sábado, 31 de diciembre de 2016

Extrañezas (haiku)

Hoy te he echado de menos
Hubiera querido tenerte a mi lado
¿Como puedo echarte de menos si todavía no te conozco?

Página nueva

Tan solo una hora
es poco tiempo para saber de ti
en cambio parece que te conozca desde siempre
Una hora
Inicio mi página numero uno
De un año que empiezo soñando
Que dejo atrás muchas cosas
y comienzo tantas otras
Como siempre
Nuevos proyectos en mi mente
Que haré realidad
No te he visto todavía
Eres mi sueño
Apenas una hora
Unos pocos mensajes
Estás ahí, como un bicho raro (como yo)
Conversando con el universo
Pidiéndole que acorte la distancia y el tiempo
y entre tú y yo sólo haya cabida para un beso.

miércoles, 28 de diciembre de 2016

CONTRA LOS LOBOS Alberto Torres Blandina

revolución
Las cosas no son siempre como parecen. O no queremos mirarlas. O las vemos como nos conviene ¿tú que hubieras hecho?

¿Estamos ciegos o qué? ¿Es que no ves lo que le está haciendo? ¡Haz algo coño!

Nadie hacía nada. Solo mirar. Mirar cómo les pasa todo a los demás. Algunos de lejos. Otros de oídas. Otros por la tele. Otros ni siquiera así. Ni de cerca, ni de lejos. No miran. No escuchan. 

A ellos no les parecía bien y se revelaron. ¿Qué hay de malo en eso? Por lo menos alguien hace algo. Parece que tengamos que criticarlo todo. Nada nos parece bien.

Estamos adiestrados. Recuerdo las jaulas donde nos enseñaban a respetar las normas. Luego nos dejaron libres. Ya se encargaron de tenernos rodeados de señales para que no creyéramos que podíamos hacer lo que nos diera la gana.

Me dijo que hasta los libros eran sospechosos y que las ideas que se plasmaban allí no pretendían otra cosa que lavarnos el cerebro. Lobotomías sutiles, pensé yo.

Me sacó el tema de Hobbes. Yo no creo que seamos malos por naturaleza. Eso de que el hombre es un lobo para el hombre lo estuvimos discutiendo. Acabamos enfadados.

Da igual el tema. Siempre buscamos excusas para el enfrentamiento. Aunque hablemos de amor. Igual sería mejor que llegara el Ragnarök y el mundo se reseteara. Empezar de nuevo.

Eso, o mientras tanto, coger al destino por las pelotas.

volición
Te creíste poderoso. Capaz de cambiar el mundo. Pero estabas solo. Decidiste marcharte. Solo. Buscaste ese refugio escondido en el bosque. Te adentraste allí para no salir jamás. Ahora tuviste que hacerlo. El dolor. No puedes soportarlo. Hace muchos años que no vienes por aquí. Eres un extraño. Tus ropas están sucias. Un policía te ve. Te pide la documentación. No tienes. La dejaste atrás, con tu pasado. Te pregunta tu nombre. No contestas. Te lleva a comisaria. Serás interrogado hasta que logres despistarlos con tus poderes y escapes de allí. Para volver a tu hogar en el bosque, donde nadie sabe que existes. Donde has conseguido desarrollar tus sentidos, esos que no sirven para nada en el otro mundo, solo aquí. Te están buscando, lo sabes.

evolución
No sé si estoy despierto o soñando. Juraría que las cortinas no estaban corridas. ¿Quién anda ahí? Son esos animales otra vez, detrás de la puerta. No puedo salir de aquí. Estoy atrapado. Pero si estoy soñando… las cortinas. Tengo frío. Mucho frío. Háblame del niño. Vayamos a ese momento, al primer encuentro. Fíjate bien. Me acabo de levantar. Me estoy cepillando los dientes. Me miro en el espejo y ahí está. Apenas lo veo. Me giro inmediatamente y no lo veo. ¿Dónde está? Lo he visto, estoy seguro. Salgo. Voy hacia el salón. Los gatos. No. Era demasiado grande para ser la sombra de los gatos. Vuelvo. Me enjuago la boca. Otra vez. Ahora más rápido que antes. Salgo corriendo. No lo veo. Ese ruido me está volviendo loco. Son los animales. Otra vez. Están ahí.


Esos lobos se están comiendo. No. Si te fijas bien verás que le está dando de comer. Ese lobo viejo no puede masticar bien. Lo está alimentando. Es una teoría. La otra dice que uno se queda quieto mientras el otro hace de las suyas. Pero no está confirmado. Esos lobos quieren decirnos algo...


Todo comienza una noche de luna llena. Unos lobos. Unos aullidos. Salgo fuera. Miro hacia arriba y ya no recuerdo nada más.

Le dijo que tuviera cuidado. Que no era un libro corriente. Que era de esos que te abducen y no se sabe si vuelves en sí.

Yo tuve miedo. Después de oír aquello no me atreví a abrir ni una página.

Alguien la vio leerlo en el maletero de su coche y la fotografío. Colgó esas fotos en las redes sociales. Era una secuencia impactante. Había alguna expresión sobrecogedora. (os he conseguido esas fotos para que lo comprobéis con vuestros propios ojos)




Había unos símbolos que me indicaban el camino. Los fui siguiendo. A veces tuve miedo. Pero no podía dar marcha atrás. Una vez empecé a leer la primera frase, supe que no podría soltarlo de mis manos. Estas cosas me suceden. No con todos los libros, pero algunos tienen ese poder de dejarme los párpados en modo on, es decir, abiertos, vaya, que no hay manera de cerrarlos ni aún queriendo hasta zamparme todo el menú. Cinco platos. De primero un Valknut. Si. Como lo oyes. Te creíste que ya lo habías probado todo. Te equivocaste. Ahora que has saboreado la muerte, el dolor, la injusticia, prepárate para algo más. De segundo un ojo de Horus. Esto sí que no te lo esperabas. Algo de protección no viene nada mal. El tercer plato una cruz. La trinidad, la paz, la unión del cielo y la tierra, del padre, del hijo y del espíritu santo. El cuarto (ya debería estar saciada, pero quiero más) un trisquel, claro, el equilibrio. Cómo vamos a vivir sin equilibrio. En ese camino, buscando la perfección, el equilibrio es lo mas importante. Lo saboreo. Intento masticarlo bien, pero quiero el postre. El quinto elemento, el Shinto, la naturaleza divina, la esencia de todo. El final. Una explosión de placer. Un orgasmo. ¿Quién ha dicho que la literatura no es sexual? 

No sé si esto es una reseña. No trata de ser nada en cuestión. Solo trata de exponer fielmente lo que ocurre cuando lees este libro. Puedes creerlo o no. Si lo lees, puede que lo experimentes tú también. O no. Te genera inquietud, desasosiego. No te lo niego. Yo he sentido hasta asco en algún momento. Repelús. Frío. Y hasta hambre. (son unas cuantas horas de lectura, enganchada al libro, y metida en el maletero del coche, leyendo y gesticulando a la vez, tener hambre va a ser lo normal) Pero también he disfrutado mucho. Ya veo que estás pensando que soy masoca. Mira, piensa lo que te de la gana. No trato de convencerte ¿sabes? Tu te lo pierdes... O no. He intentado que esta "cosa" sea lo más fiel posible al libro. Es decir, sin intentar hacer spoiling. Vaya, sin destriparlo demasiado para que no pierda el efecto sorpresa.


¿Que aún no tienes regalo de Reyes? Pues este es un regalazo. Te lo digo yo. Bueno, yo me lo he comprado, porque paciencia no tengo mucha. Otras cosas tendré, pero paciencia, se la pido a Dios todos los días. Bueno, no es que crea en Dios, es un decir, por lo de la paciencia, digo. Que me estoy desviando del tema. Si te apetece algo diferente, impactante y bien escrito, ahí lo tienes. CONTRA LOS LOBOS. 

Y ahora en serio, también.

