lunes, 10 de octubre de 2016

La imagen del horror

Sus ojos reflejaban el horror. Su imagen en el espejo no dejaba lugar a dudas. Estaba muerta. Retrocedió unos pasos, en una huida de sí misma, queriendo alejarse de ese momento y recuperar algunos trazos de su vida, pero había traspasado el fino hilo que la unía a ella. Quiso recuperarlo, como quien, con un gesto reflejo, rápidamente mueve el brazo para alcanzar ese objeto que tenía entre las manos y ahora flota en el vacío directo al suelo. Así se estrelló sin remedio en el vacío. Comenzó a flotar con una rapidez a contrarreloj que no le dejo más alternativa que continuar su vuelo contra el asfalto. Una vez allí su figura pasó a representar un dibujo en relieve, un cuerpo indefinido, roto, con líneas rojas de sangre que salían estampadas cual pincel que ha sacudido la pintura con rabia hacia el lienzo y deja salpicaduras por todos lados. Un golpe seco fue la herramienta que otorgó vida a ese cuadro, cuyo nombre se acercaba más a la muerte, en una contradicción común, de esas que suceden en cualquier disciplina que requiere una muerte para ver la vida, o del odio para amar, o de la alegría para llorar, o de la pasión para matar. Un cuadro sobre la muerte que anhelaba una pizca de vida, que sólo quería retroceder las manecillas del reloj un segundo antes de mirarse en ese espejo que le devolvió esa mirada llena de miedo y la hizo retroceder. No pudo definir qué la llevó a saltar el umbral de su ventana hacia ninguna parte, hacia lo desconocido, hasta conquistar el territorio más temido, la muerte. Solo recuerda el instante en que se miraba al espejo, llena de horror, y retrocedió unos pasos al verse sin vida, y se dejó llevar.



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