martes, 28 de marzo de 2017

LA FLOR DEL DIABLO




Indice












PEDÍCULO

Estoy aferrado a este lugar, sin poder moverme. Clavado en esta mesa horizontal. Me es indiferente si el colchón es mullido o duro, frío o caliente. No siento nada. Pero me pica. No puedo rascarme. He aprendido a no sentir. Pero me duele y veo. Veo las montañas a través de la ventana. Mierda. Yo quisiera estar ahí, en esa cima, o en cualquier otra, o en cualquier otro lugar. Menos aquí. Salir. Respirar. La putrefacción de mi alma ha comenzado su propio proceso. Mis pies también lo hacen, podrirse, digo, poco a poco, de impotencia. Desde aquel día. En aquella carretera. Solo quería adelantar, con las prisas de verte, de llegar a casa después de un día agotador de trabajo. No estaba cansado. Solo quería ver tus ojos. Tocarte. Tenerte entre mis brazos. Perdóname. Ahora sólo soy un parásito. Me alimento de ti.

PERIANTO

Cáliz

Miguel está tumbado, con los ojos cerrados, una lágrima tímida resbala alrededor de su mejilla. Sigue inmóvil, como siempre. Ha suplicado a Dios ayuda. Ha pasado mucho tiempo y no lo soporta más. Solo desea abandonar este mundo. Pilar no lo duda ni un instante.  Sabe que si una mínima duda se vertiera en su pensamiento, no tendría el valor para hacerlo. Lo ha visto sufrir demasiado tiempo. Saca de su maletín la jeringuilla, la prepara en un momento, le da un beso y la inserta en la vena basílica sin titubear, presiona la parte posterior y todo el líquido queda depositado en el interior de Miguel en un abrir y cerrar de ojos. Se imagina el recorrido del barbitúrico hasta las entrañas de ese cuerpo inerte, que apenas le quedan fuerzas de llorar. A Miguel no le da tiempo de sentirlo. En milésimas de segundos ha llegado al corazón y ha colapsado todas las señales de vida al resto de órganos. La lágrima empieza a secarse. Y ya no habrá más. La timidez se ha ido.

Tomad y bebed todos de él porque éste es el cáliz de mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por vosotros y por todos los hombres, para el perdón de los pecados. Haced esto en conmemoración mía.

Estas palabras resonaban en su mente. Lo aturdían. Sabía que tenía que hacerlo. Había estado hablando con Dios. Eres mi hijo, actúa como tal. Siempre había intuido que era alguien especial. Consagró su vida a Dios desde muy joven. En silencio. Lo otro era imposible. Seguía sus propios rituales nocturnos, orando. Y lo sabe, está seguro de que ahora, como hijo de Dios, es responsable de la salvación del mundo, y procede cuidadosamente a verter su  propia sangre en esas copas, junto al vino, para despedir a Miguel. Es el momento de rezar por él. Su amigo Miguel. De despedirlo siguiendo sus últimas voluntades, él y las pocas personas que significaron algo para Miguel. De joven tenía muchos amigos, pero la desidia los ha ido reduciendo a sólo unos cuantos. Que ahora se reunirán para decirle adiós.

Corola

Estamos aquí reunidos para despedir a nuestro amigo Miguel. Oremos por sus pecados. Y por los nuestros. Tomemos el cáliz de la salvación para que su alma sea redimida y alcance el cielo, junto a Dios Padre, todopoderoso. Alcemos nuestras copas. Y brindemos por Miguel. Tomad y bebed todos de él… Carlos piensa en Miguel y en todos los años que han compartido tanto. Mientras bebe su propia sangre, junto al resto, piensa en irse con él.

Pilar conecta los altavoces y comienza a sonar la canción, último deseo de Miguel: The show must go on… No cree en Dios, pero coge su copa y bebe el líquido de un trago. No está para nimiedades. Lo prolijo le da repelús. No lo puede soportar. Sin terminar la canción, abandona ese lúgubre lugar. Sale a la calle. Respira. Tiene toda la vida por delante. Efectivamente, el teatro de la vida debe continuar. No sabe cómo. No sabe nada. Camina sin parar. Le gustaría correr. Y corre. Se aleja todo lo que puede.

