martes, 13 de junio de 2017

Huida hacia un encuentro

1. La huida

El avión acaba de despegar. Ya no hay marcha atrás. Nunca se sabe cuál es la decisión correcta. Apenas en unos minutos comienzo a ver mi ciudad como una maqueta, un juguete en el que puedo ir acoplando unos play móvil a mi gusto y formar en mi imaginación lo que me hubiese gustado que fuese mi realidad. Desde aquí es más fácil. Coger unos muñequitos y llevarlos por la avenida principal. Por los barrios de lujo. Por las plazas concurridas. Con su sonrisa dibujada. Cuando me encontraba en los laberintos de las calles era como jugar al escondite. Solo que no era un muñeco. No me gustaba demasiado ese juego, pero una vez estás inmerso en él es difícil salir. La única forma que he encontrado es huir. Comenzar de cero. Alejarme. Y ahora ella me ha dado una oportunidad. No voy a desaprovecharla. Todavía parece que esté soñando mientras reproduzco sus palabras, que se me han quedado grabadas como en un disco, pista uno, única, que no dejo de repetir, hasta que se ralle y la realidad me devuelva la certeza de que no era un sueño: “Vente conmigo”, así de sencillo salía de su boca, y como un relámpago pasaba por mis oídos, y el tiempo se ha ido contrayendo hasta que mi cuerpo se ha subido a este avión, camino de alguna tierra lejana, que todavía desconozco. La encontraré en Paris, donde supuestamente embarcaremos en otra nave. Hay momentos en los que el ordenador central me lanza alertas, me asaltan ventanas emergentes en la esquina de la pantalla, en color amarillo, fluorescente, las miro, las leo, hay mensajes de precaución, atención, cuidado, dónde te vas a meter, y me admira la seguridad que siento de que estoy haciendo lo correcto. Ella me gusta. Sí, me gusta mucho. Pero todo esto va más allá. No sé dónde. De momento lejos. Con ella.

-¿Estás segura, María?
-¿Qué es la seguridad? ¿Crees que te la da el tiempo? Sé que me lo dices porque lo acabo de conocer. Es normal. Yo también lo pienso, pero no es cosa de la mente. No es algo que pueda decidir de una manera racional.
-Siempre hay una manera racional. Y lo sabes. Lo que pasa es que te gusta. Y eres impulsiva. Demasiado diría yo.
-Pues claro que me gusta. Pero no se trata de eso. Aunque te empeñes en convencerme de lo contrario. No es impulso. Te lo aseguro. En parte sí, pero no. ¿Entiendes?
-¿Lo harías igual si no te gustara?
-Igual, no. Pero haría algo. Creo. No lo sé, la verdad. Seguro que influye que me guste… pero, ¿qué más da? Sé que no lo hago por eso.
-¿Sabes que te voy a echar de menos verdad?
-Y yo a ti. Te llamaré. Ven a vernos cuando quieras…

Teresa solo quiere ponerme a prueba. Que me asegure de los pasos que doy en la vida. Es como mi madre. Pero no, es mi mejor amiga. Con mi madre no sirve esto. Mi madre me hubiese dicho directamente que estoy loca y si pudiera, me dejaría castigada por haber hecho una cosa tan disparatada. Por eso no se lo digo. Lo de Dani. Mi madre solo sabe que me voy a trabajar, porque es inevitable. Cada vez hablo menos con ella de mis cosas. Mi madre tiene su vida, sencilla, ermitaña, solitaria, a mí me gustan las relaciones con la gente, con mucha gente, y compartir mi vida con alguien. El destino, o quien quiera que fuese, puso a Dani en mi camino, y justo en el momento en que me estaba decidiendo a irme de aquí, a salir de España, es temporal, por trabajo, pero es una oportunidad para mí. Y para Dani. Pase lo que pase, será nuestra aventura. Allí podremos despegarnos de esas larvas que se nos quedan pegadas en la espalda, que no nos dejan avanzar. Cuando se lo dije se quedó pasmado. Primero le suelto que me voy fuera un año por trabajo. E inmediatamente, le invito a venir conmigo. No hace mucho que nos conocemos, pero siento que lo conozco de toda la vida. De otra vida tal vez. Quién sabe. Mi idea era irme sola, es verdad, pero las cosas cambian. A veces parece que no, pero sí, cambian, y llega un momento que esas pequeñas cosas imperceptibles, se amontonan todas de golpe y te lanzan a la otra punta del planeta. Como ahora. Yo me he venido a Paris unos días antes. Él tenía que solucionar unos papeles. Ahora estoy en el aeropuerto, esperando que llegue su vuelo. Mi maleta preparada para irnos a Sidney. Él no lo sabe. No sé por qué no se lo he dicho. Lo dejé en un destino lejano y él aceptó. Me da igual dónde, me dijo, si es contigo. Le pedí toda su documentación para preparar los trámites. En la empresa donde trabajo nos facilitan todos los trámites, visados, papeleos, lugar de residencia, alquiler, entrar a ese país es costoso, pero así da gusto, la verdad. Me considero muy afortunada. Cada vez más.
-Pasajeros del vuelo 6116 con destino París, llegada por la puerta B14.

