1. La huida
El avión acaba de despegar. Ya no
hay marcha atrás. Nunca se sabe cuál es la decisión correcta. Apenas en unos
minutos comienzo a ver mi ciudad como una maqueta, un juguete en el que puedo
ir acoplando unos play móvil a mi gusto y formar en mi imaginación lo que me
hubiese gustado que fuese mi realidad. Desde aquí es más fácil. Coger unos
muñequitos y llevarlos por la avenida principal. Por los barrios de lujo. Por
las plazas concurridas. Con su sonrisa dibujada. Cuando me encontraba en los
laberintos de las calles era como jugar al escondite. Solo que no era un
muñeco. No me gustaba demasiado ese juego, pero una vez estás inmerso en él es
difícil salir. La única forma que he encontrado es huir. Comenzar de cero. Alejarme.
Y ahora ella me ha dado una oportunidad. No voy a desaprovecharla. Todavía
parece que esté soñando mientras reproduzco sus palabras, que se me han quedado
grabadas como en un disco, pista uno, única, que no dejo de repetir, hasta que
se ralle y la realidad me devuelva la certeza de que no era un sueño: “Vente
conmigo”, así de sencillo salía de su boca, y como un relámpago pasaba por mis
oídos, y el tiempo se ha ido contrayendo hasta que mi cuerpo se ha subido a
este avión, camino de alguna tierra lejana, que todavía desconozco. La
encontraré en Paris, donde supuestamente embarcaremos en otra nave. Hay
momentos en los que el ordenador central me lanza alertas, me asaltan ventanas
emergentes en la esquina de la pantalla, en color amarillo, fluorescente, las
miro, las leo, hay mensajes de precaución, atención, cuidado, dónde te vas a
meter, y me admira la seguridad que siento de que estoy haciendo lo correcto.
Ella me gusta. Sí, me gusta mucho. Pero todo esto va más allá. No sé dónde. De
momento lejos. Con ella.
-¿Estás segura, María?
-¿Qué es la seguridad? ¿Crees que
te la da el tiempo? Sé que me lo dices porque lo acabo de conocer. Es normal.
Yo también lo pienso, pero no es cosa de la mente. No es algo que pueda decidir
de una manera racional.
-Siempre hay una manera racional.
Y lo sabes. Lo que pasa es que te gusta. Y eres impulsiva. Demasiado diría yo.
-Pues claro que me gusta. Pero no
se trata de eso. Aunque te empeñes en convencerme de lo contrario. No es
impulso. Te lo aseguro. En parte sí, pero no. ¿Entiendes?
-¿Lo harías igual si no te
gustara?
-Igual, no. Pero haría algo.
Creo. No lo sé, la verdad. Seguro que influye que me guste… pero, ¿qué más da?
Sé que no lo hago por eso.
-¿Sabes que te voy a echar de
menos verdad?
-Y yo a ti. Te llamaré. Ven a
vernos cuando quieras…
Teresa solo quiere ponerme a
prueba. Que me asegure de los pasos que doy en la vida. Es como mi madre. Pero
no, es mi mejor amiga. Con mi madre no sirve esto. Mi madre me hubiese dicho
directamente que estoy loca y si pudiera, me dejaría castigada por haber hecho
una cosa tan disparatada. Por eso no se lo digo. Lo de Dani. Mi madre solo sabe
que me voy a trabajar, porque es inevitable. Cada vez hablo menos con ella de
mis cosas. Mi madre tiene su vida, sencilla, ermitaña, solitaria, a mí me
gustan las relaciones con la gente, con mucha gente, y compartir mi vida con
alguien. El destino, o quien quiera que fuese, puso a Dani en mi camino, y
justo en el momento en que me estaba decidiendo a irme de aquí, a salir de
España, es temporal, por trabajo, pero es una oportunidad para mí. Y para Dani.
Pase lo que pase, será nuestra aventura. Allí podremos despegarnos de esas
larvas que se nos quedan pegadas en la espalda, que no nos dejan avanzar.
Cuando se lo dije se quedó pasmado. Primero le suelto que me voy fuera un año
por trabajo. E inmediatamente, le invito a venir conmigo. No hace mucho que nos
conocemos, pero siento que lo conozco de toda la vida. De otra vida tal vez.