ANDROCEO

Joder. He estado esperando este momento toda mi vida. Está ahí, vestido con unos pantalones tejanos, medio rotos, ese suéter que le cubre un pedazo de pantalones, más de una parte que de la otra, esa barba, de hace días sin afeitar, que me enloquece, que le da ese toque bohemio, desenfadado, que me pierde, y esos ojos, que me incitan a sobrepasar los límites de cualquier petición diabólica que esa boca me pida. Se acerca. Es alto. Mis tacones me permiten llegar a un punto en el que puedo oler su deseo y unirlo al mío. Me había imaginado este momento de muchas maneras, pero ahora, que tengo su lengua en mi boca, y sus brazos, fuertes me elevan hasta encajar mi cadera en su cuerpo, se me borra cualquier imagen anterior, pura ilusión, para dejarme llevar, para bajar hasta el mismo infierno, jardín de las delicias, de las tentaciones. Y me rindo a sus pies. Quiero saborear el infierno. Me dispongo a pecar. Le quito la camiseta. El tatuaje de una flor me sorprende en su pecho, cerca del corazón. No es una flor común. Tiene algo de misterioso, rozando lo tenebroso. La flor del diablo. Lo miro a los ojos. Una dulzura perversa me invade a través de su mirada. Me dejo llevar. Estoy dispuesta a bajar a las profundidades. ¿Es allí donde encontraré la respuesta?

GINOCEO

Es una muñequita. Joder. Voy a tratarla super bien, leche. No quiero que me pase como con las otras. Esta es diferente. Se me pasa por la cabeza hacerle de todo, hostia. Para loco. Es una dama. La vas a tratar como se merece. Como una princesita. Eso es lo que es. Aparte de preciosa. Es lo que querías ¿no? Una mujer como Dios manda. Me deja embobado cuando me habla, con ese tonito pijo, con sus escritos y sus poemas que los haré canciones y le pondré musiquita con mi guitarra. Vas a ver cómo nos lo pasamos. Si es que le tengo unas ganas que para qué. Mírala. Me la voy a comer. Imposible parar.  Le quito la ropa. Entonces la veo. Esa marca. Es una cruz. En el centro del estómago. Un lugar extraño. El plexo solar. El centro. Dios me habla a través de ella. Es un estigma sagrado. Lo recorro con mis labios. Y cojo a mi muñeca en brazos. Voy a ver el cielo. Con ella. Me mira. Esa mirada, dulce y amarga al mismo tiempo. Es como si pidiera ayuda. No sé qué puedo darle yo. No tengo nada, pero se lo daré todo. Subiré al cielo si hace falta. Saldré de ese agujero y volaré con ella. ¿Es eso lo que tengo que hacer?

LA FLOR

El cielo y el infierno son una misma cosa. Ambos están en todos y cada uno de nosotros. Después de vivir un infierno, previo cielo con Miguel, corrí, mucho, demasiado, caí en las garras de muchos depredadores. Quise recuperar todo ese tiempo muerto, estancado, que empezaba a oler demasiado. Carlos, que siempre ha estado a nuestro lado, y que tan amablemente se ofreció a guiar el ritual sagrado para despedir a Miguel, se suicidó esa misma noche. Siempre he pensado que estaba un poco loco, pero ahora creo que sencillamente estaba enamorado. Yo lo estuve, de Miguel también, pero los últimos años el amor se escapaba por cualquier rendija. Me sentía culpable. Quería más. De todo. Él no me lo podía dar. No me podía dar nada, sólo palabras, de dolor. Eso no me servía. Necesitaba ver la luz. Me pidió encarecidamente que le diera fin a su vida. No me sentía capaz. Pero finalmente lo hice. Yo tampoco podía más. Ahora, después de un tiempo corriendo, te encuentro. No sé si eres tú. Lo que te rodea parece el infierno, pero tus ojos me dicen que el cielo está ahí dentro. Yo también tengo un infierno. Lo verás aparecer en algún momento. Quizá. Sé que quiere salir. Lo necesita. Liberarse. ¿Para eso has venido? Esa flor maléfica que llevas en el corazón no es más que una aclamación. El cielo y el infierno se pueden unir. Son una misma cosa. Las dos caras de una moneda.