2. Orly – Paris

Siento que me he desvanecido. Por un instante, toda la luz que me envolvía se ha convertido en oscuridad. He pensado que me había quedado ciega, pero no, enseguida he notado que era todo un nubarrón que se cernía sobre  mí. Y me he desplomado. Siento como el frío me atraviesa la piel. El suelo está helado, aunque aquí dentro del aeropuerto el ambiente esté templado, y ese helor que se desprende de esas losas que semejan el hielo ártico  comienza a buscar todo tipo de rendijas en mi cuerpo hasta producirme escalofríos. Es curioso sentir esto y notar como mi cuerpo está inmóvil. Como esos escalofríos no consiguen mover ni alborotar siquiera el vello que me recubre. Como los músculos se mueven sólo en el pensamiento. Quizá sólo esté como inmersa en un sueño en el que creo sentir este frío pero no es real. Aunque escucho murmullos a mi alrededor. Debe ser la gente que camina hacia sus destinos, y al verme se ha detenido a ayudarme, o que venía a recoger a alguien como yo… Dani. ¿Cómo voy a recogerlo ahora? ¿Cómo soy capaz de pensar en esto mientras estoy desplomada en el suelo? ¿Qué me está pasando?

Aterrizo en Paris. Comienza la aventura. Otra. Aunque ésta es diferente. Así lo siento. Lo sé. Desde el día en que la conocí y con sus palabras me transportó a lugares donde nunca había estado. He estado en muchos lugares, físicos y mentales, pero María hizo un clic en un punto nuevo. Fue como cuando enciendes el interruptor de la luz en una habitación donde hay una penumbra, y sí, ves cosas, pero envueltas en una capa de polvo, y esa luz blanca te hace verlo todo más claro, polvo incluido. Pero no sólo eso. Sí, vi la luz, pero lo que más me sorprendió fue que bajara hasta el mismo infierno a por mí. En un agujero negro, la eché sobre un colchón, algo sucio, que cubrí con una funda, era todo lo que tenía, a ella no le importó, le quité la ropa, y comencé a saborearla como quien chupa un helado. A recorrer su cuerpo con mi boca, todo su cuerpo, sin dejarme ni un milímetro, y ella me respondía con gemidos de placer. Me puse sobre ella. El deseo era irrefrenable. Nuestras bocas hablaban otras lenguas, que sólo ellas entendían. Sus piernas abiertas me rodeaban entero, y me empujaban hacia dentro, una y otra vez, como si quisiera sorber mi pene, y con él todo mi ser, como una araña, que me atrapa con su red tejida con esmero para este fin, y me come entero, y soy tragado sin masticar. Me gustó ser la comida que saciaba a María. Me gustó verla transformar su rostro, que pasó de ángel a demonio en instantes. En ese momento se generó algo entre nosotros, quizá ya se había generado antes, y no hemos podido dejar de hablar, de vernos, de desearnos, de amarnos y ahora de irnos juntos a no sé dónde. Por cierto, ¿dónde está María?

