martes, 13 de septiembre de 2016

Ficciones, de Pilar, no de Borges



En un principio pensé en titular esta entrada con otro nombre, más directo, con ese matiz consciente que creo que no tenemos. Mentiras. Entre fingir y mentir puede que en realidad no haya tanta diferencia y como dos gotas de agua, plasmen perfectamente la intención de esta entrada, que además no sé ni dónde la voy a etiquetar. Si la dejaré suelta, para que vaya volando allá donde el viento la lleve, o la constreñiré a una casilla de la cual no pueda salir, una cárcel, una jaula, como un pájaro cautivo, al que si le das la libertad no sabe qué hacer con ella.
El dilema no es ese. Al final, si libre o cautiva, esta entrada es para mí misma. Es algo que quiero escupir, que necesito vomitar, que debo gritar hasta oír resonar mis cuerdas vocales y sentirlas vivas, defecar mis embustes con una purga que libere espacio en mis intestinos, mear hasta renovar toda el agua que me deshidrata con tanta falacia, que de tanto tragar trolas, reventaré si no cedo el paso a tanta mentira. Sí, ahora digo mentira y no ficción. Ahora que me he permitido expulsar por todos los orificios de mi cuerpo toda la suciedad que llevo dentro, ahora más que fingir, miento. Me miento a mí misma cada vez que pienso que se lo que es la vida. No tengo ni idea. Vivo al son de la música que va sonando en cada momento. Si es flamenco, pataleo, si es música clásica, me muevo como un delfín, acariciando cada nota que se esparce con el viento, si es rock, mi cabeza se abalanza sobre mi cuerpo en movimientos oscilantes hasta que un mareo me detiene, si es rap, voy de aquí para allá reivindicando mis derechos, si es un vals, me deleito en los brazos de alguien en quien deposito mis expectativas y me dejo guiar, y si la música se apaga, ya no sé qué hacer, ya no sé quién soy, ya no sé nada de nada. Y así, voy viviendo una vida de ficciones en la que no sé siquiera si existo. En ocasiones lo tengo claro, sí, existo, soy real, aunque mienta, aunque no diga todo lo que me pasa por la cabeza ni por el estómago, pero soy de carne y hueso, y estoy aquí. Sí, tengo fotos, esa soy yo. En esa foto estoy con la máscara de buena, dedicando unas palabras, una mirada, a alguien a quien pienso que quiero, pero no siempre es así, pues a veces lo odio. Entonces no sé si miento cuando lo quiero o cuando lo odio. Cuando lo miro, o cuando le digo que lo quiero y en realidad lo odio, o cuando lo amo con locura y no se  lo digo porque al mencionarlo igual se disipa y lo odio de nuevo. En esa otra foto, llevo puesto mi disfraz de madre. Mala madre o buena madre. No lo sé. Pero una madre de mentiras, de juguete, eso sí lo sé. Una madre que no siempre lo es. Una hija también. Madre e hija. Cómo intercambiar esos papeles en instantes. Difícil tarea. A veces la hija es la madre y no sabe qué hacer. A veces la madre es la hija y dispara sin titubear balas a doquier, incluso con el riesgo mortal de que lleguen a la madre. Hija, madre, qué más da, si todo es mentira. Lo mismo sucede cuando digo que algo me gusta. Hoy me gusta algo. Mañana no. Como hacer planes así. Los hago y los deshago con tanta facilidad como miento. Miento cuando me levanto cada mañana y me miro al espejo. Cuando voy a trabajar. Cuando quedo con amigas. Cuando escribo. Cuando leo. Lo que escribo tiene tanto de verdad como de mentira, por lo tanto, no es cierto. Lo que leo es tan falso como lo que escribo. Porque la verdad es tan personal, tan individual, tan íntima, que no logramos verla ni nosotros mismos. Si alguien te la rebate, acaba por no ser verdad. A veces sucede. Entonces, tu mundo se convierte en un montón de deshechos, de basura, de incógnitas sin resolver. Y empiezan los problemas matemáticos. Aquí todo es lógico. Dos más dos son cuatro. Pues a veces sí y a veces no. Depende de esos dos como sean. Todo tiene matices. Ligeras tonalidades que cambian los resultados. Y así vamos por la vida, expeliendo palabras que, a los pocos segundos, ya no son verdad, o quizá nunca lo han sido. Creyendo que lo que vemos es real, que lo que escuchamos también lo es y el tiempo nos va transportando a la inmensa calumnia. Siempre está la otra parte. La que constata o rebate tu posición. A veces eres tú misma esa otra parte y acabas enredada en tus propias conclusiones. Y en medio de este caos, las preguntas y las respuestas no se corresponden, las unas se van con las otras, se mezclan, se escapan, buscan ahogar sus penas en las drogas, en el sexo, en el amor. Ahí se diluyen, se engrandecen, se consuelan, se funden con los placeres cotidianos, y se masturban hasta convencerse de que están haciendo el amor de verdad, aunque sea consigo mismo, y pensando, conforme el éxtasis está llegando que quieren hacerlo otra vez, pero cuando éste llega, exhaustos, prefieren aplazarlo en el tiempo. Te fumas un cigarro y justificas así una muerte que llegará de todas formas. Una muerte que tampoco es real. Una muerte falsa, inventada por el humo de ese cigarro. Ni vivimos ni morimos de verdad, aunque muchas veces creemos que sí lo hacemos. Ni siquiera esto que escribo es cierto.

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