domingo, 26 de marzo de 2017

Entre telas




Se despertó entre unas suaves y ligeras sábanas de raso, esa tela que aportaba una frescura especial en las calurosas noches de verano aquí en Casablanca. Mohcine estaba ahí tumbado junto a ella, su brazo, negro, fuerte, la rodeaba por la cintura, cayendo como un tul que sabes que está ahí, aunque no pesa nada. Se dio la vuelta para verlo. Sus gruesos labios reposaban sobre su hombro y comenzaban el ritual de vestir su cuerpo, a besos, ahora que el sol empezaba a arrojar los primeros rayos permitiéndoles vislumbrar sus siluetas desnudas bajos los frescos tejidos. Hilvanaba pensamientos que la llevaron a su llegada a este país. Había venido muchas veces con su padre, acompañándolo en esos viajes de negocios, en los que compraban grandes cantidades de telas que luego vendería en el resto del mundo. Ella se perdía entre los colores que tintaban cualquier tapiz, alfombra o chilaba, por poner algún ejemplo. Su vida era un telar de idas y venidas a esta ciudad de algodón. Así la imaginaba cuando volvía a su casa, desde París, que pese a evocarle a la muselina, por sus finos lugares, requería la moqueta para notar la calidez en que la envolvía Anfa, como le gustaba nombrar a esa ciudad mágica pintada sobre un óleo, irreal. Su madre murió cuando ella era pequeña. La recuerda pálida, embutida en paños aterciopelados que le aportaban unos grados más a su cuerpo, frío. A Mohcine lo conoció en uno de esos talleres del zoco, donde trabajaba con su familia. Jugaban mientras sus padres tomaban un té con hierbabuena. El aroma que desprendía ese líquido transparente como la gasa, dejaba entrever entre esos dos niños, ya casi unos adolescentes, una atracción que los unía como un ovillo de lana, como estaban ahora, en ese amanecer que despuntaba alejado del mundo cruel que pretendía desenmarañarlos. Se habían convertido en madeja para no dejar pasar a nadie. No los comprendían. Sus dioses eran distintos. Uno hecho de felpa, otro de lino. Cosían deseos para poder estar cerca. Pespunte a pespunte lograron quedarse tan pegados, que en uno de esos viajes, Anne no regresó a Paris. Nadie dijo que la vida en Anfa fuese como llevar una prenda de tafetán, de esas que luces con los vestidos de gala en las noches de París, o de cualquier otro lugar de telares exquisitos. Nadie dijo nunca que vivir fuera fácil. Vivir es engalanarse con palabras de amor, cubrirnos de preciosa pasamanería, bordar nuestros actos con delicadeza, pero también hay que cortar la tela, ese rollo interminable de metros no te lo puedes echar encima, hay que rajarlo, en un punto, en su medida, dejando el resto para otros menesteres. Su padre dejó de venir, se quedó en un retal de esos que pasaron a formar parte de una gran telaraña de recuerdos. Iba partiendo la pana en cada negocio que hacía, y en una de esas hazañas partió los hilos que los unían. Sintió el corte, ese desprenderse de la bobina de hilo, para pasar a formar parte de otro lugar, enhilar una aguja y tejer un nuevo hogar. Mohcine le susurró al oído las palabras que sonaban a seda afiligranada, que no se cansaba de repetirle, تي أمو, cada mañana. Esas que ni siquiera hacía falta que las dijera porque las podía leer en sus ojos, que se abrían como unos visillos que descubren la ventana. Pensó en cómo sería su vida en otro lugar, una vida con tejanos y camisetas pegadas al cuerpo, con minifaldas ciñendo las caderas, con medias semitransparentes y botas de cuero, con gorros de lana y bufandas y guantes y abrigos, que no te dejan transpirar. Entretelas, dobleces, refuerzos, rellenos. Demasiados atuendos para alguien que se ha acostumbrado a ir desnuda.