Quién sabe. Mi idea era irme sola, es verdad, pero las cosas cambian. A veces
parece que no, pero sí, cambian, y llega un momento que esas pequeñas cosas
imperceptibles, se amontonan todas de golpe y te lanzan a la otra punta del
planeta. Como ahora. Yo me he venido a Paris unos días antes. Él tenía que
solucionar unos papeles. Ahora estoy en el aeropuerto, esperando que llegue su
vuelo. Mi maleta preparada para irnos a Sidney. Él no lo sabe. No sé por qué no
se lo he dicho. Lo dejé en un destino lejano y él aceptó. Me da igual dónde, me
dijo, si es contigo. Le pedí toda su documentación para preparar los trámites.
En la empresa donde trabajo nos facilitan todos los trámites, visados,
papeleos, lugar de residencia, alquiler, entrar a ese país es costoso, pero así
da gusto, la verdad. Me considero muy afortunada. Cada vez más.
-Pasajeros del vuelo 6116 con
destino París, llegada por la puerta B14.
2. Orly – Paris
Siento que me he desvanecido. Por
un instante, toda la luz que me envolvía se ha convertido en oscuridad. He
pensado que me había quedado ciega, pero no, enseguida he notado que era todo
un nubarrón que se cernía sobre mí. Y me
he desplomado. Siento como el frío me atraviesa la piel. El suelo está helado,
aunque aquí dentro del aeropuerto el ambiente esté templado, y ese helor que se
desprende de esas losas que semejan el hielo ártico comienza a buscar todo tipo de rendijas en mi
cuerpo hasta producirme escalofríos. Es curioso sentir esto y notar como mi
cuerpo está inmóvil. Como esos escalofríos no consiguen mover ni alborotar
siquiera el vello que me recubre. Como los músculos se mueven sólo en el
pensamiento. Quizá sólo esté como inmersa en un sueño en el que creo sentir
este frío pero no es real. Aunque escucho murmullos a mi alrededor. Debe ser la
gente que camina hacia sus destinos, y al verme se ha detenido a ayudarme, o
que venía a recoger a alguien como yo… Dani. ¿Cómo voy a recogerlo ahora? ¿Cómo
soy capaz de pensar en esto mientras estoy desplomada en el suelo? ¿Qué me está
pasando?
Aterrizo en Paris. Comienza la
aventura. Otra. Aunque ésta es diferente. Así lo siento. Lo sé. Desde el día en
que la conocí y con sus palabras me transportó a lugares donde nunca había
estado. He estado en muchos lugares, físicos y mentales, pero María hizo un
clic en un punto nuevo. Fue como cuando enciendes el interruptor de la luz en
una habitación donde hay una penumbra, y sí, ves cosas, pero envueltas en una
capa de polvo, y esa luz blanca te hace verlo todo más claro, polvo incluido.
Pero no sólo eso. Sí, vi la luz, pero lo que más me sorprendió fue que bajara
hasta el mismo infierno a por mí. En un agujero negro, la eché sobre un
colchón, algo sucio, que cubrí con una funda, era todo lo que tenía, a ella no
le importó, le quité la ropa, y comencé a saborearla como quien chupa un
helado. A recorrer su cuerpo con mi boca, todo su cuerpo, sin dejarme ni un
milímetro, y ella me respondía con gemidos de placer. Me puse sobre ella. El
deseo era irrefrenable. Nuestras bocas hablaban otras lenguas, que sólo ellas
entendían. Sus piernas abiertas me rodeaban entero, y me empujaban hacia
dentro, una y otra vez, como si quisiera sorber mi pene, y con él todo mi ser,
como una araña, que me atrapa con su red tejida con esmero para este fin, y me
come entero, y soy tragado sin masticar. Me gustó ser la comida que saciaba a
María. Me gustó verla transformar su rostro, que pasó de ángel a demonio en
instantes. En ese momento se generó algo entre nosotros, quizá ya se había
generado antes, y no hemos podido dejar de hablar, de vernos, de desearnos, de
amarnos y ahora de irnos juntos a no sé dónde. Por cierto, ¿dónde está María?
-Hay algún médico?
-Sí, yo soy médico. ¿Qué ocurre?