-Hay algún médico?
-Sí, yo soy médico. ¿Qué ocurre?
-Una chica se ha caído desplomada al suelo. Es allí mismo.
-¿Una chica? ¿dónde está?
-Allí. Donde está toda la gente.
Dani se dirigió corriendo hacia allí.
-María! ¿me oyes? Dime algo.
-Disculpe, déjeme un momento para que pueda ver qué le ocurre. ¿Sí?
-Se ha caído de repente. Yo la vi. Estaba caminando y de pronto se detuvo, dobló las rodillas suavemente y cayó al suelo. Fue como si estuviera activada la tecla de reproducción a cámara lenta. Hace apenas un minuto.
-No tiene ninguna fractura aparentemente. Y su pulso está normal. Es buena señal.
-¿Dani?
-¿María? ¿Estás bien? ¿Qué te ha pasado?
-No lo sé. Sólo noté que de repente no veía nada y no sé nada más.
-María, soy médico. Acabo de reconocerla. No parece tener nada grave. Sus constantes vitales están bien, sólo observo su tensión arterial por debajo de los valores normales. Puede ser algo puntual. No obstante, le recomiendo que se haga una analítica para comprobar que todo está en orden. ¿Se marcha de viaje ahora?
-Sí. Tenemos todo preparado para irnos a Sidney.
-¿A Sidney? Maria… eres una caja de sorpresas.
-Me encuentro mucho mejor doctor. Muchas gracias por atenderme. Me haré esos análisis. Lo prometo.
La abrazo. No quiero separarme más de su lado. Nunca. Jamás.
-¿Seguro que estás bien?
-Sí. Seguro. Ya se me ha pasado. Solo recuerdo una sensación de frío. Y que no veía nada. De repente todo se oscurecía y estaba helada. No me podía mover. Pensaba en ti.
-Ven, te tendré abrazada hasta que te sientas mejor.
-¿Sabes que podría ser para siempre verdad?
Se ríen.
-¿Nos vamos a Sidney? ¿De verdad?
-Sí. No me preguntaste el destino. Y me pareció buena idea dejarlo así, en incógnita. En sorpresa.
-No me importa dónde vayamos. Pero sí, me ha sorprendido, la verdad. Australia es un país un tanto complicado por los trámites de entrada y salida, según tengo entendido. ¿Cómo lo has hecho?
-Bueno, vamos con un contrato de trabajo. En mi empresa lo han tramitado todo. Así todo es muy sencillo. Tú también vas a trabajar ¿sabes?
-¿En serio? Cada día me sorprendes más. Te quiero María.
-Y yo a ti.

Pasajeros con destino Sidney, del vuelo 3139, embarquen por la puerta 33.

3. En el cielo

Desde aquí arriba todo pierde importancia. Miro por la ventana. Sobrevolamos las nubes destino a un país completamente distinto. Las nubes son iguales. Son nubes en todas partes. Concentraciones de agua acumuladas en forma vaporosa, blanca, como trocitos de algodón. Maria se ha quedado dormida. Me preocupa lo que le ha ocurrido. Tengo su cabeza entre mis brazos, reposando en mi pecho. Le acaricio el pelo. Ese pelo negro, largo, que recuerdo alborotado al viento, en esos paseos que hemos hecho por la orilla del mar, o por la ciudad. Nos encanta pasear, sentarnos en cualquier lugar, tumbarnos en algún parque, en la arena, donde cubiertos de esos pequeños granitos revoltosos, que se introducen por todo el cuerpo, nos hacen cosquillas y acompañan nuestros abrazos, esos en los que nos sumimos durante horas mientras el tiempo, el dichoso tiempo, que nos transporta a otros lugares, nos regala la oportunidad de estar juntos. Nunca hubiese imaginado esto. Mi vida ha sido caótica. No estoy arrepentido de nada. Todo me ha traído aquí y eso para mí es suficiente.

