acabamos enfadados.

Da igual el tema. Siempre buscamos excusas para el enfrentamiento. Aunque hablemos de amor. Igual sería mejor que llegara el Ragnarök y el mundo se reseteara. Empezar de nuevo.

Eso, o mientras tanto, coger al destino por las pelotas.

volición
Te creíste poderoso. Capaz de cambiar el mundo. Pero estabas solo. Decidiste marcharte. Solo. Buscaste ese refugio escondido en el bosque. Te adentraste allí para no salir jamás. Ahora tuviste que hacerlo. El dolor. No puedes soportarlo. Hace muchos años que no vienes por aquí. Eres un extraño. Tus ropas están sucias. Un policía te ve. Te pide la documentación. No tienes. La dejaste atrás, con tu pasado. Te pregunta tu nombre. No contestas. Te lleva a comisaria. Serás interrogado hasta que logres despistarlos con tus poderes y escapes de allí. Para volver a tu hogar en el bosque, donde nadie sabe que existes. Donde has conseguido desarrollar tus sentidos, esos que no sirven para nada en el otro mundo, solo aquí. Te están buscando, lo sabes.

evolución
No sé si estoy despierto o soñando. Juraría que las cortinas no estaban corridas. ¿Quién anda ahí? Son esos animales otra vez, detrás de la puerta. No puedo salir de aquí. Estoy atrapado. Pero si estoy soñando… las cortinas. Tengo frío. Mucho frío. Háblame del niño. Vayamos a ese momento, al primer encuentro. Fíjate bien. Me acabo de levantar. Me estoy cepillando los dientes. Me miro en el espejo y ahí está. Apenas lo veo. Me giro inmediatamente y no lo veo. ¿Dónde está? Lo he visto, estoy seguro. Salgo. Voy hacia el salón. Los gatos. No. Era demasiado grande para ser la sombra de los gatos. Vuelvo. Me enjuago la boca. Otra vez. Ahora más rápido que antes. Salgo corriendo. No lo veo. Ese ruido me está volviendo loco. Son los animales. Otra vez. Están ahí.


Esos lobos se están comiendo. No. Si te fijas bien verás que le está dando de comer. Ese lobo viejo no puede masticar bien. Lo está alimentando. Es una teoría. La otra dice que uno se queda quieto mientras el otro hace de las suyas. Pero no está confirmado. Esos lobos quieren decirnos algo...


Todo comienza una noche de luna llena. Unos lobos. Unos aullidos. Salgo fuera. Miro hacia arriba y ya no recuerdo nada más.

Le dijo que tuviera cuidado. Que no era un libro corriente. Que era de esos que te abducen y no se sabe si vuelves en sí.

Yo tuve miedo. Después de oír aquello no me atreví a abrir ni una página.

Alguien la vio leerlo en el maletero de su coche y la fotografío. Colgó esas fotos en las redes sociales. Era una secuencia impactante. Había alguna expresión sobrecogedora. (os he conseguido esas fotos para que lo comprobéis con vuestros propios ojos)




Había unos símbolos que me indicaban el camino. Los fui siguiendo. A veces tuve miedo. Pero no podía dar marcha atrás. Una vez empecé a leer la primera frase, supe que no podría soltarlo de mis manos. Estas cosas me suceden. No con todos los libros, pero algunos tienen ese poder de dejarme los párpados en modo on, es decir, abiertos, vaya, que no hay manera de cerrarlos ni aún queriendo hasta zamparme todo el menú. Cinco platos. De primero un Valknut. Si. Como lo oyes. Te creíste que ya lo habías probado todo. Te equivocaste. Ahora que has saboreado la muerte, el dolor, la injusticia, prepárate para algo más. De segundo un ojo de Horus. Esto sí que no te lo esperabas. Algo de protección no viene nada mal. El tercer plato una cruz. La trinidad, la paz, la unión del cielo y la tierra, del padre, del hijo y del espíritu santo. El cuarto (ya debería estar saciada, pero quiero más) un trisquel, claro, el equilibrio. Cómo vamos a vivir sin equilibrio. En ese camino, buscando la perfección, el equilibrio es lo mas importante. Lo saboreo. Intento masticarlo bien, pero quiero el postre. El quinto elemento, el Shinto, la naturaleza divina, la esencia de todo. El final. Una explosión de placer. Un orgasmo. ¿Quién ha dicho que la literatura no es sexual? 

