Pilar salió de la facultad con
las prisas que la persiguen a todas partes. Era miércoles y tenía clase de
teatro. Bajó las escaleras corriendo para llegar justo al autobús de las seis. Hacía
poco tiempo que vivía en la ciudad y que se desplazaba con transporte público
en lugar de utilizar su coche. Todavía no había adquirido la suficiente
agilidad para manejarse en aquellos vehículos colectivos. Sus pies iban al
compás del imparable ritmo frenético de su mente, intentando alcanzar todas las
tareas pendientes y acumuladas a lo largo de su vida. En ese vaivén, se dio de
frente contra alguien y los papeles, ya algo desordenados que tenía en su
carpeta, saltaron por el aire junto con los de aquel chico de nombre
desconocido y ojos enigmáticos. Intentaron rescatar cada uno los suyos buscando
la manera de poder apartar la mirada el uno del otro mientras sus manos se
entrecruzaban invadiendo el espacio ajeno. Consiguieron balbucear un simple lo
siento y continuaron cada cual su camino. Aprovechando el tiempo que le
regalaba el trayecto decidió ordenar sus apuntes. La clase de hoy había sido
muy interesante y le había dejado una lista de reflexiones en las que pensar.
Abrió su dossier y lo primero que vio fue una hoja cuyas letras no eran suyas,
pero le resultaban familiares. No recordaba que nadie le hubiese pasado apuntes
últimamente. Se puso a leer sobre Nietzsche y su teoría del eterno retorno.
Inmediatamente una mirada se posó sobre su memoria. Este papel era del
desconocido que ahora ya tenía nombre. Roberto. Al menos ese nombre es el que
figuraba garabateado en una esquina. Tenía la sensación de que lo conocía. Su
letra, su mirada, había algo que la vinculaba con él. Pero qué era. Tenía que
averiguarlo. Volvería al lugar del encuentro fortuito, porque había sido
fortuito, ¿o no? Había alguna pieza que no encajaba bien en esta historia.
Llegó a clase de teatro y abandonó por un rato esos pensamientos. Esa noche
estuvo más nerviosa de lo normal, no lograba concentrarse, así que decidió irse
a dormir. Se despertó sobresaltada en mitad de la noche. Todavía penetraba la
luz de la luna por su ventana. Miró el reloj. Las cuatro y cuarto. Tenía la
sensación de haber estado durmiendo una semana entera. ¿Qué la despertó así? No
recordaba qué estaba soñando, pero algo le decía que este estado le fue
otorgado a raíz del incidente en el que ese papel invadió sus notas o quizá ya
desde unos instantes antes cuando unos ojos invadieron su cuerpo. Que algo la
invadió era lo único que tenía claro. Al día siguiente a la misma hora estaba
allí. No lo vio. Fue todos los días durante las siguientes semanas a la hora
indicada. Sus ojos lo buscaban por alguna aula de la facultad. Llegó a
convertirse en una obsesión. Buscó las clases donde Nietzsche podría ser el
protagonista. Preguntó a sus propios compañeros hasta que no tuvo más remedio
que desistir y dejar que el propio destino le mostrara el camino. Ella ya no
era dueña de sus propios pasos.
Roberto acudía a la parada del
autobús cada día, unos minutos antes de las seis. Desde que un día se encontró
con una desconocida que le dejó entre sus papeles una nota con unos apuntes
sobre Nietzsche y sus ideas sobre el destino y un nombre garabateado en una
esquina. Pilar. Desde entonces supo que el destino tenía sus propias reglas.
Aun así, él acudía a su cita, día tras día, sin verla. Después de varias
semanas, decidió dejar una nota firmada en la parada del autobús. Lo siguió
haciendo cada día y se propuso hacerlo durante tantas vidas como fuese
necesario hasta encontrarla.
Hoy no tengo ganas de conducir,
así que decido ir a coger el autobús para ir a clase de teatro. De camino iré
leyendo el guion para entrar en materia. Mientras espero me quedo mirando el
cartel con los horarios y justo al lado veo una nota pegada. Siento curiosidad.
Me acerco a leerla. Y dice así: “Pilar, vendré todos los días de todas mis
vidas a buscarte. Roberto”. Son las seis menos cinco. Alguien está mirando la
nota. Me dirijo a él:
-Roberto?-pregunté algo
desconcertada
-Hola Pilar, qué haces por aquí?-me
contestó Roberto con una expresión de extrañeza.
-Hoy he cambiado mi ruta. Sueles
coger este autobús?-intenté con esta pregunta averiguar si podría ser el autor
de la nota.
-No. Hoy he venido casualmente
por aquí. Vas a clase?
-Sí-contesto a secas.
-Te apetece que vayamos
caminando? Todavía hay tiempo.-sugiere Roberto.
-Sería estupendo.-digo aceptando
ese paseo y dejando la nota olvidada en aquella estación.