-Una chica se ha caído desplomada
al suelo. Es allí mismo.
-¿Una chica? ¿dónde está?
-Allí. Donde está toda la gente.
Dani se dirigió corriendo hacia
allí.
-María! ¿me oyes? Dime algo.
-Disculpe, déjeme un momento para
que pueda ver qué le ocurre. ¿Sí?
-Se ha caído de repente. Yo la
vi. Estaba caminando y de pronto se detuvo, dobló las rodillas suavemente y
cayó al suelo. Fue como si estuviera activada la tecla de reproducción a cámara
lenta. Hace apenas un minuto.
-No tiene ninguna fractura
aparentemente. Y su pulso está normal. Es buena señal.
-¿Dani?
-¿María? ¿Estás bien? ¿Qué te ha
pasado?
-No lo sé. Sólo noté que de
repente no veía nada y no sé nada más.
-María, soy médico. Acabo de
reconocerla. No parece tener nada grave. Sus constantes vitales están bien,
sólo observo su tensión arterial por debajo de los valores normales. Puede ser
algo puntual. No obstante, le recomiendo que se haga una analítica para
comprobar que todo está en orden. ¿Se marcha de viaje ahora?
-Sí. Tenemos todo preparado para
irnos a Sidney.
-¿A Sidney? Maria… eres una caja
de sorpresas.
-Me encuentro mucho mejor doctor.
Muchas gracias por atenderme. Me haré esos análisis. Lo prometo.
La abrazo. No quiero separarme
más de su lado. Nunca. Jamás.
-¿Seguro que estás bien?
-Sí. Seguro. Ya se me ha pasado.
Solo recuerdo una sensación de frío. Y que no veía nada. De repente todo se
oscurecía y estaba helada. No me podía mover. Pensaba en ti.
-Ven, te tendré abrazada hasta
que te sientas mejor.
-¿Sabes que podría ser para
siempre verdad?
Se ríen.
-¿Nos vamos a Sidney? ¿De verdad?
-Sí. No me preguntaste el
destino. Y me pareció buena idea dejarlo así, en incógnita. En sorpresa.
-No me importa dónde vayamos.
Pero sí, me ha sorprendido, la verdad. Australia es un país un tanto complicado
por los trámites de entrada y salida, según tengo entendido. ¿Cómo lo has
hecho?
-Bueno, vamos con un contrato de
trabajo. En mi empresa lo han tramitado todo. Así todo es muy sencillo. Tú
también vas a trabajar ¿sabes?
-¿En serio? Cada día me
sorprendes más. Te quiero María.
-Y yo a ti.
Pasajeros con destino Sidney, del
vuelo 3139, embarquen por la puerta 33.
3. En el cielo
Desde aquí arriba todo pierde
importancia. Miro por la ventana. Sobrevolamos las nubes destino a un país
completamente distinto. Las nubes son iguales. Son nubes en todas partes.
Concentraciones de agua acumuladas en forma vaporosa, blanca, como trocitos de
algodón. Maria se ha quedado dormida. Me preocupa lo que le ha ocurrido. Tengo
su cabeza entre mis brazos, reposando en mi pecho. Le acaricio el pelo. Ese
pelo negro, largo, que recuerdo alborotado al viento, en esos paseos que hemos
hecho por la orilla del mar, o por la ciudad. Nos encanta pasear, sentarnos en
cualquier lugar, tumbarnos en algún parque, en la arena, donde cubiertos de
esos pequeños granitos revoltosos, que se introducen por todo el cuerpo, nos
hacen cosquillas y acompañan nuestros abrazos, esos en los que nos sumimos
durante horas mientras el tiempo, el dichoso tiempo, que nos transporta a otros
lugares, nos regala la oportunidad de estar juntos. Nunca hubiese imaginado
esto. Mi vida ha sido caótica. No estoy arrepentido de nada. Todo me ha traído
aquí y eso para mí es suficiente.
-Dani?
-Maria, ¿Cómo estás? Has dormido
un buen rato. Estabas cansada.
-Sí, la verdad es que bastante
cansada. Estoy bien. Sigo un poco mareada, pero se me pasará pronto. No sé si
nos gustará Australia. Dicen que es un país espectacular. Tengo ganas de
llegar.