martes, 21 de marzo de 2017

INSTRUCCIONES PARA FREIR UN HUEVO

Plagio a Cortázar (Dios me perdone)



Es importante sentir una ligera sensación en el estómago antes de proceder con las instrucciones siguientes. Generalmente esa sensación suele llamarse hambre, pero también puede ser simplemente la necesidad de saciar un capricho de satisfacer el gusto de saborear este delicioso plato, porque sí.
En primer lugar, y una vez llegada la sensación anteriormente mencionada, es necesario comprobar que se dispone de, al menos, un huevo por comensal. En el caso de estar solo será suficiente con uno o dos huevos. En caso de no disponer de huevos, habrá que ir a la huevería a por ellos. En casos extremos, donde la urgencia prevalezca, y sea costoso, en tiempo sobre todo, desplazarse al lugar indicado, se sugiere pedir prestado el huevo al vecino (para ello seguir las instrucciones de cómo pedir prestado al vecino alimentos u otros menesteres con carácter urgente, que lo podrán encontrar en la sección de emergencias del manual de instrucciones que tiene entre manos).

Una vez tengamos el huevo a nuestra disposición, nos dispondremos a realizar los siguientes pasos:

·       Colocará sobre el fogón una sartén del tamaño adecuado al huevo. Es importante que no sea demasiado grande ni demasiado pequeña para que el huevo quede perfectamente encajado y cubierto con el aceite caliente.

·       Encenderá el fogón una vez depositada la sartén sobre él. Para ello es conveniente seguir las instrucciones del fabricante, o en caso de tener experiencia y conocer el funcionamiento a la perfección, por haberlo hecho usar en repetidas ocasiones, seguir el instinto inconsciente que le hará encender el fuego, o la placa eléctrica, según su caso.

·       Inmediatamente, y sin perder tiempo, echar un chorro de aceite virgen extra de oliva sobre el fondo de la sartén, de manera que quede totalmente cubierto por el aceite y sirva de pequeña balsa al huevo que posteriormente pondremos sobre él.

·       Dejaremos que el aceite se caliente durante un minuto aproximadamente, momento en que parecerá que comience a salir un pequeño rastro de humo, signo inequívoco de que debemos proceder de manera extremadamente urgente en depositar el huevo sobre el aceite caliente, antes de que la temperatura del aceite alcance grados demasiado elevados e incurramos en un peligro de salpicaduras y quemaduras y el consiguiente riesgo de no poder disfrutar del plato que previamente hemos deseado para saciar nuestros deseos estomacales y gustativos.

·       Cogemos cuidadosamente el huevo con una mano, puesto que es un alimento delicado, y en caso de opresión excesiva, puede romperse y estallar en el vacío, no llegando a su destino. Le daremos un pequeño golpe en el borde de algún objeto, pudiendo utilizar para ello la propia bancada de la cocina. Se recomienda no utilizar la sartén con el aceite prácticamente hirviendo ya, si uno no ha agilizado el proceso que nos ocupa, por exceder los límites del peligro.

·       Hay que tener especial agilidad en posicionar el huevo encima de la sartén, una vez efectuado el golpe, puesto que, al abrirse la cáscara, caerá desplomado el huevo, que consta de dos partes, clara y yema.

·       En caso de no ser cuidadosos, la yema puede sufrir desperfectos y quedaría mezclada con la clara, con lo que pasaríamos a realizar otra receta que no es la que nos ocupa, siendo el resultado un revuelto en lugar de un huevo frito, que si bien resulta también delicioso, no ofrece las mismas características que la receta en cuestión.