-Dani?
-Maria, ¿Cómo estás? Has dormido un buen rato. Estabas cansada.
-Sí, la verdad es que bastante cansada. Estoy bien. Sigo un poco mareada, pero se me pasará pronto. No sé si nos gustará Australia. Dicen que es un país espectacular. Tengo ganas de llegar.
-Nos quedan unas cinco horas todavía.
-Dani. Tengo que decirte una cosa. No estoy segura pero creo que podría estar embarazada. No digas nada todavía. Es algo que se escapa de mis previsiones totalmente. Lo sabes. Hemos hablado de esto y sé que ambos hemos dicho que no necesitamos ser padres. Yo tengo 38 años. Tu 40. Estamos en una edad relativamente complicada. No somos jóvenes para eso, ni mayores. Podríamos hacerlo o no. No lo hemos buscado, pero, si fuera así… ¿qué crees que sería lo mejor?
-¿Por qué no me habías dicho nada en el aeropuerto?
-Solo es una sospecha. Quizá ni siquiera lo esté. Lo más normal sería que no lo estuviese. Sabes que tomo la píldora. Pero no me preguntes por qué, he sentido ese presentimiento. Es una tontería. Seguro que no estoy embarazada. No te preocupes. No soy ninguna vidente, ni tengo poderes adivinatorios. Sólo me ha venido ese pensamiento a la cabeza.
-Si lo estás, lo tendremos. Si quieres, claro. A veces decimos cosas sin estar en la situación de la que hablamos, es como hablar por hablar, porque cuando la vives, el pensamiento cambia, supongo que se debe a que cambia algo por dentro. Y esas cosas ajenas se convierten en tuyas. Y cuando son tuyas, están tan cerca, que no necesitas las gafas para verlas. Son nítidas. Salen del interior. Ya sabes mi opinión. Tendría un hijo contigo, o dos, o tres, si tú quieres. Nunca me he planteado ser padre. Mi vida no me permitía pensar en ello, pero quizá ahora sea diferente, y esa idea no me desagrada, aunque no haya sido una elección a consecuencia de una decisión consciente. A veces los imprevistos son las mejores cosas que nos suceden. Como tú. Que apareciste de pronto en mi vida, abriéndome caminos que yo había soñado.

La verdad es que escuchando a Dani me he tranquilizado. Tengo dudas, pero ya debería haber tenido la regla. Si no hubiese sido por el desmayo, no se me hubiera ocurrido, pero algo me dice que estoy embarazada. Es una intuición. De repente, al sentirlo, me he emocionado, lo he deseado. Me he extrañado porque nunca he sentido la necesidad de ser madre. Pienso que tal vez no sería una buena madre. Pienso en mi madre. La quiero mucho. No creo que haya sido mala madre. Creo que lo ha hecho lo mejor que ha podido. Creo que el miedo la ha hecho protegerme demasiado, a su manera. Pienso en ella. Se ha quedado triste al marcharme tan lejos. Supongo que por la soledad, porque no tenemos una relación demasiado cercana. Es una temporada, le he dicho, volveré pronto. Sé que estará llorando. Siempre llora a escondidas. ¿Haré yo eso con mi hijo? Ya pienso como si realmente estuviera embarazada, como si realmente ya estuviera en el mundo, hubiera acabado el instituto, se hubiese marchado al extranjero a estudiar o a trabajar, y me hubiese dejado sola. Yo estaré con Dani. Mi madre está sola. No conocí a mi padre. Tuvo un accidente cuando yo era muy pequeña y murió. A veces pienso que me hubiese gustado conocerlo aunque el accidente lo hubiese dejado inválido. Es un pensamiento cruel. Es mejor la muerte. Así mejor. Mi madre ha tenido que trabajar duro para sacar adelante a la familia. Mi hermana y yo. Las dos, con una diferencia de dos años de edad. La verdad es que es para volverse loca. Mi hermana, cuánto la echo de menos. Hace mucho tiempo que no voy a visitarla. El cementerio es un lugar lúgubre. No me acostumbro a ir allí. Los dos están allí. Mi padre, con una foto de un extraño para mí. Mi hermana, con una foto que le hice yo misma. Recuerdo perfectamente aquella tarde. Habíamos estado tomando un café. Era sábado. Dijimos que aquella tarde sería para nosotras. No pasábamos mucho tiempo juntas. Nos reímos como hacía mucho tiempo que no lo hacíamos. Nos hicimos varias fotos. Estaba radiante. Era feliz, muy feliz. Poco tiempo después, otro accidente, como traído de la memoria de nuestro padre, la llevó directa a la tumba. La recuerdo pálida, los labios ligeramente morados, dentro de aquel ataúd. Fría. Noté ese helor cuando le di el último beso. Hace ya siete años de eso. Y me resulta difícil borrar esa imagen de mi mente. Tengo la suerte de recordar muchas otras imágenes y no quedarme con ese momento final. Estaba pálida y fría, pero tan guapa como siempre. Mi madre no lo ha superado todavía. Ella era la mayor. Yo la pequeña. No diré que fuese la preferida. Pero lo entendería. Ella lo hizo todo perfecto. Ni un rasguño. Ni un desliz. Ni una falta. Nada. Era perfecta. Ahora, que pienso en que podría ser madre, me da miedo. ¿Cómo voy a hacerlo? ¿Estoy preparada? Nunca se está preparado para nada. O sí. Pero no lo sabemos. La vida es la que lo sabe y la que te va poniendo en la mesa cada plato. Como un buen cocinero. Que sabe que acierta con sus mejores guisos, sin ninguna duda. Y ves su cara de orgullo cuando le dices que te recomiende algo, lo dejas en sus manos, y te trae lo mejor. Así es la vida. Has de dejarla en manos de… llámalo como quieras. Podría ser Dios.