-Nos quedan unas cinco horas
todavía.
-Dani. Tengo que decirte una
cosa. No estoy segura pero creo que podría estar embarazada. No digas nada
todavía. Es algo que se escapa de mis previsiones totalmente. Lo sabes. Hemos
hablado de esto y sé que ambos hemos dicho que no necesitamos ser padres. Yo
tengo 38 años. Tu 40. Estamos en una edad relativamente complicada. No somos
jóvenes para eso, ni mayores. Podríamos hacerlo o no. No lo hemos buscado,
pero, si fuera así… ¿qué crees que sería lo mejor?
-¿Por qué no me habías dicho nada
en el aeropuerto?
-Solo es una sospecha. Quizá ni
siquiera lo esté. Lo más normal sería que no lo estuviese. Sabes que tomo la
píldora. Pero no me preguntes por qué, he sentido ese presentimiento. Es una
tontería. Seguro que no estoy embarazada. No te preocupes. No soy ninguna
vidente, ni tengo poderes adivinatorios. Sólo me ha venido ese pensamiento a la
cabeza.
-Si lo estás, lo tendremos. Si
quieres, claro. A veces decimos cosas sin estar en la situación de la que
hablamos, es como hablar por hablar, porque cuando la vives, el pensamiento
cambia, supongo que se debe a que cambia algo por dentro. Y esas cosas ajenas
se convierten en tuyas. Y cuando son tuyas, están tan cerca, que no necesitas
las gafas para verlas. Son nítidas. Salen del interior. Ya sabes mi opinión.
Tendría un hijo contigo, o dos, o tres, si tú quieres. Nunca me he planteado
ser padre. Mi vida no me permitía pensar en ello, pero quizá ahora sea
diferente, y esa idea no me desagrada, aunque no haya sido una elección a
consecuencia de una decisión consciente. A veces los imprevistos son las
mejores cosas que nos suceden. Como tú. Que apareciste de pronto en mi vida,
abriéndome caminos que yo había soñado.
La verdad es que escuchando a
Dani me he tranquilizado. Tengo dudas, pero ya debería haber tenido la regla.
Si no hubiese sido por el desmayo, no se me hubiera ocurrido, pero algo me dice
que estoy embarazada. Es una intuición. De repente, al sentirlo, me he
emocionado, lo he deseado. Me he extrañado porque nunca he sentido la necesidad
de ser madre. Pienso que tal vez no sería una buena madre. Pienso en mi madre.
La quiero mucho. No creo que haya sido mala madre. Creo que lo ha hecho lo
mejor que ha podido. Creo que el miedo la ha hecho protegerme demasiado, a su
manera. Pienso en ella. Se ha quedado triste al marcharme tan lejos. Supongo
que por la soledad, porque no tenemos una relación demasiado cercana. Es una
temporada, le he dicho, volveré pronto. Sé que estará llorando. Siempre llora a
escondidas. ¿Haré yo eso con mi hijo? Ya pienso como si realmente estuviera
embarazada, como si realmente ya estuviera en el mundo, hubiera acabado el
instituto, se hubiese marchado al extranjero a estudiar o a trabajar, y me
hubiese dejado sola. Yo estaré con Dani. Mi madre está sola. No conocí a mi
padre. Tuvo un accidente cuando yo era muy pequeña y murió. A veces pienso que
me hubiese gustado conocerlo aunque el accidente lo hubiese dejado inválido. Es
un pensamiento cruel. Es mejor la muerte. Así mejor. Mi madre ha tenido que
trabajar duro para sacar adelante a la familia. Mi hermana y yo. Las dos, con
una diferencia de dos años de edad. La verdad es que es para volverse loca. Mi
hermana, cuánto la echo de menos. Hace mucho tiempo que no voy a visitarla. El
cementerio es un lugar lúgubre. No me acostumbro a ir allí. Los dos están allí.