·       Si hemos realizado el proceso anterior correctamente, el huevo habrá caído sobre el aceite bien caliente y empezará a coger un color blanquecino en la parte de fuera, manteniendo un amarillo anaranjado fuerte en la parte central, que estará más abultada.

·       Se sugiere ayudarnos con una paleta para salpicar todo el huevo con el aceite que hay alrededor y así dorarlo al gusto.

·       Cuando los bordes de la parte blanquecina, llamada comúnmente clara, empiecen a convertirse en un hilito ligeramente marrón dorado, es el momento de sacar el huevo de la sartén y depositarlo en un plato.

·      Para ello utilizaremos la paleta anterior y la pasaremos cuidadosamente por debajo del huevo.

·      Cuando el huevo esté perfectamente encajado en la paleta es el momento de desplazarlo y colocarlo en el plato.

·       Pondremos una pizca de sal sobre el huevo para potenciar su sabor.

·       Se acompañará de un trozo de pan para poder mojar la parte anaranjada, llamada comúnmente yema, que es la parte más jugosa, y que combinada con la miga de pan, provoca efectos de puro placer cuando lo introducimos en la boca y procedemos a masticar y mezclar con los jugos salivares.

·      Repetiremos el proceso hasta que no quede ni rastro de clara ni yema en el plato.



En caso de haber pedido prestado el huevo al vecino, lo tendremos en cuenta para devolvérselo en cuanto logremos ir a la huevería y abastecernos de suficientes huevos para los próximos días, último paso del procedimiento de pedir prestado al vecino cualquier alimento de manera urgente. Es importante este punto, para, en el caso de volver a necesitar algún otro alimento, y no disponer de él, nuestro vecino se muestre benevolente y nos lo preste sin resquemor alguno, cosa que pondría en riesgo absoluto un futuro plato que nos apetezca y no hayamos previsto en nuestra lista de la compra.

lunes, 20 de marzo de 2017

Un regreso imprevisto




Para implorarle que vuelva a casa se dispuso tranquila a cortar una cebolla. El objetivo es sencillo: llorar. Sabía perfectamente que sin lágrimas no podría obtener la recompensa. La cortó en rodajas y empezó a picarla... fuertemente hasta que la cebolla, indulgente, se convirtió en una masa espesa y uniforme. Desprendió todo su picor. Hizo todo lo que pudo, pero no logró arrancarle ni una sola lágrima. Arrepentida de su propia mentira, y con cuchillo en mano, empezó a implorarse a sí misma su propio regreso a casa. Pensó en hacer la maleta, pero allí donde iba no la iba a necesitar.