A disfrutarlo.









lunes, 26 de diciembre de 2016

Larvas mentales




Beatriz empezó a quitarse la ropa. Empezaré yo. Carlos no dejaba de mirarla, como si no hubiese visto nunca a una mujer desnuda. Es preciosa, se decía. ¿Me puedes desabrochar el sujetador? Y aquellas palabras resonaron en su mente sin dejarlo hacer nada. No voy a poder hacerlo. Cuando se decidió no pudo evitar que se pasara por su mente la última vez que hizo algo parecido. Tienes las manos heladas, no me toques, le había escupido Juana. No se atrevió a volverla a tocar. Ahora sus manos estaban heladas también, quizá más, pensó. Con mucho tacto, intentando no tocar a Beatriz, le desabrochó esa pieza de ropa interior, tan escasa de tela, se dijo, y tan sugerente. Tócame Carlos, rózame la piel, rescataba de sus deseos. Carlos no la rozó. No quiero pensar en ti Juana, peleaba con su mente. Se quedó con el sostén en las manos después de que los tirantes resbalaran por sus brazos. Tiene una espalda perfecta. Quiero tocarla, pero tengo las manos frías.  Pero Beatriz se dio la vuelta. Hace calor, comentó, pero él sentía correr por su cuerpo unos escalofríos que le ponían los pelos de punta. Sí, contestó, y comenzó a desvestirse con cierto pavor. La deseo tanto, no entiendo cómo me pasa esto. Juana, vete. Beatriz lo ayudó. Le quitó la camiseta. Le dejó el pelo alborotado. Esa melena revuelta me trae de cabeza. Y se acercó a su oído. Me encanta esa melena desordenada, esos pelos sobre tu cara. Carlos llevaba el pelo ligeramente largo, con algunas ondas. Recordó como Juana le incitaba a cortárselo siempre, pareces un adolescente rebelde, le refunfuñaba, ¿no ves que no te queda bien el pelo largo? Ahora, se permitía llevarlo como le gustaba, sin obedecer los mensajes que vagaban por su memoria. Beatriz le desabrochó el botón de sus pantalones. Tocó su barriga para hacerlo. Él encogió sutilmente esa zona al tacto de sus manos, están frías, murmuró, pero le gustó esa sensación. Ella continuó deslizando sus pantalones hasta que finalmente Carlos se quedó desnudo, con los calzoncillos puestos. Beatriz llevaba también las bragas. Las dos piezas que ocultan las zonas estratégicas que más tarde necesitarían a la vista. Beatriz se acercó, bésame, le pidió. Trajo a su memoria esos momentos en los que quería besar a Juana y ella le espetaba un ¿otra vez Carlos?, y lo dejaba con los labios besando el aire, déjame tranquila. Debo quitarme estos fantasmas de la cabeza, me voy a volver loco. Aprovecharé este momento que me parecía inalcanzable. Beatriz es una chica encantadora. No soy culpable de nada. Juana, no tengo la culpa. Déjame vivir en paz. Déjame vivir. Carlos se intentaba convencer de su inocencia. ¿Y si no lo conseguía nunca? Lo conseguiré. La tomó con sus manos por la cintura y acercó sus labios a ella, mientras le insinuaba con voz temblorosa, te deseo Beatriz, quiero hacerte el amor. Sus manos comenzaron un recorrido por el mapa de su piel. Otra vez se entrometió Juana en su cabeza con recuerdos de sus primeras veces, antes de que ocurriera aquello. No te lo perdonaré, le repetía una vez tras otra Juana, después del incidente. Él intentó compensarle todo el dolor que ella sentía, como si hubiese sido él el culpable. Lo siento, le decía siempre que tenía ocasión. No conseguí evitarlo, se martirizaba. Cuando la vio tendida sobre la cama, con los brazos caídos, supo que ya no podía hacer nada. Está muerta, es culpa mía. Esa imagen me persigue, se torturaba. Ahora, entre los brazos de Beatriz, que lo llamaban a fundirse con ella, pensaba en Juana. Abrió los ojos, empujó levemente su cuerpo que cayó hacia la cama e imaginó que era Juana, antes del suceso, cuando todo era perfecto, ven, vamos a jugar, le decía ella con su gran sonrisa dibujada y esa mirada pícara. ¿Quieres jugar? Preguntó Carlos. Y se lanzó sobre Beatriz, le quitó las bragas y le hizo el amor como nunca lo había hecho antes. Solo le falló un detalle, cuando sobre ella, le dijo, Juana, te amo.

lunes, 19 de diciembre de 2016

Mi primer amor



Estaban acabando las clases en el colegio. Yo tenía trece años. Durante los tres últimos años, tuve un profesor de ciencias muy guapo. Por el contrario, era un poco estricto, y si nos portábamos mal, nos lanzaba tizas a la cabeza. En alguna ocasión llego a lanzarnos algún limón. Nos preguntábamos para qué traía limones a clase. Yo, una vez, lo vi ponerse un poco de limón en la taza de té que solía tomar después del almuerzo. Un poco raro sí que era. El caso es que era muy guapo y simpático, si no lo hacíamos enfadar. A pesar de todo, a mí me gustaba ir a sus clases. Siempre nos contaba anécdotas divertidas y me lo pasaba muy bien. Era mi profesor preferido. Cuando acabó el curso hicimos una fiesta en el colegio. La graduación y esas cosas. Ese día conocí a mi primer novio. Había mucha gente en el colegio. Gente que no había visto nunca. Familiares de todos los que nos graduábamos aquel año. Me lo presentaron unas amigas. Lo habían conocido ese mismo día a través de una prima de una de ellas. Se llamaba Enrique. Era moreno, con los ojos casi negros y muy guapo. Me recordaba vagamente al profesor de ciencias. Estuvo conmigo toda la tarde, hablándome. Me contó que estaba terminando sus estudios y que trabajaba en un restaurante los fines de semana para ganar algo de dinero. Cuando me dijo su edad, me quedé atónita. Él tenía veintiuno. No fue un impedimento, al principio, para que surgiera el amor. Y cuando supe que era el hijo de Don Jesús, me quedé sin palabras. Sí, el hijo del profesor de ciencias. El parecido que observé no era coincidencia precisamente. Yo no sabía que Don Jesús tenía un hijo. No era de aquí, así que era más difícil coincidir en horas no lectivas con él. Sí que sabía, en cambio, que Doña Luisa tenía dos hijas. Doña Luisa nos daba matemáticas. Vivía en la misma ciudad y a veces la veíamos comprando en el mercado. Enrique y yo nos empezamos a ver con frecuencia. A escondidas. Mis padres no hubiesen aceptado una relación así. Al menos ahora. Los suyos tampoco. Yo era una menor de edad. Enamorada hasta las cejas. Él tenía una moto. Yo me subía con él en su Bultaco y nos íbamos toda la tarde juntos. Donde fuera. Solíamos ir a un parque, en otra ciudad, por aquello de ocultarnos. Teníamos un rincón con un banquito, rodeado de árboles. Allí pasábamos horas planificando el futuro. El ganaba dinero y tendría su carrera acabada en pocos años. Estudiaba ingeniería agrícola. Era muy inteligente. Yo no sabía qué quería estudiar. Él me decía que estudiara. Lo que fuera. Y que quería casarse conmigo. Me enseñó cómo besar. Esos besos largos de los que no te puedes despegar muy fácilmente. Y luego tienes alguna señal roja alrededor de los labios, por los roces de la barba que se dejaba crecer. Yo era una niña, muy feliz. Duró todo el verano. Fue un verano de esos inolvidables. De esos que dejan huella. De los que parecen sacados de un libro romántico o de una película. Me regaló un anillo. Muy típico, sí, pero con trece años, aquello era como vivir en una nube. Por momentos fui la protagonista de un cuento. Pero aquello tuvo que acabar. Se enteraron nuestras familias. Yo me hubiese fugado con él. Él me dijo que esperáramos. Pero el tiempo no nos ayudó a encontrarnos nuevamente. Seguramente, encontró una novia de su edad por la facultad. Pero eso es otra historia.