Mi padre, con una foto de un extraño para mí. Mi hermana, con una foto que le
hice yo misma. Recuerdo perfectamente aquella tarde. Habíamos estado tomando un
café. Era sábado. Dijimos que aquella tarde sería para nosotras. No pasábamos
mucho tiempo juntas. Nos reímos como hacía mucho tiempo que no lo hacíamos. Nos
hicimos varias fotos. Estaba radiante. Era feliz, muy feliz. Poco tiempo
después, otro accidente, como traído de la memoria de nuestro padre, la llevó
directa a la tumba. La recuerdo pálida, los labios ligeramente morados, dentro
de aquel ataúd. Fría. Noté ese helor cuando le di el último beso. Hace ya siete
años de eso. Y me resulta difícil borrar esa imagen de mi mente. Tengo la
suerte de recordar muchas otras imágenes y no quedarme con ese momento final.
Estaba pálida y fría, pero tan guapa como siempre. Mi madre no lo ha superado
todavía. Ella era la mayor. Yo la pequeña. No diré que fuese la preferida. Pero
lo entendería. Ella lo hizo todo perfecto. Ni un rasguño. Ni un desliz. Ni una
falta. Nada. Era perfecta. Ahora, que pienso en que podría ser madre, me da
miedo. ¿Cómo voy a hacerlo? ¿Estoy preparada? Nunca se está preparado para
nada. O sí. Pero no lo sabemos. La vida es la que lo sabe y la que te va
poniendo en la mesa cada plato. Como un buen cocinero. Que sabe que acierta con
sus mejores guisos, sin ninguna duda. Y ves su cara de orgullo cuando le dices
que te recomiende algo, lo dejas en sus manos, y te trae lo mejor. Así es la
vida. Has de dejarla en manos de… llámalo como quieras. Podría ser Dios.
4. Sidney.
Papeles. Detectores de cualquier
cosa. Registros de maletas. Escáner. Rayos X. Me siento como un extraterrestre.
O como un terrorista. Ambas cosas. Me siento ajeno al mundo, a este mundo
apartado. Y además siento como estoy invadiendo un territorio, con una pistola
en mano, apuntando a la cabeza de quien se me pase por delante. O a punto de
disparar un cañón y hacer volar la ciudad por los aires. Demasiadas horas de
vuelo. Demasiados pasillos para validar nuestra autenticidad, para verificar si
somos o no adecuados para entrar aquí. Mi mente me lleva al pasado, a los
pasillos por donde los agentes se
paseaban observando lo que hacíamos en las celdas. Aproveché para leer
muchos libros. Para hacer deporte. Aprender las leyes. Supuse que sería
provechoso para mí. Y lo fue. Aunque fue mi abogado el que me representó en los
juicios. No soy un terrorista. Ni un asesino. Ni un traficante de drogas. Solo
estaba en el momento y lugar equivocados. Salí de fiesta. Bebí. No debí beber
tanto. Se me fue de las manos. En el camino de vuelta, un accidente. Un choque
frontal. No sé cómo salí ileso. Iba solo. Eso me reconfortó. Pero al salir y
ver a una chica en mitad de la calzada, llena de sangre, sobretodo en la
cabeza, creí volverme loco. Desde una brecha que le atravesaba el cráneo salía
un riachuelo rojo, denso, hacia ningún lugar. Llamé inmediatamente a la
ambulancia. Pero era tarde. Ya estaba muerta. Era una chica preciosa. De unos
treinta y pocos años. Me declaré culpable. Pagué por ello. Y ahora que acabo de
salir de la cárcel, de cumplir mi condena, no me siento especialmente mejor. No
hay suficiente castigo para algo así. Pero estoy vivo y arrepentido. Y creo que
todo ese arrepentimiento ha dado los frutos. Si no, Maria no habría llegado a
mi vida. Casi no hemos hablado de nuestro pasado. Sabe que he estado en la
cárcel pero nunca ha querido saber por qué. No conozco a su familia. Ella no conoce
a la mía. La mía casi no me conoce ni a mí. Hace muchos años que no los veo. Y
cuando sucedió eso, fue el punto final de nuestra relación. Es como si hubiesen
desaparecido del mapa, ellos y todo el mundo que conocía. Ahora estoy solo. No
tengo miedo de eso. Sé que puedo emprender aquello que me proponga. Bueno,
ahora no estoy solo. Estoy con Maria.
-Maria Delgado, puede pasar.
-Entra conmigo Dani.
-Vamos Maria, no te preocupes.
Todo estará perfecto.
-Hola Maria, siéntese.
-Gracias doctor.