sábado, 11 de marzo de 2017

La mariposa azul

-Montaña primera-

Lo conocí en uno de esos programas de contactos, me sugirió contestar a su mensaje si me apetecía, después de halagar mi perfil, ese lugar en el que todos ponemos las cosas que más nos enorgullecen de nosotros mismos, aunque sean malas, a veces somos capaces de sentirnos de lo más satisfechos con alguna cualidad nuestra que más bien sería un defecto, que no lo queremos ver así, quizá porque en algún momento nos ha servido de algo, un ascenso, protagonismo en una reunión de amigos, cualquier cosa que nos haya hecho sentirnos volar, es decir, ir más allá de lo que nos hubiésemos imaginado, y entonces, en ese perfil, lo ponemos esperando que algo así suceda otra vez, y sucede, siempre sucede que alguien lo ve interesante, y se pregunta qué podría pasar si ese defecto pudiera tenerlo entre las manos, moldearlo, amasarlo, y si llegado el momento no es lo que esperaba, aplastarlo, pero eso ocurre en la imaginación, es un pensamiento fugaz que se mece y solo aparece en los instantes en los que el balancín cruza una línea, pero el balancín va y viene, y la línea está ahí, esperando que llegue, y entonces, entre idas y venidas llega la contestación, y ese pensamiento se transforma, llega nueva información que provoca una metamorfosis,  como esa mariposa azul que tienes en tu perfil, y, sorprendentemente, cuando estabas casi a punto de aplastarlo, el defecto claro, pues la historia se estaba forjando en un universo paralelo, donde la cita ya se había producido, y te estaba sacando de quicio, pero ahora no, ahora todo es diferente, una nueva palabra, en un idioma que no entiendes, aunque sepas hablar muchos, ya que has dedicado muchos años a aprender varias lenguas en un intento de entender el mundo, pero ahora te encuentras con un lenguaje desconocido, que no tiene reglas gramaticales, y te lanzas a esa aventura, como una más de tu vida, pero no lo es, subes a una montaña, con esa chica del programa, sabes que algo está ocurriendo, un águila os visita, justo después de que tú la nombraras, os anuncia algo,  no lo entiendes, ella tampoco, pero estáis bien, mejor de lo que esperabais, quizá porque después de todo, dejasteis ambos las expectativas a un lado y preferisteis ser vosotros mismos, sin pretender subir demasiado, ya estabais en la cima de esa montaña, donde tú has ido tantas veces, donde has soñado y compuesto poemas, proyectando al futuro esos anhelos, sin darte cuenta has mostrado una parte de ti a una desconocida, a la que has estado a punto de aplastarle un defecto, que ahora no ves, porque la ves a ella, ahí sentada en esa piedra, hablando de cosas que de verdad te interesan, y piensas, qué suerte, pero todavía no sabes que ella piensa lo mismo, no es fácil encontrar a alguien que te comprenda tan bien, y que además lo haga en varios dialectos, ella se asombra, las últimas experiencias en las que una flecha ha intentado conquistarla han sido demasiado deprimentes, frases traspasando su cuerpo, directas como un puñal, y para despejar dudas, fotos que franqueaban la frontera del erotismo, pasando a ser pura pornografía, llegó a sentir asco, quiso rescatar una esperanza, sacada del abismo, de lo más hondo, y ahí está ahora, en lo alto, no toca el cielo porque tiene miedo, no quiere estropear lo que parece ser perfecto, a él le sucede algo similar, y se despiden después de haber pasado siete horas juntos con la sensación de haber tomado un café rápido, queréis que suceda algo más, pero, no sé, quizá es pronto, precipitarse no es lo mejor, piensa ella, ha tenido alguna experiencia demasiado impulsiva, no muchas, no es algo que le guste, lo detesta, pero ha tenido que hacerlo para abrir un camino que estaba lleno de ramas, como un bosque salvaje, como en esa bajada de la montaña, y después de apartar arbustos y espinas, ha aparecido un sendero, y ahí estás tú, para darle la mano, para ayudarla a bajar y caminar por la vida, no se sabe cuánto tiempo, el futuro no existe, y ahora lo que importa es que habéis llegado hasta aquí, y que os veréis otro día, pero no podéis reprimir ciertas cosas que suceden por ahí dentro, que os están devorando las entrañas, y en la impaciencia, empezáis a soltar palabras esparcidas por mensajes de WhatsApp, escritas, escribir es más fácil, pero cuidado, esa herramienta que quiere facilitar la comunicación, acercar las personas, no se sabe muy bien si lo hace o no, porque a veces sucede lo contrario, y malentendiendo emoticonos y signos de interrogación, se tergiversan conversaciones que van a parar a la basura,  pero no es el caso que nos ocupa, porque el lenguaje que estáis hablando os acerca, hay algo que os conecta, que os facilita la comprensión, son como notas musicales, tú entiendes bien de esto, la música y tú os conocéis desde siempre, y sabes interpretarla, descodificarla, y esa traducción de notas musicales lo que os provoca es quedar otra vez, querríais que fuese ya, pero no puede ser, y la cita llega por fin, ya no iréis a la cima, estaréis en un lugar íntimo, donde poder practicar esos signos universales, y comprobar si realmente estáis en lo cierto, si eso que sentíais ahí en lo alto, lo sentís también a ras de suelo, y lo es, sucede, vuestras bocas pierden el poder de hablar porque necesitan decirse otras cosas, entremezclar saliva, unir fluidos, tocaros con las manos y con los ojos, hacer realidad vuestra imaginación, que días atrás ha ido fluyendo por vuestras mentes, generando necesidades físicas que inexorablemente se materializan, pasan de un espacio inescrutable a este mismo, aquí, ahora, como ese libro que estás leyendo y que ella tiene también en su estantería, sois como unos cromos repetidos, pero no iguales, porque tu vida han sido las letras, la suya, los números, pero ella sabe, lo sabe muy bien, que las letras son su vida, las necesita como el aire para respirar, de eso se dio cuenta hace poco más de un año, quizá un año y medio, cuando alguien vino a su vida para mostrarle un camino, pensó en el amor, y amó las letras como a nada en el mundo, rescató de su pasado proyectos, y los ha estado soñando, porque en el fondo sabe que los sueños se pueden convertir en realidad, y ahora lo está comprobando, y tú estás ahí para darle veracidad a sus sueños, para hacerla volar, para hablarle en otros idiomas que ella no entiende, pero te mira y eso es suficiente, después de esa noche que pasáis juntos, vendrán más, las que deseéis, tenéis las herramientas para descifrar los mensajes, idiomas, música, números, signos, letras, sólo es cuestión de ir encajándolas como un puzzle para darle sentido a todo, porque en vuestras manos está crear vuestra vida, darle forma como a una escultura de arcilla, barro que está a vuestra disposición, tierra y agua, no es casual que tú seas virgo y ella escorpio, nada es casual, vuestra mezcla es para crear bellas formas, podéis hacerlo o no, es vuestra elección, habéis quedado otra vez, lo deseas, ella también, veréis felices sueños, en italiano, el idioma del amor, ese que utilizáis a menudo, que de alguna manera os vincula aún más, sigues pensando en las casualidades, pero el destino os ha puesto demasiadas juntas para creer en ellas, tampoco crees en el destino, pero él ha sido el responsable de esto, de que un día enviaras un mensaje a esta chica, tentándola a visitar tu perfil y a contestar, sólo si lo deseaba, y eso fue suficiente para que ella, pudiera decidir desde el corazón, dejando la razón a un lado, para utilizarla sólo en caso necesario, ahora ya no lo es, ahora todo es cuestión de ser como esa mariposa azul.