domingo, 4 de diciembre de 2016

TRAS LA REJA



Veo a Julian todos los días. A veces sólo lo escucho. Tras la reja que separa nuestras casas se ve su pequeño espacio ritualizado, presidido por un sillón, una mesa al lado y una moto al fondo. A veces un tendedero de ropa intercede en mi campo visual cuando sin querer, al salir de casa, me encuentro con esa reja y mis ojos se dirigen, inexorablemente hacia ese rincón. Julian está muchas veces sentado en ese sillón, mirando de frente, hacia el infinito. En esa posición pasa horas y horas, sin apenas moverse, sin parpadear, y casi diría que no respira de lo inmóvil que está, pero al cabo de un buen rato comienza a dar señales de vida. No se inmuta ante ningún ruido. Yo salgo y entro y nada. En esos momentos en los que deja su mirada absorta, perdida, alejada de este mundo, nada de lo que sucede aquí, en la realidad, parece perturbar su objetivo. Julian anda mucho. Siempre está caminando. Es curioso cómo me lo encuentro cuando salgo con mi coche hacia el trabajo o hacia la ciudad. Él siempre va o viene de algún lugar. Tiene una moto. No la usa. Un día me dijo que no tiene carnet. Desde su casa a la ciudad hay unos cuatro kilómetros. Todos los días realiza ese trayecto, en algún momento. Suele venir con una pequeña bolsa de compras. No siempre. Julian fuma mucho. Excepto en esos momentos en los que su mirada lo deja inmóvil, Julian fuma. Entonces, sólo en esos momentos, parece pertenecer a este mundo. Mueve ligeramente la mano y la cabeza. Suelta bocanadas de humo que nieblan momentáneamente el lugar. Un día lo vi pasar tan fugazmente que dudé si había pasado o no. La certeza me vino con ese rastro de humo que lo sigue cuando fuma y el olor tan característico del tabaco que se infiltra en cualquier espacio. No hablamos mucho. Alguna vez me dirige un saludo efusivo y aprovecha para comentarme algo sobre mi vida que le intriga. Parece saberlo todo. Algún día aparece una mujer por su casa. Se pasa el rato gritando. Lo regaña. Si no fuera porque es de una edad similar diría que es su madre. Nadie más viene por aquí nunca. Esta debe ser su hermana. No estoy muy segura.

-¡Julian! ¡No puede ser contigo! La semana pasada te dije que te comieras los yogures, que se estaban caducando. Al final, a la basura. No estamos para tirar comida.

Julian no hace caso. Sigue sentado en su sillón con la mirada en otro planeta. Como si no fuese con él la cosa.

-¿No me oyes Julian? Estoy hablando contigo. No me haces ni caso. No has tirado la basura. Aquí huele a muerto. Podías poner un poco más de interés. ¡Julian! ¿Es que no me oyes?

No. Julian no la escucha. Sigue con su ritual.

Este verano, cuando me bañaba en la piscina, Julian llegaba de sus paseos. Siempre coincidía ese momento. Fuese la hora que fuese. En esa parte de la reja no se ve nada. Está llena de setos. Desde la piscina, por abajo, una rendija entre dos setos me permitía ver a Julian llegar, con sus dos perros. El seguía su rumbo, sin mover la cabeza lo más mínimo. Su piscina ha estado vacía todo el verano. Ahora con las lluvias se ha llenado un poco. Julian arregla el jardín en los ratos en los que yo no estoy en casa. Jamás lo he visto por fuera con ninguna herramienta, pero se nota que lo cuida. Es de esas cosas que hace Julian y que nadie las ve. Como la mayoría de cosas. Excepto cuando sale a caminar. O cuando fuma. No se sabe muy bien qué hace Julian. Él parece saber todo lo que hacen los que viven a su alrededor. Al menos, las pocas veces que hablamos, es lo que me transmite. Tiene un sexto sentido que le permite ver. No sé muy bien si es capaz de hacerlo en las interminables horas que pasa sentado en ese sillón, con la mirada fija en un punto inexistente. Tras la reja que separa nuestras casas todo está envuelto en un gran misterio.

lunes, 28 de noviembre de 2016

Micro-pinceladas





V.1. Obsesión

Imagen relacionada


Resultado de imagen de vida en blanco y negro cuadroDe un certero bocado, le arrebató el pincel. No le importó lo más mínimo. Se había empeñado en darle color a ese lienzo y no sabía por dónde empezar. Cogió la paleta con fuerza y la estampó  en ese cuadro en blanco. Sus manos se abalanzaron sobre esa gran mancha y esparcieron los colores sin dejar ni un espacio libre. Ni una rendija por la que respirar. Tapó cada agujero. Se quedó sin luz. Sin aire. Fue su primera y su última obra. A partir de entonces, todo discurrió en blanco y negro.



V.2. Sueño profundo


Resultado de imagen de mancha sangre cama
De un certero bocado, le arrebató el pincel. Se despertó sobresaltada. El animal se había abalanzado ferozmente contra ella, y sólo se llevó el dichoso pincel. Intentó recordar qué había pintado. Nada. Cerró los ojos. Se sumergió en el sueño. Se situó frente al cuadro. Vio un retrato de una mujer que estaba, a su vez, mezclando colores sobre una tela. Algo la alertó. Su mano no estaba. Un gran trazo rojo la envolvía. Al fondo, un animal huía. Nuevamente otra sacudida. Ahora no tenía nada que ofrecer. Quiso despertar. No consiguió hacerlo antes que él saltara sobre ella. Despertó envuelta sobre un gran trazo rojo.

domingo, 27 de noviembre de 2016

Cara B


Me preguntas por Pilar. Que te cuente algo de ella. No sé por dónde empezar. Sabes que Pilar es importante para mí pero desconozco los motivos. Es una chica bastante corriente. No destaca en nada. O eso parece. Pilar tiene su propia concepción de la vida. Tiene su mundo. Su planeta personal. Vive allí. A veces sale a dar un paseo y se queda absorta mirando a los terrícolas. Pilar no los comprende. Ella no se siente uno de ellos. Los mira. Pone todo su empeño en comprenderlos. No lo consigue. ¿Recuerdas el día de la tertulia y cena en su casa? Tú mismo lo pudiste comprobar. Se tomó demasiadas molestias. Las indicaciones para llegar al lugar. Carteles pegados a troncos de árboles. A postes. A paredes. Grafitis en alguna fachada. Los papeles en su propia casa. Yo creo que se siente perdida. Y todas esas señales son solo indicaciones para encontrarse a ella misma. Se busca incesantemente. Cuando la miro, la veo indagar en mis ojos a ver si ve un reflejo que la haga reconocerse. Nos miramos a menudo. Incluso cuando follamos. Ahí más. Yo a veces cierro los ojos, pero ella los tiene siempre abiertos. No quiere perderse detalle. De nada. Su madre un día me dijo que nada más nacer ya los tenía abiertos de par en par. Y sigue así. Se asusta fácilmente. Tiene muchos miedos. De pequeña no soportaba la oscuridad. Ahora tampoco. Se hace la fuerte y apaga la luz cuando tiene la certeza de que en un instante pasará al estado de ensoñación. Odia despertarse a las dos de la madrugada. Sabe que le quedan muchas horas por delante. Oscuras. No cree en Dios, dice. Yo creo que sí. Que se aferra a lo invisible. A lo desconocido. En su intento de encajar las fichas del puzle. Tiene demasiadas sueltas. Eso le preocupa bastante. Desconfía de lo conocido. De la ciencia. Cree que hay demasiadas incógnitas por despejar. Queda mucho por descubrir. Todo eso podría contradecirlo todo. El mundo de Pilar se tambalea. A veces, dice, le parece estar en una noria. Tiene la sensación de deja vu muchas veces. Como si estuviera repitiendo una y otra vez la misma historia. Se siente cansada de eso. A veces pienso que su objetivo es bajarse de ahí y salir corriendo. Nunca corre. Hace muchas cosas. No para. Anota en su agenda una actividad para cada tramo horario. No soporta ver una línea en blanco. Le supondría enfrentarse a sí misma. A su soledad. Pilar se siente sola aunque esté rodeada de gente. Es algo que va con ella. Como si fuera un bicho raro. No debería contarte todo esto. Es sólo la Pilar que yo veo, pero podría haber otras muchas ahí escondidas. En ese cuerpo extraño. Me ha dicho muchas veces que se siente fuera de lugar. Es como si no se reconociera en su propio cuerpo. Como si hubiesen intercambiado su alma antes de nacer. Se siente aquí por equivocación. No solo en el mundo. En su cuerpo también. No sé si estoy siendo justo con ella. En realidad, Pilar es una chica muy alegre. Optimista. Más que yo. Quizá lo que yo veo sea un reflejo de mí mismo y Pilar sea tan solo mi espejo. Pilar tiene una hija. Es su tarea más difícil. En su rol de madre Pilar se transforma. Es un hada del bosque. Juega. Se ríe. Retrocede en el tiempo. A su infancia. Intenta recuperar momentos perdidos de aquella época. A veces dolorosos. Y eso la entristece. Pero prefiere eso y ver a su padre. Lo echa de menos. Lo sé. No lo dice. Es algo que siento. A veces, cuando me abraza, percibo ese vacío. Creo que todo lo que hace es para llenarlo. No sabe cómo. No sabe nada. Y lo sabe. Pilar ha llegado al mismo punto que Sócrates. Ella ha ido destruyendo cada concepto aprendido. Algunos a hostias, como suele decir. Pero no vayas a creer que Pilar utiliza ese vocabulario normalmente. Son ráfagas fugaces. Se lo permite sólo a veces, como los cigarrillos. Pilar no fuma. Lo dejó hace muchos años. Tampoco bebe. Sólo en ocasiones especiales. A Pilar le gusta bailar. También canta. Pero solo lo hace cuando está sola. Alguna vez la he escuchado. Ella no lo sabe. También la he visto bailar. Una vez intenté bailar con ella. Fue un desastre. Pilar no sigue unos pasos. Un ritmo. Sale despedida con cada nota. Yo no puedo seguirla. Optamos por dejar que la música acompañara uno de nuestros abrazos. Pilar es una mujer independiente. Demasiado. Ha creado un muro infranqueable. Impermeable. Imposible de traspasar. Ni sólidos ni líquidos pasan por ahí. Sólo una pizca de aire. La suficiente para respirar. Sobrevive. Yo no hago más que buscar una rendija por la que colarme. Si había alguna, está sellada. Como un sobre lleno de misterios escritos en un papel. Un lacre pegado lo cierra. Rojo. Lleva su nombre. Lo mete en un buzón. Pilar espera llegar así a su destino.