-Tenemos los resultados de sus
análisis. Todo está perfecto. Excepto que tiene ligeramente por debajo el nivel
de ferritina. Es decir, tiene un poco de anemia. De ahí puede haber venido su
desmayo. Aunque hay otro motivo.
-¿Cuál?
-Está usted embarazada. Es usted
el padre… supongo.
-Sí, soy yo.
-Enhorabuena a los dos.
¿Esperaban esta noticia?
-La verdad doctor, no. Yo tenía
una corazonada, como se suele decir, pero he estado tomando la píldora
anticonceptiva, sin olvidar ni una sola. Es bastante difícil quedarse embarazada
así, ¿no cree?
-Bueno, es difícil, pero no
imposible. El cuerpo humano no es una máquina. Tiene sus pequeñas
imperfecciones. Y en esta ocasión hemos tenido una de ellas. Una imperfección
que puede ser algo precioso. ¿Quieren tenerlo?
-Sí doctor. Lo vamos a tener. Lo
habíamos hablado después de mi sospecha, y aunque no ha sido algo que hayamos
buscado específicamente ahora, es ahora cuando la vida nos ha querido dar esto.
-Me alegro de que hayáis tomado
esa decisión. Tendrás que tomar unos suplementos vitamínicos para recuperar ese
hierro.
-Claro doctor. Muchas gracias por
todo.
-Dani, ¿estás bien?
-Si Maria, estoy muy bien.
¿Sabes? Me hace ilusión y todo. Yo no tengo relación con mi familia, y pensar
en formar una, me hace sentir muy bien. Por cierto, no me has hablado mucho de
tu familia.
-Bueno, ya lo haré, no te
preocupes, lo importante es nuestro futuro. No me gusta hurgar en el pasado.
-A mí tampoco, pero hay cosas que
creo que deberías saber. Nunca me has preguntado por qué estuve en la cárcel.
¿No quieres saberlo?
-Dani, no me importa lo que
sucediera entonces. Me gusta lo que veo ahora. Pero veo que quieres contármelo.
Si es así, hazlo, cuéntamelo.
-Verás, necesito hacerlo. Me
siento culpable. Muy culpable por lo que sucedió, aún siendo sin querer, porque
fue una irresponsabilidad.
-Cuéntame…
-Todo sucedió una madrugada de un
sábado, había salido de fiesta, como solía hacer. De manera demasiado
frecuente, diría yo. Ese día había bebido mucho. Excesivamente. Me enfadé con
la que era mi novia, por decirlo de alguna manera, pues salíamos muy de vez en
cuando, era una relación un tanto extraña. Salí furioso y cogí el coche con una
tasa de alcohol en sangre de 1.5. El problema vino un rato después, cuando
perdí ligeramente la concentración en la carretera y me pasé al carril
contrario, en dirección contraria, y choque con un coche. Lo conducía una chica
joven, de unos treinta y pocos años. Murió en el acto. Hubo un juicio. Su
familia me denunció pero no quisieron verme. Creo que tenía una madre y una
hermana. Fue lo peor que me ha ocurrido en la vida. Nunca más he bebido. Me lo
prohibía mi mismo para siempre. No he sabido cómo castigarme lo suficiente.
Maria… ¿estás llorando?
-Dani… mi hermana murió así. Tal
y como lo has descrito. Tenía una madre y una hermana, yo. No quisimos verte. Y
ahora voy a tener un hijo tuyo. Podría ser otro, pero al igual que he
presentido el embarazo, ahora se seguro que eres tú. De repente estoy furiosa.
Por eso lloro. Porque te amo a pesar de todo lo que me has contado, porque
siento que traiciono a mi hermana si lo hago, pero te amo. Solo se eso. Se que
no quería saberlo. Ahora lo sé. No cambia mi amor por ti, pero algo se ha roto
entre mi hermana y yo al saberlo. ¿Me entiendes?
-Maria… lo siento mucho de
verdad. No sé qué decir… tienes todo el derecho del mundo de querer abandonar
esta aventura. De seguir sola. De buscar a alguien mejor. De arrepentirte de no
haber querido saber antes. De abortar.
-Dani. No digas estupideces. No
te cambiaría por nadie. Llámame loca. Pero soy así.
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