Podria ser




Podría volver la mirada, esconder mis defectos en algún armario, los encerraría con llave, quizá, después, saldría a la calle con una sonrisa postiza, como demasiado perfecta, intentaría ser otra persona, caminaría orgullosa de mí misma, me sentaría en la terraza de un café, y observaría a la gente, tal vez te vería a ti, después de tanto tiempo, te reconocería y te dejaría pasar de largo, tú ya no me conocerías, me mirarías como si te recordara a alguien que formó parte de tu vida, pero lo descartarías en el momento de ver mi pelo alborotado, no sería capaz de llevar un corte así, pensarías, un estilo tan moderno, con lo que te costó convencerme de que  renunciara a mi larga melena en sustitución de una un poco más corta, con la misma simetría a cada lado, siempre cubriéndome los hombros, lo descartarías sólo con ver ese pelo corto, que cuelga más de un lado que de otro, y apenas roza el hombro un mechón que sale disparado mostrando una irregularidad imposible en mí, y pasarías de largo, yo pensaría, no, no es él, si yo no soy yo, él tampoco lo es, me convencería de ello a pesar de haberte reconocido, porque esos pantalones no, no pueden ser tuyos, que va, siempre llevabas traje chaqueta, elegante, por tu trabajo, pero también por ti, era eso o tu vestimenta deportiva y tus palos de golf, y llevas unos vaqueros rotos, me sorprendería que hubieras cambiado tanto, y volvería a casa, abriría el armario, sacaría los álbumes de fotos, buscaría todos los momentos que vivimos, tal vez, entre esos defectos que habría encerrado bajo llave, encontraría una foto donde estaríamos en algún lugar donde nunca estuvimos, porque cómo íbamos a estar ahí, tú con unos vaqueros rotos y yo con el pelo a lo loco, creería entonces que esos recuerdos han aparecido después, que la realidad ha cambiado tanto que ha modificado el pasado, y sabría entonces, sólo en ese instante, que te vi y te dejé ir otra vez, desde esa terraza, en ese café, donde yo no sería yo, ni tú, tú, entonces, cerraría el armario y esperaría encontrarte en otro momento, con el deseo de regresar nuevamente a este armario y encontrar entre nuestras fotos una, donde, tal vez, tú estarías con unos pantalones de lino, blancos, de esos que vimos en aquel viaje y que tanto me gustaron, y yo, con el pelo tintado de naranja y unas gafas de sol enormes de colorines, como esas que vimos un día, en un escaparate, y me sugeriste comprar, nunca lo hice, pero podría ser, que en un nuevo intento, esa foto llegue a nuestros recuerdos, podría por ejemplo empezar yo misma, saldría a comprar esas gafas, me tintaría el pelo naranja y entonces te vería, con esos pantalones blancos de lino pasar con una chica de pelo largo, simétrico, de esas que no renuncian fácilmente a su melena, y sucedería que, esa foto, quizá, sólo remotamente, ocurriría en algún otro universo, de alguna otra persona, que, posiblemente, no escondería nada bajo llave, quizá yo misma hace algún tiempo, podría ser.