sábado, 19 de noviembre de 2016

YO


Prólogo: 
Este relato es un trabajo de clase. Como otros que he escrito anteriormente. Pero este es diferente. Este me ha producido un estado de excitación elevado. El estilo, inspirado en la descripción que hace Gerardo Arana en Meth Z, me ha dado una fuerza que no recuerdo haber experimentado antes. El reto era hablar de mi misma, describiendo un personaje. Podría haberlo hecho de miles de maneras. Pero la intención era tomar el ritmo y el estilo de ese libro. No lo he leído, pero por descontado lo leeré. He disfrutado haciendo esta descripción, pero eso es decir poco. Ha sido algo parecido a un orgasmo. Escribir puede producir placeres insospechados. Os dejo con Yo.


YO

Pilar tiene algo fuera de lo común. Cuando la conocí me di cuenta enseguida. Son sus ojos. Esa mirada profunda que se clava bien adentro y ya no te deja escapar. La gente, cuando la conoce, queda atrapada entre esos rayos visuales que te lanza de inmediato. Te deja inmortalizado en una imagen retratada en su polaroid mental. Tiene un álbum de fotos perfectamente ordenado de todos los sucesos y personas que han pasado por su vida. Excepto los que voluntariamente decide tirar a la basura. Su selección es tajante. Quien se queda, es para siempre.  Se podría decir que Pilar es algo desordenada. Puede encontrar perfectamente unas bragas en el sofá. Lo sorprendente es que sabe que están ahí. Pilar guarda ese orden dentro del aparente caos que la rodea. Lo de las bragas lo vi yo mismo. Un día, en su casa, viendo una película, las encontré detrás de un cojín. Ella, Pilar, no se inmutó. Sólo dijo que las dejara donde estaban y siguió viendo la película. Pilar trabaja en una fábrica de productos químicos. No sabe nada de química. No le hace falta. Su puesto sólo requiere que entienda de economía. Pilar estudió empresariales. Una carrera de futuro. Su padre, inmóvil, la animaba a sacar el provecho de la vida que él no pudo. Y Pilar le puso pies a su padre y lo hizo. Desde pequeña, Pilar ha tenido una gran vocación por ser maestra. Le gustaba escribir y las matemáticas. Pilar siempre pensó que una cosa y la otra eran puros complementos. Una cuestión de poesía. Pilar dejó de escribir en su libreta. Se vio enredada entre cálculos financieros. Hace un año Pilar se dio cuenta de que tenía tantas cosas anotadas en su imaginación que empezó a vomitarlas porque ya no le cabían dentro. Ahora escribe. Y está enredada entre letras constantemente. Lee. Lee mucho. Como si quisiera absorber todo lo que ha dejado de descubrir en estos años aritméticos. Pilar tiene una hija. Nunca pensó tener una. Siempre decía que no tenía vocación de madre. Y no la tiene. Es una madre poco común. A veces piensa que eso es malo. Pilar se lo cuestiona todo. Quiere hacer las cosas bien. Sabe que es imposible, que la perfección no existe. Pilar no quiere ser perfecta. Le gusta la imperfección. La asimetría. Lo inexacto. Lo raro. Lo diferente. A veces se empeña demasiado en conseguir esa perfecta extrañeza. Desde que leyó Rayuela, dice que es como la Maga. También pertenece a un club de lectura. Todo esto desde hace un año. Antes había leído, pero no tanto. A veces tiene la sensación de que nada, si lo compara con la actualidad. Pilar lee en cualquier lugar. En el baño. En la cama. Andando. Pero su rincón preferido, cuando sale por ahí, es el maletero de su coche. Algo estrambótico, como ella. Le gusta el tacto del papel. Su olor. Pero es capaz de olerlo a través de la pantalla de su lector digital. Con él encima, Pilar se siente a salvo. Conoció a un escritor que le hizo ver la vida de otra manera. Compró y leyó todos sus libros. Entonces supo que él sería su profesor. Fue el elegido. Ahora asiste a sus clases. Cuando Pilar se empeña en conseguir algo, lo consigue. Cree que si de verdad es un deseo intenso, tiene el poder de materializarlo. Una vez deseó ser libre y cuando encontró el valor necesario, lo fue. Ahora Pilar vive sola. Semanas alternas. Se siente como un pájaro que acaba de salir de su jaula y está aprendiendo a volar. Ha cumplido cuarenta y tres. Es una adolescente. Hace quince años era más vieja. Eso quiero decir cuando digo que Pilar es una maga. Pilar suele planear las cosas. Si algo la pilla de improviso, le cuesta reaccionar. Ella piensa que no confía lo suficiente en sí misma para dejar brotar las ideas sin pensar. Cuando preguntas sobre Pilar, siempre sale su rasgo espontáneo como algo característico de ella. Eso la desconcierta. Sabe que es verdad. Aunque no siempre. Siempre le parece demasiado. Pero cree en la eternidad. Siempre es una palabra que lo dice todo. Pilar está llena de contradicciones. De lógicas contradicciones. Porque Pilar vive dentro de la teoría de la relatividad. En una escala de grises. El negro y el blanco son demasiado opacos o transparentes. Cree que nadie lo es. Ni siquiera ella misma. A veces Pilar se siente una total desconocida. Se hace preguntas para las que no tiene respuesta. Entonces sabe que una nueva metamorfosis comienza. Piensa en camaleones. Se siente uno de ellos. Y cambia de color. 

domingo, 13 de noviembre de 2016

TODO Y NADA Violeta



Nada me parece suficiente. Pienso en arriesgar mi vida para tenerlo todo. Pero tengo miedo y eso me hace quedarme quieta, en esa sencillez que va transcurriendo, dejando entrever en cada grieta del tiempo una pequeña luz que me indica que estoy aquí, viva en este mundo de muerte, en la nada y soñando con todo. Una luz atraviesa la ventana y llega a mí. Es cálida y fría al mismo tiempo, una luz llena de contrastes. Una luz que me invita a vivir en el todo, que me inunda de ilusión, que me da la fuerza del rojo y la paz del azul. Una luz tenue color morado, que me transporta a un lugar repleto de aromas, lavandas vuelan al viento, me impregnan de una fragancia de paz. Es en ese instante mágico cuando me doy cuenta de que lo tengo todo estando en la nada. De que el vacío es necesario para llenarme. De que desde abajo puedo subir arriba. De que nada y todo es lo mismo. Y entonces, el miedo desaparece.


Microrrelato seleccionado para la publicación en el concurso Tono Escobedo, sobre los colores del arco iris.

