martes, 28 de marzo de 2017

LA FLOR DEL DIABLO




Indice












PEDÍCULO

Estoy aferrado a este lugar, sin poder moverme. Clavado en esta mesa horizontal. Me es indiferente si el colchón es mullido o duro, frío o caliente. No siento nada. Pero me pica. No puedo rascarme. He aprendido a no sentir. Pero me duele y veo. Veo las montañas a través de la ventana. Mierda. Yo quisiera estar ahí, en esa cima, o en cualquier otra, o en cualquier otro lugar. Menos aquí. Salir. Respirar. La putrefacción de mi alma ha comenzado su propio proceso. Mis pies también lo hacen, podrirse, digo, poco a poco, de impotencia. Desde aquel día. En aquella carretera. Solo quería adelantar, con las prisas de verte, de llegar a casa después de un día agotador de trabajo. No estaba cansado. Solo quería ver tus ojos. Tocarte. Tenerte entre mis brazos. Perdóname. Ahora sólo soy un parásito. Me alimento de ti.

PERIANTO

Cáliz

Miguel está tumbado, con los ojos cerrados, una lágrima tímida resbala alrededor de su mejilla. Sigue inmóvil, como siempre. Ha suplicado a Dios ayuda. Ha pasado mucho tiempo y no lo soporta más. Solo desea abandonar este mundo. Pilar no lo duda ni un instante.  Sabe que si una mínima duda se vertiera en su pensamiento, no tendría el valor para hacerlo. Lo ha visto sufrir demasiado tiempo. Saca de su maletín la jeringuilla, la prepara en un momento, le da un beso y la inserta en la vena basílica sin titubear, presiona la parte posterior y todo el líquido queda depositado en el interior de Miguel en un abrir y cerrar de ojos. Se imagina el recorrido del barbitúrico hasta las entrañas de ese cuerpo inerte, que apenas le quedan fuerzas de llorar. A Miguel no le da tiempo de sentirlo. En milésimas de segundos ha llegado al corazón y ha colapsado todas las señales de vida al resto de órganos. La lágrima empieza a secarse. Y ya no habrá más. La timidez se ha ido.

Tomad y bebed todos de él porque éste es el cáliz de mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna, que será derramada por vosotros y por todos los hombres, para el perdón de los pecados. Haced esto en conmemoración mía.

Estas palabras resonaban en su mente. Lo aturdían. Sabía que tenía que hacerlo. Había estado hablando con Dios. Eres mi hijo, actúa como tal. Siempre había intuido que era alguien especial. Consagró su vida a Dios desde muy joven. En silencio. Lo otro era imposible. Seguía sus propios rituales nocturnos, orando. Y lo sabe, está seguro de que ahora, como hijo de Dios, es responsable de la salvación del mundo, y procede cuidadosamente a verter su  propia sangre en esas copas, junto al vino, para despedir a Miguel. Es el momento de rezar por él. Su amigo Miguel. De despedirlo siguiendo sus últimas voluntades, él y las pocas personas que significaron algo para Miguel. De joven tenía muchos amigos, pero la desidia los ha ido reduciendo a sólo unos cuantos. Que ahora se reunirán para decirle adiós.

Corola

Estamos aquí reunidos para despedir a nuestro amigo Miguel. Oremos por sus pecados. Y por los nuestros. Tomemos el cáliz de la salvación para que su alma sea redimida y alcance el cielo, junto a Dios Padre, todopoderoso. Alcemos nuestras copas. Y brindemos por Miguel. Tomad y bebed todos de él… Carlos piensa en Miguel y en todos los años que han compartido tanto. Mientras bebe su propia sangre, junto al resto, piensa en irse con él.

Pilar conecta los altavoces y comienza a sonar la canción, último deseo de Miguel: The show must go on… No cree en Dios, pero coge su copa y bebe el líquido de un trago. No está para nimiedades. Lo prolijo le da repelús. No lo puede soportar. Sin terminar la canción, abandona ese lúgubre lugar. Sale a la calle. Respira. Tiene toda la vida por delante. Efectivamente, el teatro de la vida debe continuar. No sabe cómo. No sabe nada. Camina sin parar. Le gustaría correr. Y corre. Se aleja todo lo que puede.