No sé si esto es una reseña. No trata de ser nada en cuestión. Solo trata de exponer fielmente lo que ocurre cuando lees este libro. Puedes creerlo o no. Si lo lees, puede que lo experimentes tú también. O no. Te genera inquietud, desasosiego. No te lo niego. Yo he sentido hasta asco en algún momento. Repelús. Frío. Y hasta hambre. (son unas cuantas horas de lectura, enganchada al libro, y metida en el maletero del coche, leyendo y gesticulando a la vez, tener hambre va a ser lo normal) Pero también he disfrutado mucho. Ya veo que estás pensando que soy masoca. Mira, piensa lo que te de la gana. No trato de convencerte ¿sabes? Tu te lo pierdes... O no. He intentado que esta "cosa" sea lo más fiel posible al libro. Es decir, sin intentar hacer spoiling. Vaya, sin destriparlo demasiado para que no pierda el efecto sorpresa.


¿Que aún no tienes regalo de Reyes? Pues este es un regalazo. Te lo digo yo. Bueno, yo me lo he comprado, porque paciencia no tengo mucha. Otras cosas tendré, pero paciencia, se la pido a Dios todos los días. Bueno, no es que crea en Dios, es un decir, por lo de la paciencia, digo. Que me estoy desviando del tema. Si te apetece algo diferente, impactante y bien escrito, ahí lo tienes. CONTRA LOS LOBOS. 

Y ahora en serio, también.

A disfrutarlo.









lunes, 26 de diciembre de 2016

Larvas mentales




Beatriz empezó a quitarse la ropa. Empezaré yo. Carlos no dejaba de mirarla, como si no hubiese visto nunca a una mujer desnuda. Es preciosa, se decía. ¿Me puedes desabrochar el sujetador? Y aquellas palabras resonaron en su mente sin dejarlo hacer nada. No voy a poder hacerlo. Cuando se decidió no pudo evitar que se pasara por su mente la última vez que hizo algo parecido. Tienes las manos heladas, no me toques, le había escupido Juana. No se atrevió a volverla a tocar. Ahora sus manos estaban heladas también, quizá más, pensó. Con mucho tacto, intentando no tocar a Beatriz, le desabrochó esa pieza de ropa interior, tan escasa de tela, se dijo, y tan sugerente. Tócame Carlos, rózame la piel, rescataba de sus deseos. Carlos no la rozó. No quiero pensar en ti Juana, peleaba con su mente. Se quedó con el sostén en las manos después de que los tirantes resbalaran por sus brazos. Tiene una espalda perfecta. Quiero tocarla, pero tengo las manos frías.  Pero Beatriz se dio la vuelta. Hace calor, comentó, pero él sentía correr por su cuerpo unos escalofríos que le ponían los pelos de punta. Sí, contestó, y comenzó a desvestirse con cierto pavor. La deseo tanto, no entiendo cómo me pasa esto. Juana, vete. Beatriz lo ayudó. Le quitó la camiseta. Le dejó el pelo alborotado. Esa melena revuelta me trae de cabeza. Y se acercó a su oído. Me encanta esa melena desordenada, esos pelos sobre tu cara. Carlos llevaba el pelo ligeramente largo, con algunas ondas. Recordó como Juana le incitaba a cortárselo siempre, pareces un adolescente rebelde, le refunfuñaba, ¿no ves que no te queda bien el pelo largo? Ahora, se permitía llevarlo como le gustaba, sin obedecer los mensajes que vagaban por su memoria. Beatriz le desabrochó el botón de sus pantalones. Tocó su barriga para hacerlo. Él encogió sutilmente esa zona al tacto de sus manos, están frías, murmuró, pero le gustó esa sensación. Ella continuó deslizando sus pantalones hasta que finalmente Carlos se quedó desnudo, con los calzoncillos puestos. Beatriz llevaba también las bragas. Las dos piezas que ocultan las zonas estratégicas que más tarde necesitarían a la vista. Beatriz se acercó, bésame, le pidió. Trajo a su memoria esos momentos en los que quería besar a Juana y ella le espetaba un ¿otra vez Carlos?, y lo dejaba con los labios besando el aire, déjame tranquila. Debo quitarme estos fantasmas de la cabeza, me voy a volver loco. Aprovecharé este momento que me parecía inalcanzable. Beatriz es una chica encantadora. No soy culpable de nada. Juana, no tengo la culpa. Déjame vivir en paz. Déjame vivir. Carlos se intentaba convencer de su inocencia. ¿Y si no lo conseguía nunca? Lo conseguiré. La tomó con sus manos por la cintura y acercó sus labios a ella, mientras le insinuaba con voz temblorosa, te deseo Beatriz, quiero hacerte el amor. Sus manos comenzaron un recorrido por el mapa de su piel. Otra vez se entrometió Juana en su cabeza con recuerdos de sus primeras veces, antes de que ocurriera aquello. No te lo perdonaré, le repetía una vez tras otra Juana, después del incidente. Él intentó compensarle todo el dolor que ella sentía, como si hubiese sido él el culpable. Lo siento, le decía siempre que tenía ocasión. No conseguí evitarlo, se martirizaba. Cuando la vio tendida sobre la cama, con los brazos caídos, supo que ya no podía hacer nada. Está muerta, es culpa mía. Esa imagen me persigue, se torturaba. Ahora, entre los brazos de Beatriz, que lo llamaban a fundirse con ella, pensaba en Juana. Abrió los ojos, empujó levemente su cuerpo que cayó hacia la cama e imaginó que era Juana, antes del suceso, cuando todo era perfecto, ven, vamos a jugar, le decía ella con su gran sonrisa dibujada y esa mirada pícara. ¿Quieres jugar? Preguntó Carlos. Y se lanzó sobre Beatriz, le quitó las bragas y le hizo el amor como nunca lo había hecho antes. Solo le falló un detalle, cuando sobre ella, le dijo, Juana, te amo.