RUTINAS



Elena se levanta a las siete, como cada mañana, se ducha, toma el desayuno mientras lee un poco, necesita esa dosis de literatura para completar su ingestión matinal de vitaminas y encarar el día con cierto optimismo. Le gusta disfrutar de su paseo hasta la oficina, donde el día transcurre entre la normalidad y la rutina, entre papeles que ir archivando en cajas una vez incorporado el sello correspondiente. Su vida pasa entre esas cuatro paredes, con un tragaluz que le permite ver el cielo, en ocasiones eleva la cabeza y se queda unos segundos mirando. A veces sus compañeros, al salir del trabajo, quedan a tomar un café, Elena nunca se queda, apresurada vuelve a casa. Se prepara un té, saca un cigarro de su pitillera y se pone a escribir. Le gusta inventarse historias, a veces lee, otras, toma una copa.

Alejandro sale a tomar algo, se adentra en el primer local que ve. Sentado en la barra la ve entrar, inmediatamente se ve atraído por ella. La mira fijamente mientras ella se dirige hacia él y se sienta a su lado. Pide un gin tonic con limón. Lleva unas medias negras, cruza las piernas en un gesto sugerente, invitándolo a entablar una conversación. Exprime el limón en su boca, quedando la corteza amarilla entre sus labios rojos. Alejandro se acerca, le pregunta su nombre y en un susurro le llega hasta sus oídos, Laura. Conversan frugalmente y salen juntos del local.

Esta mañana Elena se ha dormido y sale de casa sin desayunar. Compra el periódico en el quiosco de la esquina y echa un vistazo a los titulares. Descarta las noticias de política y pasa a la sección de sucesos. Anoche fue encontrado un cadáver en el parque, un hombre joven fue asesinado a sangre fría, acuchillado después de haber practicado el acto sexual. Las investigaciones apuntan a un caso de homicidio pasional en el que la presunta asesina podría ser una amante despechada. Elena mira la foto y lo reconoce. Es su vecino. No tienen mucha relación, apenas coinciden de vez en cuando en el ascensor. El, muy educado, le da los buenos días, ella, tímidamente, le devuelve el saludo. No conoce su nombre. Ayer precisamente lo vio a la vuelta del trabajo cuando llegaba a casa. El bajaba, con su porte elegante, a alguna cita, supuso.

Hoy Laura no sale de casa, quizá lea un poco mientras toma un té y fuma su cigarro. No tiene ganas de tomar alcohol, le duele la cabeza.


miércoles, 9 de noviembre de 2016

DESLINDAMIENTOS



Contemplo mapas, con sus montañas, sus bosques,
Con sus laberintos de ríos, lagos, sus desiertos y sus ciudades.
Me alerta vislumbrar unas líneas invisibles
Superpuestas a esas corrientes fluviales
Recortando despiadadamente cordilleras, tajantes.
¡Con que comparar esas delgadas líneas!
Líneas que no se ven pero rasgan el aire, 
Separando gentes.
Y se instauran, como muros infranqueables
Advirtiendo el peligro de traspasar los límites, 
Creando frentes.

Si hago lo  mismo con mi cuerpo

Me encontraría descuartizada en pedazos
Repartiendo órganos y esqueleto
Entre las personas que me aman
El amor, esa palabra
Quedarte un fragmento de alguien, poseerlo
Aunque con ello la vida se convierta en humo.
El cuerpo ya no existe, es un monstruo
Compuesto por piezas de carne aisladas
Recortadas, desgarradas, robadas, y llenas de sangre.
Y, como si nada,  las recomponemos en una figura ideal
A la otra parte de la línea
Un rostro bello de aquí, un cuerpo esbelto de allá
Cambiamos pechos y glúteos por otros más vistosos
Un cerebro inteligente, un estómago voraz, un corazón… artificial.
Nuestro Frankenstein comienza a respirar
Solo que no hemos pensado en las costuras
Esos hilos que tienen que unir a la fuerza los trozos separados
La aguja que tiene que atravesar la carne
Que clavamos una y otra vez con pespuntes de dolor
Formando un zurcido que, por imposición, creará una geografía.

Mapas físicos se ven avasallados por mapas políticos
La naturaleza desaparece y emerge lo adulterado
Costumbres, leyes, normas, reglas, prohibiciones, 
Marcan fronteras, marcan naciones. 
Cuidado, no pases al otro lado.
Serás interrogado o expulsado.
Líneas delgadas que no se ven, pero que se clavan en las entrañas.
El nacionalismo, esa palabra.

sábado, 5 de noviembre de 2016

En silencio

Javier llegó a casa mucho antes de lo previsto. El silencio invadía el espacio ocupado por los pocos muebles que rellenaban los vacíos de aquella mansión. Todavía no había conseguido familiarizarse con este lugar. Le estaba costando más de lo previsto. Hoy, sin embargo, había decidido venir aquí, en lugar de emprender la huida diaria y común hacia otros lugares hasta que la oscuridad llega y ya no le quedan excusas para no regresar a su hogar. Su hogar. Una palabra que le quedaba grande a este sitio. Pero aquí estaba. A plena luz del día. Los rayos se dirigen implacables hacia él, impidiendo que pueda ver con claridad todos los objetos que componen la decoración del salón, donde ahora se encuentra, sentado en su sillón rojo, encogido, frente a la ventana, intentando apartar la mirada del interior. Se asoma a través del cristal. Sin abrirlo. Solo intenta ver la parte de fuera, lo que rodea a esos muros que lo abrigan del frío. Sólo entonces se pregunta por qué siente tanto frío allí dentro. Es el frío el que lo impulsa a buscar otros lugares y entrar en calor. Esa construcción es fría. Lo notó nada más verla. La blancura que la inunda no ayuda al aumento de la temperatura. Aunque fuese visualmente, unos tonos ligeramente rosados le darían algo de calidez. A él. Que tanto la necesita. Que tanto frío tiene. Sobre todo cuando llega a casa antes de lo previsto y no se escucha ni el leve sonido de un chirriar de puertas. Ni unos pasos que lo acompañen al andar. Ni la suave brisa que alborota las ramas del árbol que hay junto a la ventana por la que entran los rayos de luz, inmóviles frente a él, que, quieto, sólo consigue sentir el frío que lo envuelve. Tiembla. Desde su sillón, alcanza el mando y enciende la televisión. Una imagen muda ante él le dirige una mirada. Apaga el aparato. Coge el libro que tiene en la mesa y comienza a leer hasta que los rayos de luz desaparecen. Como cada noche, esperará a que lo embargue el sopor para quedarse dormido. Solo así podrá escuchar el sonido de la noche.

viernes, 4 de noviembre de 2016

INCERTIDUMBRE



Desconozco cuánto tiempo estaré en este lugar inmenso. Buscaré una salida que me llevará hacia otros horizontes donde forjaré mi propia vida. En este piélago estaremos aquellos que buceamos por las profundidades del universo marino, esperando la embestida que nos expulsará a la tierra a realizar nuestra misión vital. Una tempestad, olas llenas de furia, nos alumbrarán.

Eso pensaba cuando estaba dentro del mar, cuando no me distinguía del resto de gotas y deseaba nacer. Así me convertí en río. Salí de aquella inmensidad y discurrí por la superficie terrestre.

Conoceré el aire, lo respiraré, surcaré nuevos terrenos, haré fuertes acometidas en línea recta en las que avanzaré a pasos agigantados y en otros momentos me permitiré ondular entre los bosques, bordearé rocas, subiré montañas y luego me dejaré caer en cascada, y, con gran impulso, seguiré recorriendo mundo. Contemplaré la gran belleza que se desplegará ante mí.

Así era mi vida, perfecta. Tenía una gran fuerza que arremetía por la tierra dulcemente, componiendo sinuosas curvas que embellecían el panorama.

Llegaré hasta el centro de la tierra, hasta unirme nuevamente con otro mar,  me aunaré a otros ríos, conquistaremos lugares a raudales, generaré afluentes, agua de mi agua que se dispersará por otros terrenos, pasará por otras ciudades pregonando nuestro esplendor.
Y así sucedió. Un gran encuentro me hizo sumar esfuerzos con otro río y surgió el momento de permitir que un riachuelo saliera de nuestro caudal donde se había estado incubando.