4. Sidney.

Papeles. Detectores de cualquier cosa. Registros de maletas. Escáner. Rayos X. Me siento como un extraterrestre. O como un terrorista. Ambas cosas. Me siento ajeno al mundo, a este mundo apartado. Y además siento como estoy invadiendo un territorio, con una pistola en mano, apuntando a la cabeza de quien se me pase por delante. O a punto de disparar un cañón y hacer volar la ciudad por los aires. Demasiadas horas de vuelo. Demasiados pasillos para validar nuestra autenticidad, para verificar si somos o no adecuados para entrar aquí. Mi mente me lleva al pasado, a los pasillos por donde los agentes se  paseaban observando lo que hacíamos en las celdas. Aproveché para leer muchos libros. Para hacer deporte. Aprender las leyes. Supuse que sería provechoso para mí. Y lo fue. Aunque fue mi abogado el que me representó en los juicios. No soy un terrorista. Ni un asesino. Ni un traficante de drogas. Solo estaba en el momento y lugar equivocados. Salí de fiesta. Bebí. No debí beber tanto. Se me fue de las manos. En el camino de vuelta, un accidente. Un choque frontal. No sé cómo salí ileso. Iba solo. Eso me reconfortó. Pero al salir y ver a una chica en mitad de la calzada, llena de sangre, sobretodo en la cabeza, creí volverme loco. Desde una brecha que le atravesaba el cráneo salía un riachuelo rojo, denso, hacia ningún lugar. Llamé inmediatamente a la ambulancia. Pero era tarde. Ya estaba muerta. Era una chica preciosa. De unos treinta y pocos años. Me declaré culpable. Pagué por ello. Y ahora que acabo de salir de la cárcel, de cumplir mi condena, no me siento especialmente mejor. No hay suficiente castigo para algo así. Pero estoy vivo y arrepentido. Y creo que todo ese arrepentimiento ha dado los frutos. Si no, Maria no habría llegado a mi vida. Casi no hemos hablado de nuestro pasado. Sabe que he estado en la cárcel pero nunca ha querido saber por qué. No conozco a su familia. Ella no conoce a la mía. La mía casi no me conoce ni a mí. Hace muchos años que no los veo. Y cuando sucedió eso, fue el punto final de nuestra relación. Es como si hubiesen desaparecido del mapa, ellos y todo el mundo que conocía. Ahora estoy solo. No tengo miedo de eso. Sé que puedo emprender aquello que me proponga. Bueno, ahora no estoy solo. Estoy con Maria.