ANDROCEO

Joder. He estado esperando este momento toda mi vida. Está ahí, vestido con unos pantalones tejanos, medio rotos, ese suéter que le cubre un pedazo de pantalones, más de una parte que de la otra, esa barba, de hace días sin afeitar, que me enloquece, que le da ese toque bohemio, desenfadado, que me pierde, y esos ojos, que me incitan a sobrepasar los límites de cualquier petición diabólica que esa boca me pida. Se acerca. Es alto. Mis tacones me permiten llegar a un punto en el que puedo oler su deseo y unirlo al mío. Me había imaginado este momento de muchas maneras, pero ahora, que tengo su lengua en mi boca, y sus brazos, fuertes me elevan hasta encajar mi cadera en su cuerpo, se me borra cualquier imagen anterior, pura ilusión, para dejarme llevar, para bajar hasta el mismo infierno, jardín de las delicias, de las tentaciones. Y me rindo a sus pies. Quiero saborear el infierno. Me dispongo a pecar. Le quito la camiseta. El tatuaje de una flor me sorprende en su pecho, cerca del corazón. No es una flor común. Tiene algo de misterioso, rozando lo tenebroso. La flor del diablo. Lo miro a los ojos. Una dulzura perversa me invade a través de su mirada. Me dejo llevar. Estoy dispuesta a bajar a las profundidades. ¿Es allí donde encontraré la respuesta?

GINOCEO

Es una muñequita. Joder. Voy a tratarla super bien, leche. No quiero que me pase como con las otras. Esta es diferente. Se me pasa por la cabeza hacerle de todo, hostia. Para loco. Es una dama. La vas a tratar como se merece. Como una princesita. Eso es lo que es. Aparte de preciosa. Es lo que querías ¿no? Una mujer como Dios manda. Me deja embobado cuando me habla, con ese tonito pijo, con sus escritos y sus poemas que los haré canciones y le pondré musiquita con mi guitarra. Vas a ver cómo nos lo pasamos. Si es que le tengo unas ganas que para qué. Mírala. Me la voy a comer. Imposible parar.  Le quito la ropa. Entonces la veo. Esa marca. Es una cruz. En el centro del estómago. Un lugar extraño. El plexo solar. El centro. Dios me habla a través de ella. Es un estigma sagrado. Lo recorro con mis labios. Y cojo a mi muñeca en brazos. Voy a ver el cielo. Con ella. Me mira. Esa mirada, dulce y amarga al mismo tiempo. Es como si pidiera ayuda. No sé qué puedo darle yo. No tengo nada, pero se lo daré todo. Subiré al cielo si hace falta. Saldré de ese agujero y volaré con ella. ¿Es eso lo que tengo que hacer?

LA FLOR

El cielo y el infierno son una misma cosa. Ambos están en todos y cada uno de nosotros. Después de vivir un infierno, previo cielo con Miguel, corrí, mucho, demasiado, caí en las garras de muchos depredadores. Quise recuperar todo ese tiempo muerto, estancado, que empezaba a oler demasiado. Carlos, que siempre ha estado a nuestro lado, y que tan amablemente se ofreció a guiar el ritual sagrado para despedir a Miguel, se suicidó esa misma noche. Siempre he pensado que estaba un poco loco, pero ahora creo que sencillamente estaba enamorado. Yo lo estuve, de Miguel también, pero los últimos años el amor se escapaba por cualquier rendija. Me sentía culpable. Quería más. De todo. Él no me lo podía dar. No me podía dar nada, sólo palabras, de dolor. Eso no me servía. Necesitaba ver la luz. Me pidió encarecidamente que le diera fin a su vida. No me sentía capaz. Pero finalmente lo hice. Yo tampoco podía más. Ahora, después de un tiempo corriendo, te encuentro. No sé si eres tú. Lo que te rodea parece el infierno, pero tus ojos me dicen que el cielo está ahí dentro. Yo también tengo un infierno. Lo verás aparecer en algún momento. Quizá. Sé que quiere salir. Lo necesita. Liberarse. ¿Para eso has venido? Esa flor maléfica que llevas en el corazón no es más que una aclamación. El cielo y el infierno se pueden unir. Son una misma cosa. Las dos caras de una moneda.


1 comentario:

Gracias.