Breves instantes después, algo se cernirá sobre mí. Chocaré con un muro de contención que me paralizará y me transformará en una presa. Inmóvil, inerte, quieto. Empezaré a estancarme en ese lugar sin movimiento, prisionero de mis anhelos que proyectaré sobre el pequeño río, que aún inconsciente sonreirá cuando lo mire. Aquí esperaré mi muerte que llegará tarde o temprano. No conseguiré tocar el mar nuevamente, ni siquiera me acercaré al centro de la tierra. En esta quietud solo podré planear lo que hubiera sido la ruta que trazaba en mi imaginación. En esta prisión, ni la paz ni el desasosiego lograrán que me mueva.


Ahora decido morir en esta celda en la que tanto dolor he soportado y de la que sé que no saldré jamás. Dejo que todo siga su curso, sin interferir en ello, sin retrasar el trayecto del resto de ríos y del arroyo que ya transcurre con fluidez y un cierto ímpetu. Quizá llegue al centro de la tierra. Quizá toque el mar.


domingo, 23 de octubre de 2016

Notas de destino



Pilar salió de la facultad con las prisas que la persiguen a todas partes. Era miércoles y tenía clase de teatro. Bajó las escaleras corriendo para llegar justo al autobús de las seis. Hacía poco tiempo que vivía en la ciudad y que se desplazaba con transporte público en lugar de utilizar su coche. Todavía no había adquirido la suficiente agilidad para manejarse en aquellos vehículos colectivos. Sus pies iban al compás del imparable ritmo frenético de su mente, intentando alcanzar todas las tareas pendientes y acumuladas a lo largo de su vida. En ese vaivén, se dio de frente contra alguien y los papeles, ya algo desordenados que tenía en su carpeta, saltaron por el aire junto con los de aquel chico de nombre desconocido y ojos enigmáticos. Intentaron rescatar cada uno los suyos buscando la manera de poder apartar la mirada el uno del otro mientras sus manos se entrecruzaban invadiendo el espacio ajeno. Consiguieron balbucear un simple lo siento y continuaron cada cual su camino. Aprovechando el tiempo que le regalaba el trayecto decidió ordenar sus apuntes. La clase de hoy había sido muy interesante y le había dejado una lista de reflexiones en las que pensar. Abrió su dossier y lo primero que vio fue una hoja cuyas letras no eran suyas, pero le resultaban familiares. No recordaba que nadie le hubiese pasado apuntes últimamente. Se puso a leer sobre Nietzsche y su teoría del eterno retorno. Inmediatamente una mirada se posó sobre su memoria. Este papel era del desconocido que ahora ya tenía nombre. Roberto. Al menos ese nombre es el que figuraba garabateado en una esquina. Tenía la sensación de que lo conocía. Su letra, su mirada, había algo que la vinculaba con él. Pero qué era. Tenía que averiguarlo. Volvería al lugar del encuentro fortuito, porque había sido fortuito, ¿o no? Había alguna pieza que no encajaba bien en esta historia. Llegó a clase de teatro y abandonó por un rato esos pensamientos. Esa noche estuvo más nerviosa de lo normal, no lograba concentrarse, así que decidió irse a dormir. Se despertó sobresaltada en mitad de la noche. Todavía penetraba la luz de la luna por su ventana. Miró el reloj. Las cuatro y cuarto. Tenía la sensación de haber estado durmiendo una semana entera. ¿Qué la despertó así? No recordaba qué estaba soñando, pero algo le decía que este estado le fue otorgado a raíz del incidente en el que ese papel invadió sus notas o quizá ya desde unos instantes antes cuando unos ojos invadieron su cuerpo. Que algo la invadió era lo único que tenía claro. Al día siguiente a la misma hora estaba allí. No lo vio. Fue todos los días durante las siguientes semanas a la hora indicada. Sus ojos lo buscaban por alguna aula de la facultad. Llegó a convertirse en una obsesión. Buscó las clases donde Nietzsche podría ser el protagonista. Preguntó a sus propios compañeros hasta que no tuvo más remedio que desistir y dejar que el propio destino le mostrara el camino. Ella ya no era dueña de sus propios pasos.

Roberto acudía a la parada del autobús cada día, unos minutos antes de las seis. Desde que un día se encontró con una desconocida que le dejó entre sus papeles una nota con unos apuntes sobre Nietzsche y sus ideas sobre el destino y un nombre garabateado en una esquina. Pilar. Desde entonces supo que el destino tenía sus propias reglas. Aun así, él acudía a su cita, día tras día, sin verla. Después de varias semanas, decidió dejar una nota firmada en la parada del autobús. Lo siguió haciendo cada día y se propuso hacerlo durante tantas vidas como fuese necesario hasta encontrarla.

Hoy no tengo ganas de conducir, así que decido ir a coger el autobús para ir a clase de teatro. De camino iré leyendo el guion para entrar en materia. Mientras espero me quedo mirando el cartel con los horarios y justo al lado veo una nota pegada. Siento curiosidad. Me acerco a leerla. Y dice así: “Pilar, vendré todos los días de todas mis vidas a buscarte. Roberto”. Son las seis menos cinco. Alguien está mirando la nota. Me dirijo a él:

-Roberto?-pregunté algo desconcertada
-Hola Pilar, qué haces por aquí?-me contestó Roberto con una expresión de extrañeza.
-Hoy he cambiado mi ruta. Sueles coger este autobús?-intenté con esta pregunta averiguar si podría ser el autor de la nota.
-No. Hoy he venido casualmente por aquí. Vas a clase?
-Sí-contesto a secas.
-Te apetece que vayamos caminando? Todavía hay tiempo.-sugiere Roberto.
-Sería estupendo.-digo aceptando ese paseo y dejando la nota olvidada en aquella estación.

Roberto saca a relucir a Nietzsche. Me gusta la filosofía, me gusta cuestionar todo aquello que nos deja todavía perplejos ante las teorías que apuntan a ese eterno retorno y al destino. Miro a Roberto. Noto algo en su mirada que no había visto hasta ahora. Saca un papel de su carpeta para mostrarme unos apuntes que ha tomado hoy en su clase de filosofía sobre la teoría del eterno retorno. Me ha parecido curioso que en una esquina esté su nombre garabateado. Yo hago lo mismo en mis apuntes. Mis notas  de hoy eran sobre el destino. Nietzsche asegura que viene a buscarnos a cada paso. Yo no lo tengo claro.


miércoles, 19 de octubre de 2016

La Noria



Parecía que estaba parada, que esa noria en la que había subido estaba reduciendo su velocidad para permitirme bajar, aunque fuera para coger un poco de aire y seguir rodando. En cambio, no me atrevía a dar el paso cuando la enorme rueda se posaba delicadamente en la zona de peaje y apenas pasaba ese instante de duda sin arriesgarme a salir, subía otra vez. Me acerqué tantas veces sin sacar un pie y ponerlo en tierra, que llegué a pensar que jamás lo conseguiría y seguiría volando eternamente. Hasta que un día alguien me empujó y caí. Desde el suelo vi como se alejaba la cesta que me balanceó durante tanto tiempo y sentí un ligero temor que me colocó un suave nudo en el estómago. Mis manos tocaban un asfalto duro, sólido, frío, algo áspero, poco amable. En cambio me invadía una agradable sensación de libertad que aligeraba el peso de mi cuerpo llegando a percibir como se desplazaba de ese soporte rugoso sobre el que choqué. Observé algunos rasguños dibujados sobre mi piel, marcas de algo que probablemente debía recordar en un futuro. Era libre para emprender otro camino, para subir a otra atracción en la feria de la vida, eso sí, con plena conciencia de que el billete tendría una duración concreta, y que entonces, justo en ese momento, podría cambiar la dirección, bajar del cómodo asiento que me pasea y tocar tierra firme. Ese momento no deja lugar a dudas, ahí debes bajar, sin esperar a que alguien te empuje, sin dar tantas oportunidades que lo único que consiguen es seguir empañando el cristal de las gafas y apenas te permiten distinguir la realidad.

Hoy la vida me ha regalado un retorno que debería haber iniciado yo misma hace tiempo. El final del billete en la noria ha caído sobre mí para abrirme los ojos, pero no esos, si no los otros, los que no se ven a simple vista, los que ven justo cuando esos se cierran y no buscan fuera lo que está dentro. Los que no culpan a nadie de la caída ni del tormento, de la entrada ni de la salida, de la subida ni de la bajada, sólo ven en ello un reflejo de sí mismos.