lunes, 19 de diciembre de 2016

Mi primer amor



Estaban acabando las clases en el colegio. Yo tenía trece años. Durante los tres últimos años, tuve un profesor de ciencias muy guapo. Por el contrario, era un poco estricto, y si nos portábamos mal, nos lanzaba tizas a la cabeza. En alguna ocasión llego a lanzarnos algún limón. Nos preguntábamos para qué traía limones a clase. Yo, una vez, lo vi ponerse un poco de limón en la taza de té que solía tomar después del almuerzo. Un poco raro sí que era. El caso es que era muy guapo y simpático, si no lo hacíamos enfadar. A pesar de todo, a mí me gustaba ir a sus clases. Siempre nos contaba anécdotas divertidas y me lo pasaba muy bien. Era mi profesor preferido. Cuando acabó el curso hicimos una fiesta en el colegio. La graduación y esas cosas. Ese día conocí a mi primer novio. Había mucha gente en el colegio. Gente que no había visto nunca. Familiares de todos los que nos graduábamos aquel año. Me lo presentaron unas amigas. Lo habían conocido ese mismo día a través de una prima de una de ellas. Se llamaba Enrique. Era moreno, con los ojos casi negros y muy guapo. Me recordaba vagamente al profesor de ciencias. Estuvo conmigo toda la tarde, hablándome. Me contó que estaba terminando sus estudios y que trabajaba en un restaurante los fines de semana para ganar algo de dinero. Cuando me dijo su edad, me quedé atónita. Él tenía veintiuno. No fue un impedimento, al principio, para que surgiera el amor. Y cuando supe que era el hijo de Don Jesús, me quedé sin palabras. Sí, el hijo del profesor de ciencias. El parecido que observé no era coincidencia precisamente. Yo no sabía que Don Jesús tenía un hijo. No era de aquí, así que era más difícil coincidir en horas no lectivas con él. Sí que sabía, en cambio, que Doña Luisa tenía dos hijas. Doña Luisa nos daba matemáticas. Vivía en la misma ciudad y a veces la veíamos comprando en el mercado. Enrique y yo nos empezamos a ver con frecuencia. A escondidas. Mis padres no hubiesen aceptado una relación así. Al menos ahora. Los suyos tampoco. Yo era una menor de edad. Enamorada hasta las cejas. Él tenía una moto. Yo me subía con él en su Bultaco y nos íbamos toda la tarde juntos. Donde fuera. Solíamos ir a un parque, en otra ciudad, por aquello de ocultarnos. Teníamos un rincón con un banquito, rodeado de árboles. Allí pasábamos horas planificando el futuro. El ganaba dinero y tendría su carrera acabada en pocos años. Estudiaba ingeniería agrícola. Era muy inteligente. Yo no sabía qué quería estudiar. Él me decía que estudiara. Lo que fuera. Y que quería casarse conmigo. Me enseñó cómo besar. Esos besos largos de los que no te puedes despegar muy fácilmente. Y luego tienes alguna señal roja alrededor de los labios, por los roces de la barba que se dejaba crecer. Yo era una niña, muy feliz. Duró todo el verano. Fue un verano de esos inolvidables. De esos que dejan huella. De los que parecen sacados de un libro romántico o de una película. Me regaló un anillo. Muy típico, sí, pero con trece años, aquello era como vivir en una nube. Por momentos fui la protagonista de un cuento. Pero aquello tuvo que acabar. Se enteraron nuestras familias. Yo me hubiese fugado con él. Él me dijo que esperáramos. Pero el tiempo no nos ayudó a encontrarnos nuevamente. Seguramente, encontró una novia de su edad por la facultad. Pero eso es otra historia.