-Maria Delgado, puede pasar.
-Entra conmigo Dani.
-Vamos Maria, no te preocupes. Todo estará perfecto.
-Hola Maria, siéntese.
-Gracias doctor.
-Tenemos los resultados de sus análisis. Todo está perfecto. Excepto que tiene ligeramente por debajo el nivel de ferritina. Es decir, tiene un poco de anemia. De ahí puede haber venido su desmayo. Aunque hay otro motivo.
-¿Cuál?
-Está usted embarazada. Es usted el padre… supongo.
-Sí, soy yo.
-Enhorabuena a los dos. ¿Esperaban esta noticia?
-La verdad doctor, no. Yo tenía una corazonada, como se suele decir, pero he estado tomando la píldora anticonceptiva, sin olvidar ni una sola. Es bastante difícil quedarse embarazada así, ¿no cree?
-Bueno, es difícil, pero no imposible. El cuerpo humano no es una máquina. Tiene sus pequeñas imperfecciones. Y en esta ocasión hemos tenido una de ellas. Una imperfección que puede ser algo precioso. ¿Quieren tenerlo?
-Sí doctor. Lo vamos a tener. Lo habíamos hablado después de mi sospecha, y aunque no ha sido algo que hayamos buscado específicamente ahora, es ahora cuando la vida nos ha querido dar esto.
-Me alegro de que hayáis tomado esa decisión. Tendrás que tomar unos suplementos vitamínicos para recuperar ese hierro.
-Claro doctor. Muchas gracias por todo.

-Dani, ¿estás bien?
-Si Maria, estoy muy bien. ¿Sabes? Me hace ilusión y todo. Yo no tengo relación con mi familia, y pensar en formar una, me hace sentir muy bien. Por cierto, no me has hablado mucho de tu familia.
-Bueno, ya lo haré, no te preocupes, lo importante es nuestro futuro. No me gusta hurgar en el pasado.
-A mí tampoco, pero hay cosas que creo que deberías saber. Nunca me has preguntado por qué estuve en la cárcel. ¿No quieres saberlo?
-Dani, no me importa lo que sucediera entonces. Me gusta lo que veo ahora. Pero veo que quieres contármelo. Si es así, hazlo, cuéntamelo.
-Verás, necesito hacerlo. Me siento culpable. Muy culpable por lo que sucedió, aún siendo sin querer, porque fue una irresponsabilidad.
-Cuéntame…
-Todo sucedió una madrugada de un sábado, había salido de fiesta, como solía hacer. De manera demasiado frecuente, diría yo. Ese día había bebido mucho. Excesivamente. Me enfadé con la que era mi novia, por decirlo de alguna manera, pues salíamos muy de vez en cuando, era una relación un tanto extraña. Salí furioso y cogí el coche con una tasa de alcohol en sangre de 1.5. El problema vino un rato después, cuando perdí ligeramente la concentración en la carretera y me pasé al carril contrario, en dirección contraria, y choque con un coche. Lo conducía una chica joven, de unos treinta y pocos años. Murió en el acto. Hubo un juicio. Su familia me denunció pero no quisieron verme. Creo que tenía una madre y una hermana. Fue lo peor que me ha ocurrido en la vida. Nunca más he bebido. Me lo prohibía mi mismo para siempre. No he sabido cómo castigarme lo suficiente. Maria… ¿estás llorando?
-Dani… mi hermana murió así. Tal y como lo has descrito. Tenía una madre y una hermana, yo. No quisimos verte. Y ahora voy a tener un hijo tuyo. Podría ser otro, pero al igual que he presentido el embarazo, ahora se seguro que eres tú. De repente estoy furiosa. Por eso lloro. Porque te amo a pesar de todo lo que me has contado, porque siento que traiciono a mi hermana si lo hago, pero te amo. Solo se eso. Se que no quería saberlo. Ahora lo sé. No cambia mi amor por ti, pero algo se ha roto entre mi hermana y yo al saberlo. ¿Me entiendes?
-Maria… lo siento mucho de verdad. No sé qué decir… tienes todo el derecho del mundo de querer abandonar esta aventura. De seguir sola. De buscar a alguien mejor. De arrepentirte de no haber querido saber antes. De abortar.
-Dani. No digas estupideces. No te cambiaría por nadie. Llámame loca. Pero soy así.



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