Desconozco cuánto tiempo estaré en este lugar inmenso. Buscaré una salida que me llevará hacia
otros horizontes donde forjaré mi propia vida. En este piélago estaremos
aquellos que buceamos por las profundidades del universo marino, esperando la
embestida que nos expulsará a la tierra a realizar nuestra misión vital. Una
tempestad, olas llenas de furia, nos alumbrarán.
Eso pensaba cuando
estaba dentro del mar, cuando no me distinguía del resto de gotas y deseaba
nacer. Así me convertí en río. Salí de aquella inmensidad y discurrí por la
superficie terrestre.
Conoceré el aire, lo
respiraré, surcaré nuevos terrenos, haré fuertes acometidas en línea recta en
las que avanzaré a pasos agigantados y en otros momentos me permitiré ondular
entre los bosques, bordearé rocas, subiré montañas y luego me dejaré caer en
cascada, y, con gran impulso, seguiré recorriendo mundo. Contemplaré la gran
belleza que se desplegará ante mí.
Así era mi vida,
perfecta. Tenía una gran fuerza que arremetía por la tierra dulcemente,
componiendo sinuosas curvas que embellecían el panorama.
Llegaré hasta el centro
de la tierra, hasta unirme nuevamente con otro mar, me aunaré a otros ríos, conquistaremos lugares
a raudales, generaré afluentes, agua de mi agua que se dispersará por otros terrenos,
pasará por otras ciudades pregonando nuestro esplendor.
Y así sucedió. Un gran
encuentro me hizo sumar esfuerzos con otro río y surgió el momento de permitir
que un riachuelo saliera de nuestro caudal donde se había estado incubando.
Breves instantes
después, algo se cernirá sobre mí. Chocaré con un muro de contención que me
paralizará y me transformará en una presa. Inmóvil, inerte, quieto. Empezaré a
estancarme en ese lugar sin movimiento, prisionero de mis anhelos que
proyectaré sobre el pequeño río, que aún inconsciente sonreirá cuando lo mire. Aquí
esperaré mi muerte que llegará tarde o temprano. No conseguiré tocar el mar
nuevamente, ni siquiera me acercaré al centro de la tierra. En esta quietud
solo podré planear lo que hubiera sido la ruta que trazaba en mi imaginación. En
esta prisión, ni la paz ni el desasosiego lograrán que me mueva.
Ahora decido morir en
esta celda en la que tanto dolor he soportado y de la que sé que no saldré
jamás. Dejo que todo siga su curso, sin interferir en ello, sin retrasar el
trayecto del resto de ríos y del arroyo que ya transcurre con fluidez y un
cierto ímpetu. Quizá llegue al centro de la tierra. Quizá toque el mar.
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