martes, 13 de septiembre de 2016

La araña



Ella sospechaba que algo ocurría con aquel hombre, su mirada, sus gestos, incluso sus palabras cada vez que conseguía acercarse a ella, salían lanzadas como puñales que se iban colocando a su alrededor, como en un número circense, dejándola completamente atónita. Esa sensación elevada al cuadrado fue la que tuvo cuando, de repente, un día, él se acercó y la besó sin titubear. Fue justo en ese momento cuando se convirtió en araña. En línea de defensa, sabía que algo no encajaba pero se dejó mecer por esa musicalidad que la rodeaba. Algo imperceptible y viscoso la envolvía y en sus intentos de escapar, lo que hacía era tejer una gran tela de araña donde, enredada en una maraña de deseos, atracción y sexo, era la reina. Se hallaba pegada a esa red circular, cada vez más grande, pero la acuciaba una lucha interna que igual que la expelía hacia fuera buscando una salida, la traía de rebote nuevamente hasta el mismo centro, como si tuviese atada una fina cuerda elástica que no le permitía quedarse en los confines de esa red, una vez despegados los pies de ella. En esos retrocesos se chocaba de bruces contra un muro infranqueable creado por ella misma. Un bonito muro, rodeado de cariño, ternura, detalles, palabras románticas, abrazos, besos, sexo, que la hicieron confundir aquella farándula con algo cercano al amor. Ocho brazos que le daban seguridad y en ese pedestal que ocupaba, pudo representar su papel brillantemente. Se aferró a esa obra teatral confundiendo realidad y fantasía y no supo diferenciar la verdad de la mentira y así, continuó tejiendo ese gran embuste, creyendo ser la protagonista de una historia inventada, idealizada. Hambrienta de amor se satisfizo de deseos, de sexo, de abrazos y besos, que la distraían de ese anhelo superior. Y volvía a vaciarse cada vez que se entregaba, cada vez que su cuerpo era ofrenda para el rey. El rey la observaba. Su tristeza no se podía disimular. Quería mantener a toda costa la gran interpretación en el escenario, porque sabía, lo sabía con una certeza absoluta, que si dejaba de actuar, ella desaparecería de su vida. El miedo les rondaba a los dos. A ella por la inseguridad de su soledad. A él por ver su ilusión esfumarse. El amor no tenía cabida. En una de tantas vueltas que iban dando en esa malla de hilos cada vez más finos, cayeron a un vacío del que ya no pudieron regresar. El escenario no se perdió detalle de la gran interpretación y dejó anotadas todas las escenas en un guion improvisado. Después de la función, la araña se desprendió de su traje, avergonzada de su papel. Rompió en mil pedazos las láminas donde fue escribiendo mientras actuaba. Se dio cuenta de que fue una escena más de su vida, que cada ocasión era propicia a una representación donde la verdad jugaba al escondite, dejando opción sólo a la mentira.

Epílogo:

El rey apareció en su vida para mostrarle el camino. Si no fuera por él no lo habría encontrado. Él la transformó en araña. Por eso le está eternamente agradecida.


La Araña

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