Y me encuentro frente a una puerta con un letrero, “La boca de la verdad”. Entro. Sin dudar. Dejo mi billete a la entrada. Accedo a una sala en penumbra, con una luz tenue alumbrando hacia el centro, donde se encuentra una gran piedra, redonda, con unos ojos que me miran, con una boca abierta desafiándome a introducir mi mano allí, en ese agujero oscuro que asegura tener en su interior la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad, como si estuviese sentada en un banquillo sometida a un interrogatorio en el que, en lugar de responder, será el letrado el que me dará las respuestas a esas preguntas que torturan mi mente.

Introduzco mi mano, sin titubear. Espero hasta que escucho una voz que empieza a escupir palabras hasta dejarme completamente vacía. Palabras que van desagarrando pedazos de carne que estaban colgando en alguna parte de mi cuerpo. Flechas que me atraviesan, con significados obtenidos de unas letras engarzadas en esas puntas y lanzadas directas al centro de mí misma. Y una bala, llena de emociones retenidas tanto tiempo que se habían quedado podridas, que desprendían tanto olor, que no han conseguido el suficiente impulso para llegar a su destino con un disparo seco, y desinflándose, soltando todo ese hedor por el camino, la bala se ha detenido, ha quedado flotando, y finalmente, ha caído desplomada. Toda esa peste nauseabunda se ha ido evaporando, se ha difuminado con el aire y se ha disuelto en partículas tan diminutas que ya ni se pueden respirar.

Mi mano sigue allí dentro. La boca sigue descifrando a través de mis huellas, esas cicatrices que tengo en mi cuerpo, ya vacío, ya limpio, ya libre. La última exhalación fue una ligera brisa con olor a lavanda que me envolvió completamente, impulsándome a pasar a la siguiente prueba que la vida me tiene preparada. Un perfume me guía hacia la próxima estación. 

lunes, 10 de octubre de 2016

La imagen del horror

Sus ojos reflejaban el horror. Su imagen en el espejo no dejaba lugar a dudas. Estaba muerta. Retrocedió unos pasos, en una huida de sí misma, queriendo alejarse de ese momento y recuperar algunos trazos de su vida, pero había traspasado el fino hilo que la unía a ella. Quiso recuperarlo, como quien, con un gesto reflejo, rápidamente mueve el brazo para alcanzar ese objeto que tenía entre las manos y ahora flota en el vacío directo al suelo. Así se estrelló sin remedio en el vacío. Comenzó a flotar con una rapidez a contrarreloj que no le dejo más alternativa que continuar su vuelo contra el asfalto. Una vez allí su figura pasó a representar un dibujo en relieve, un cuerpo indefinido, roto, con líneas rojas de sangre que salían estampadas cual pincel que ha sacudido la pintura con rabia hacia el lienzo y deja salpicaduras por todos lados. Un golpe seco fue la herramienta que otorgó vida a ese cuadro, cuyo nombre se acercaba más a la muerte, en una contradicción común, de esas que suceden en cualquier disciplina que requiere una muerte para ver la vida, o del odio para amar, o de la alegría para llorar, o de la pasión para matar. Un cuadro sobre la muerte que anhelaba una pizca de vida, que sólo quería retroceder las manecillas del reloj un segundo antes de mirarse en ese espejo que le devolvió esa mirada llena de miedo y la hizo retroceder. No pudo definir qué la llevó a saltar el umbral de su ventana hacia ninguna parte, hacia lo desconocido, hasta conquistar el territorio más temido, la muerte. Solo recuerda el instante en que se miraba al espejo, llena de horror, y retrocedió unos pasos al verse sin vida, y se dejó llevar.



No son horas (E1)


No son horas. No creo que encuentres lo que viniste a buscar. El tiempo ha ido acomodando las cosas en su lugar y el reloj ha dado ya muchas vueltas, demasiadas. Los días de verano en la playa, los atardeceres que nos gustaba ver desde la terraza, los paseos cogidos de la mano y tantos otros momentos compartidos, se convirtieron en cenizas. Tuve que barrerlas y echarlas a la basura. Cada foto, cada carta, cada recuerdo, se transformaba en humaredas de polvo que se acumulaba por todas partes. Ya no podía ni respirar. El día que decidí sacudir toda la casa, abrí bien las ventanas y volaron tantas partículas como instantes almacenados en mi memoria. Entonces comprendí que no es el tiempo el que lo cura todo, es una decisión la que lo cambia todo, la que mueve las manecillas del reloj o las detiene hasta que los pulmones no pueden reciclar todo ese aire putrefacto y mueres por asfixia. Antes de que eso sucediera, conseguí movilizar el tiempo, formar paquetes con nuestra historia y hacerlos volar transformados en moléculas que, levemente, se elevaban y aprovechaban cualquier atisbo de viento para escapar de esas cuatro paredes donde la vida se les escabullía de las manos. No, no son horas, no encontrarás ningún objeto olvidado de aquel tiempo que nos unió, ni siquiera esa camisa que utilizaba para esperarte, sin ropa debajo, dejando entrever las líneas de mi cuerpo, y que tantas veces me quitaste, desabrochando uno por uno cada botón hasta que la urgencia superaba a la paciencia y hacías saltar los restantes por el aire y a mi sobre el sofá. Y los volvía a coser para que la próxima vez te armaras de entereza y volvieras a ejercitar la serenidad de verme a través de esas telas semitransparentes. Esa camisa que me dejaste para no irte del todo, que olvidaste en el armario cuando te fuiste dejando una nota en la nevera con un texto escueto y unos puntos suspensivos que querían decir adiós pero no se atrevían. Un texto que se me escurrió en los ojos, que se mezcló con tantas lágrimas que se convirtió en una masa pegajosa, ilegible, una bola de papel mojado que no servía para nada, ya ni siquiera podía absorber las pocas gotas ligeramente saladas que pretendían salir al exterior. No son horas de llamar al timbre y despertarme a un pasado que borré. No son horas de lamentarse, ni de justificaciones absurdas. No son horas de continuar la historia que abandonaste una mañana fría de invierno en la que los escalofríos no dejaron de acompañarme, confirmando tu ausencia. Era invierno, un invierno frío, el invierno más frío que nunca he vivido. La cobardía no te dejó esperar al desayuno y explicarme aquellos puntos suspendidos en tu boca, aquellos interrogantes que sabías que lanzaría en tu taza de café, aquellas esperanzas que no podías untar en las tostadas, aquel amor que ya no endulzaba la comida. No pudiste afrontar mi mirada y emprendiste la huida sigilosa en la madrugada de una noche fría, dejando un espacio vacío en la cama junto a mí. Un vacío helado. Una figura de hielo que finalmente se derritió un verano, cuando la saqué al jardín y el sol no pudo esquivarla. No son horas de volver, de remover, de hurgar, de levantar polvo otra vez. La casa ya está limpia, no queda ni rastro de lo que un día fue. No queda nada. No son horas de nada. No encontrarás nada aquí. No son horas.

martes, 27 de septiembre de 2016

Entropía


Imágenes obtenidas de Galeria Imprevisual. Exposición de Araceli Carrión. Inspiración de los textos y montaje de las imágenes expuestas, por mí misma, gracias a esta exposición.

