sábado, 11 de marzo de 2017

Tras el cristal



Salí a pasear, no sé si buscando algo, o queriendo desaparecer. Algunas veces me ocurre. Que no sé exactamente lo que quiero. O más bien que nada de lo que me encuentro me satisface. Entonces, las cuatro paredes que me rodean empiezan a abalanzarse hacia mí. De repente no tengo espacio disponible. Y comienza a faltarme el aire. Con la respiración acelerada, hiperventilada hasta el punto de pensar en que iba a morir allí mismo, salí disparada a la calle. Poco a poco, el aire contaminado de la ciudad fue calmando ligeramente mi desesperación y pude comenzar a aclarar las pocas ideas que rondaban mi cabeza. Me senté en un banco un momento. Enfrente, un cajero automático hacía de escenario en el que el ir y venir continuo de gente, representaban la obra de la sociedad actual. Prisas, móviles, indiferencia. De pronto vi asomar una cabeza desde el interior del cajero. No había advertido que allí dentro, entremezclado con esas causas ajenas, intentaba resguardarse un vagabundo. Nuestras miradas se encontraron. Mis ojos intentaron disuadirme de proseguir con aquel intercambio visual. Pero algo me decía que allí estaba lo que yo necesitaba. Que lo había encontrado. Me dedicó una sonrisa. En todo el trayecto en el que fui respirando humo de los numerosos coches que circulan por estas calles, nadie me miró. Imaginar que alguien, además de mirarme, me sonriera era algo que se escapaba del mapa de probabilidades que pendía de mi panel mental. La estadística la rompió él. Me pregunté por qué. Qué tendría él. Pensé inmediatamente que nada. No tenía nada. No podía perder nada entonces. Yo, pensé, tampoco tengo nada ya. Y lo que tengo, no me sirve. Tampoco puedo perder nada. Entré. No llevaba la tarjeta para poder sacar dinero y darle algo. Eso no le importó. Él ya sabía que yo no iba a darle dinero. Era consciente de que yo necesitaba más cosas que él. Me senté a su lado y comenzamos a hablar. El tráfico de personas que acudían a extraer dinero, disminuyó. La cara de extrañeza que se plasmaba en sus rostros al intentar entrar, les acompañaría durante bastante tiempo.  Qué extraño, pensarían, esa chica no debe estar bien. Eso, en realidad, no me preocupaba lo más mínimo. Allí sentada, a su lado, sin nada que perder, el mundo se veía de otra manera. No sé si he encontrado lo que buscaba. Pero no me importa.

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