Tras el cristal



Salí a pasear, no sé si buscando algo, o queriendo desaparecer. Algunas veces me ocurre. Que no sé exactamente lo que quiero. O más bien que nada de lo que me encuentro me satisface. Entonces, las cuatro paredes que me rodean empiezan a abalanzarse hacia mí. De repente no tengo espacio disponible. Y comienza a faltarme el aire. Con la respiración acelerada, hiperventilada hasta el punto de pensar en que iba a morir allí mismo, salí disparada a la calle. Poco a poco, el aire contaminado de la ciudad fue calmando ligeramente mi desesperación y pude comenzar a aclarar las pocas ideas que rondaban mi cabeza. Me senté en un banco un momento. Enfrente, un cajero automático hacía de escenario en el que el ir y venir continuo de gente, representaban la obra de la sociedad actual. Prisas, móviles, indiferencia. De pronto vi asomar una cabeza desde el interior del cajero. No había advertido que allí dentro, entremezclado con esas causas ajenas, intentaba resguardarse un vagabundo. Nuestras miradas se encontraron. Mis ojos intentaron disuadirme de proseguir con aquel intercambio visual. Pero algo me decía que allí estaba lo que yo necesitaba. Que lo había encontrado. Me dedicó una sonrisa. En todo el trayecto en el que fui respirando humo de los numerosos coches que circulan por estas calles, nadie me miró. Imaginar que alguien, además de mirarme, me sonriera era algo que se escapaba del mapa de probabilidades que pendía de mi panel mental. La estadística la rompió él. Me pregunté por qué. Qué tendría él. Pensé inmediatamente que nada. No tenía nada. No podía perder nada entonces. Yo, pensé, tampoco tengo nada ya. Y lo que tengo, no me sirve. Tampoco puedo perder nada. Entré. No llevaba la tarjeta para poder sacar dinero y darle algo. Eso no le importó. Él ya sabía que yo no iba a darle dinero. Era consciente de que yo necesitaba más cosas que él. Me senté a su lado y comenzamos a hablar. El tráfico de personas que acudían a extraer dinero, disminuyó. La cara de extrañeza que se plasmaba en sus rostros al intentar entrar, les acompañaría durante bastante tiempo.  Qué extraño, pensarían, esa chica no debe estar bien. Eso, en realidad, no me preocupaba lo más mínimo. Allí sentada, a su lado, sin nada que perder, el mundo se veía de otra manera. No sé si he encontrado lo que buscaba. Pero no me importa.