domingo, 4 de diciembre de 2016

TRAS LA REJA



Veo a Julian todos los días. A veces sólo lo escucho. Tras la reja que separa nuestras casas se ve su pequeño espacio ritualizado, presidido por un sillón, una mesa al lado y una moto al fondo. A veces un tendedero de ropa intercede en mi campo visual cuando sin querer, al salir de casa, me encuentro con esa reja y mis ojos se dirigen, inexorablemente hacia ese rincón. Julian está muchas veces sentado en ese sillón, mirando de frente, hacia el infinito. En esa posición pasa horas y horas, sin apenas moverse, sin parpadear, y casi diría que no respira de lo inmóvil que está, pero al cabo de un buen rato comienza a dar señales de vida. No se inmuta ante ningún ruido. Yo salgo y entro y nada. En esos momentos en los que deja su mirada absorta, perdida, alejada de este mundo, nada de lo que sucede aquí, en la realidad, parece perturbar su objetivo. Julian anda mucho. Siempre está caminando. Es curioso cómo me lo encuentro cuando salgo con mi coche hacia el trabajo o hacia la ciudad. Él siempre va o viene de algún lugar. Tiene una moto. No la usa. Un día me dijo que no tiene carnet. Desde su casa a la ciudad hay unos cuatro kilómetros. Todos los días realiza ese trayecto, en algún momento. Suele venir con una pequeña bolsa de compras. No siempre. Julian fuma mucho. Excepto en esos momentos en los que su mirada lo deja inmóvil, Julian fuma. Entonces, sólo en esos momentos, parece pertenecer a este mundo. Mueve ligeramente la mano y la cabeza. Suelta bocanadas de humo que nieblan momentáneamente el lugar. Un día lo vi pasar tan fugazmente que dudé si había pasado o no. La certeza me vino con ese rastro de humo que lo sigue cuando fuma y el olor tan característico del tabaco que se infiltra en cualquier espacio. No hablamos mucho. Alguna vez me dirige un saludo efusivo y aprovecha para comentarme algo sobre mi vida que le intriga. Parece saberlo todo. Algún día aparece una mujer por su casa. Se pasa el rato gritando. Lo regaña. Si no fuera porque es de una edad similar diría que es su madre. Nadie más viene por aquí nunca. Esta debe ser su hermana. No estoy muy segura.

-¡Julian! ¡No puede ser contigo! La semana pasada te dije que te comieras los yogures, que se estaban caducando. Al final, a la basura. No estamos para tirar comida.

Julian no hace caso. Sigue sentado en su sillón con la mirada en otro planeta. Como si no fuese con él la cosa.

-¿No me oyes Julian? Estoy hablando contigo. No me haces ni caso. No has tirado la basura. Aquí huele a muerto. Podías poner un poco más de interés. ¡Julian! ¿Es que no me oyes?

No. Julian no la escucha. Sigue con su ritual.

Este verano, cuando me bañaba en la piscina, Julian llegaba de sus paseos. Siempre coincidía ese momento. Fuese la hora que fuese. En esa parte de la reja no se ve nada. Está llena de setos. Desde la piscina, por abajo, una rendija entre dos setos me permitía ver a Julian llegar, con sus dos perros. El seguía su rumbo, sin mover la cabeza lo más mínimo. Su piscina ha estado vacía todo el verano. Ahora con las lluvias se ha llenado un poco. Julian arregla el jardín en los ratos en los que yo no estoy en casa. Jamás lo he visto por fuera con ninguna herramienta, pero se nota que lo cuida. Es de esas cosas que hace Julian y que nadie las ve. Como la mayoría de cosas. Excepto cuando sale a caminar. O cuando fuma. No se sabe muy bien qué hace Julian. Él parece saber todo lo que hacen los que viven a su alrededor. Al menos, las pocas veces que hablamos, es lo que me transmite. Tiene un sexto sentido que le permite ver. No sé muy bien si es capaz de hacerlo en las interminables horas que pasa sentado en ese sillón, con la mirada fija en un punto inexistente. Tras la reja que separa nuestras casas todo está envuelto en un gran misterio.