viernes, 4 de noviembre de 2016

INCERTIDUMBRE



Desconozco cuánto tiempo estaré en este lugar inmenso. Buscaré una salida que me llevará hacia otros horizontes donde forjaré mi propia vida. En este piélago estaremos aquellos que buceamos por las profundidades del universo marino, esperando la embestida que nos expulsará a la tierra a realizar nuestra misión vital. Una tempestad, olas llenas de furia, nos alumbrarán.

Eso pensaba cuando estaba dentro del mar, cuando no me distinguía del resto de gotas y deseaba nacer. Así me convertí en río. Salí de aquella inmensidad y discurrí por la superficie terrestre.

Conoceré el aire, lo respiraré, surcaré nuevos terrenos, haré fuertes acometidas en línea recta en las que avanzaré a pasos agigantados y en otros momentos me permitiré ondular entre los bosques, bordearé rocas, subiré montañas y luego me dejaré caer en cascada, y, con gran impulso, seguiré recorriendo mundo. Contemplaré la gran belleza que se desplegará ante mí.

Así era mi vida, perfecta. Tenía una gran fuerza que arremetía por la tierra dulcemente, componiendo sinuosas curvas que embellecían el panorama.

Llegaré hasta el centro de la tierra, hasta unirme nuevamente con otro mar,  me aunaré a otros ríos, conquistaremos lugares a raudales, generaré afluentes, agua de mi agua que se dispersará por otros terrenos, pasará por otras ciudades pregonando nuestro esplendor.
Y así sucedió. Un gran encuentro me hizo sumar esfuerzos con otro río y surgió el momento de permitir que un riachuelo saliera de nuestro caudal donde se había estado incubando.

Breves instantes después, algo se cernirá sobre mí. Chocaré con un muro de contención que me paralizará y me transformará en una presa. Inmóvil, inerte, quieto. Empezaré a estancarme en ese lugar sin movimiento, prisionero de mis anhelos que proyectaré sobre el pequeño río, que aún inconsciente sonreirá cuando lo mire. Aquí esperaré mi muerte que llegará tarde o temprano. No conseguiré tocar el mar nuevamente, ni siquiera me acercaré al centro de la tierra. En esta quietud solo podré planear lo que hubiera sido la ruta que trazaba en mi imaginación. En esta prisión, ni la paz ni el desasosiego lograrán que me mueva.


Ahora decido morir en esta celda en la que tanto dolor he soportado y de la que sé que no saldré jamás. Dejo que todo siga su curso, sin interferir en ello, sin retrasar el trayecto del resto de ríos y del arroyo que ya transcurre con fluidez y un cierto ímpetu. Quizá llegue al centro de la tierra. Quizá toque el mar.


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