Versión prosaica:

Hoy ha sido un día de esos en que todo sale del revés. Cansada, agotada, exhausta, he recordado que había una exposición en la Galería Imprevisual, Entropía, de Araceli Carrión y me he dado permiso para perderme un rato por un lugar donde extraviar mi mente ruidosa y dejarme llevar por el arte, en lugar de irme a casa y zambullirme en la cama sin preámbulos.
Entro en la galería y nada más ver los cuadros de Araceli me quedo atrapada. El título de la exposición, Entropía, refleja mi propio estado, el caos, el desorden. Y según voy avanzando en la obra, voy descubriendo aspectos de mi misma que no tenía presentes y algo empieza a ordenarse en mi interior. No sé exactamente de dónde proviene ese orden que empieza a apoderarse de mí.
La primera obra que veo se titula “Caos”. Justo ahí algo se activa en algún lugar recóndito de mi mente, o quizá de mi cuerpo, no lo sé, y como un espejo me devuelve una bofetada. Es un caos lleno de vida, hay tanta simetría como irregularidad, hay tanta luz como oscuridad, pasando por todos los tonos y formas, impactando en mi rostro, un calor interno asciende desde mis entrañas hasta mi cabeza y se concentra en un punto. Y se inicia todo. Comienzo a ver elementos rescatados de otros tiempos en esa marabunta aglomerada. Y noto una ligera brisa por mi espalda que no proviene de ese lugar agolpado de objetos, más bien ha sido un roce casi imperceptible que el rastro de alguien ha dejado tras de mí, formando un conjunto perfecto, diagrama que me invita a continuar la serie. La siguiente pintura aparece como una plegaria ante mis ojos. Dejo mis miedos encerrados en esa jaula. Los miro fijamente. Me abstraigo hasta que se difuminan y desaparecen cediendo el paso al próximo lienzo, en una diástole sostenida, y observa cómo se despliega su ser, a corazón abierto, en una entrega absoluta. Ya desde otro lugar, empieza a sentirse como una niña y sonríe y la sobresalta una imagen,  en la que el bien y el mal forman una sola figura. Se reconoce. Empatiza tanto con la grandeza universal como con el delirio profundo que se mece en los brazos de algún dios, un oxímoron perfecto, en completa armonía, sin atisbos de imperfección. Como es arriba es abajo. La simetría exacta lo envuelve todo.  Entonces se viste de gala y acoge en su regazo al caos que en un primer momento la dejó abatida y lo usa para engalanar su vestimenta. Feliz, se propone recorrer nuevos caminos en la dualidad de la vida, cuerpo y alma juntos en un viaje a lo desconocido. Y al fin, el orden completo, todo encaja en su lugar, lo grande y lo pequeño, como un puzle, donde lo aparente se confunde con lo real, y lo absoluto con lo relativo, como la vida con la muerte, la belleza con la fealdad, lo distinto con lo similar, un todo armónico. Fin del recorrido entrópico. El miedo y el amor se unen y ya no hay distinción entre ellos, una efigie se eleva con las dos caras superpuestas. Los ojos del amor tranquilizan al miedo y los ojos del miedo serenan los arrebatos del amor.

Salgo a la puerta a respirar un poco de aire y entonces, lo veo. Era su brisa la que recorrió mi espalda. Su piel la que rozó mis pensamientos. Sus manos las que tocaron mi corazón. Su boca la que ahora, se choca contra la mía.

Versión poética:

Desorden, caos desordenado, entrópico, atípico, o típicamente atópico.
Caos que se amontona, que se agolpa, caos, desorden amontonado.
Ruegos, plegarias, para que este caos atópico desaparezca, que se vaya,
Orden, quiero orden, ofrendo mis miedos al caos, al dios del caos, los dejo,
Los miro, los dejo, encerrados en esa jaula, adiós, se disuelven, los miedos.
Movimiento, palpitación, un corazón, en diástole sostenida, se relaja,
Esperanzas, ilusiones, perfecciones imperfectas, armonizadas, realzadas, vivas.
Una niña, juega, ríe, canta, una niña que vive, que juega, ilusionada,
Mujer y niña integradas en la dualidad, grande y pequeño, ilusión y realidad,
Un vestido de fiesta, celebración dual, caos y orden, desorden y paz, unidad,
Vida y muerte, sueño, sueño profundo, despertar al mundo, perfección y orden,
En el desorden. 

viernes, 23 de septiembre de 2016

Ruidos RaRos, desde Hacía un ruido de María Salgado

Inspirada en María Salgado y en su libro Hacía un ruido (Frases para un film político) sigo tentando a mi imaginación, esta vez, al estilo poético, contemporáneo, experimental, no sé muy bien. 

La presentación del libro de María Salgado con su recital inspira a cualquiera. Salí de allí con una energía desconocida, un mundo por descubrir, como una niña y un juguete nuevo, al que sacarle todo el provecho. 

Esos textos del ruido, en la boca de María, con el sonido de las cuerdas vocales que danzan con cada palabra, que extraen notas de otros lugares más profundos, y salen disparados al exterior, colapsando con cada oído que, expectante, no sabe bien qué va a pasar, y sucede, de repente, un choque frontal, la opacidad está ahí y tenemos un reto: chocar. Solo apareceremos cuando logremos chocar. Entonces la ecuación se resolverá, la incógnita tomará un valor, nosotros.


Y ahora os dejo con mis Ruidos RaRos:

Había un ruido, un ruido ensordecedor, que enmudecía mi mente
Allí, lejos, entre las nubes, un ruido.
Ruidos, un ruido, un ruido roído, un ruido raído, un ruido raro.
Ristras de ruidos, acudiendo en masas,
Masas de ruidos.
Me alejo.
Ahora son murmullos.
Están cerca. Me hablan al oído. Susurros.
Susurros que murmullan, mascullan, musitan,
Susurros que susurran un ruido lejano, un ruido distante,
Un ruido distante y presente, un ruido que susurra a mi oído,
Frases de un tiempo que se evaporó, un ruido perdido.
Un ruido extraño que golpea contra un espejo, y rebota,
Un ruido futuro, hablando de un ruido pasado, ruidos al fin y al cabo,
Ruidos raros.

martes, 13 de septiembre de 2016

La araña



Ella sospechaba que algo ocurría con aquel hombre, su mirada, sus gestos, incluso sus palabras cada vez que conseguía acercarse a ella, salían lanzadas como puñales que se iban colocando a su alrededor, como en un número circense, dejándola completamente atónita. Esa sensación elevada al cuadrado fue la que tuvo cuando, de repente, un día, él se acercó y la besó sin titubear. Fue justo en ese momento cuando se convirtió en araña. En línea de defensa, sabía que algo no encajaba pero se dejó mecer por esa musicalidad que la rodeaba. Algo imperceptible y viscoso la envolvía y en sus intentos de escapar, lo que hacía era tejer una gran tela de araña donde, enredada en una maraña de deseos, atracción y sexo, era la reina. Se hallaba pegada a esa red circular, cada vez más grande, pero la acuciaba una lucha interna que igual que la expelía hacia fuera buscando una salida, la traía de rebote nuevamente hasta el mismo centro, como si tuviese atada una fina cuerda elástica que no le permitía quedarse en los confines de esa red, una vez despegados los pies de ella. En esos retrocesos se chocaba de bruces contra un muro infranqueable creado por ella misma. Un bonito muro, rodeado de cariño, ternura, detalles, palabras románticas, abrazos, besos, sexo, que la hicieron confundir aquella farándula con algo cercano al amor. Ocho brazos que le daban seguridad y en ese pedestal que ocupaba, pudo representar su papel brillantemente. Se aferró a esa obra teatral confundiendo realidad y fantasía y no supo diferenciar la verdad de la mentira y así, continuó tejiendo ese gran embuste, creyendo ser la protagonista de una historia inventada, idealizada. Hambrienta de amor se satisfizo de deseos, de sexo, de abrazos y besos, que la distraían de ese anhelo superior. Y volvía a vaciarse cada vez que se entregaba, cada vez que su cuerpo era ofrenda para el rey. El rey la observaba. Su tristeza no se podía disimular. Quería mantener a toda costa la gran interpretación en el escenario, porque sabía, lo sabía con una certeza absoluta, que si dejaba de actuar, ella desaparecería de su vida. El miedo les rondaba a los dos. A ella por la inseguridad de su soledad. A él por ver su ilusión esfumarse. El amor no tenía cabida. En una de tantas vueltas que iban dando en esa malla de hilos cada vez más finos, cayeron a un vacío del que ya no pudieron regresar. El escenario no se perdió detalle de la gran interpretación y dejó anotadas todas las escenas en un guion improvisado. Después de la función, la araña se desprendió de su traje, avergonzada de su papel. Rompió en mil pedazos las láminas donde fue escribiendo mientras actuaba. Se dio cuenta de que fue una escena más de su vida, que cada ocasión era propicia a una representación donde la verdad jugaba al escondite, dejando opción sólo a la mentira.

Epílogo:

El rey apareció en su vida para mostrarle el camino. Si no fuera por él no lo habría encontrado. Él la transformó en araña. Por eso le está eternamente agradecida.


La Araña