lunes, 2 de enero de 2017

Reencuentro



La ve aparecer tras la puerta giratoria del hotel. Sale con su carpeta, su abrigo doblado en el brazo y su bolso. Son las dos y media y el sol está resplandeciente. No tanto como ella, pensaba Moisés. Arroja sus rayos sin piedad sobre su rostro. Ella mira hacia ambos lados. No ve nada. El sol no la deja llegar con su mirada hasta él, que la espera en esa esquina donde han quedado. Sólo se han visto por foto, pero la hubiese reconocido entre un millón. Ella comienza a caminar hacia su destino. Es temprano. Se sienta un momento en un banco desde el que puede vislumbrar esa esquina. Él no está todavía. Lo que ella no sabe es que él la ve desde la acera donde ha cruzado y se dirige hacia ella. Se va acercando hasta ese banquito y se sienta a su lado. La mira. Ella se encuentra con esa mirada que había imaginado tantas veces a través de esa foto. Hacía poco tiempo que se conocían, pero la sensación era de conocerse desde siempre. No consiguen pronunciar una palabra hasta pasado el beso que los saluda. Era algo que tenían pendiente. Quizá desde otra vida. En ésta estaban seguros de no haberse visto nunca. Pero no pueden evitarlo. O no quieren. No es fácil distinguir siempre entre los deseos y el karma. Ahora sí, una sonrisa detrás de su mirada les permite el saludo con palabras. Tienen un plan trazado. Comerán juntos en algún restaurante cercano. No importa el lugar. Luego, irán a dar un paseo y al cine. Hasta aquí todo apunta a una tarde tranquila y normal. Entran a un restaurante, sin mirar ni siquiera el menú. Piden la comida y un vino. Ese vino venía en el plan. Hablan. Se cuentan muchas cosas confesables y alguna casi inconfesable. Se miran mucho. Es como si quisieran hablarse a través de los ojos. Como si las palabras se quedaran a mitad camino entre lo que sienten y lo que finalmente sale de sus bocas. Necesitan de otros medios para expresar con más exactitud lo que se encuentra ahí dentro, en algún lugar recóndito de sus cuerpos y que no sabe cómo salir. Apenas comen. El vino les ha provocado un impulso más a añadir a esas sensaciones. Moisés le coge la mano. Se quedan entrelazadas. Un buen rato se dejan sentir a través del tacto. Alguna caricia sirve de vehículo para transmitirse mutuamente otro tipo de entendimiento. Deciden salir y dar un paseo hasta llegar al cine. En la calle se acercan el uno al otro. Se funden en un abrazo que inevitablemente les lleva a besarse nuevamente. Caminan hacia ningún lugar inmersos en su conversación, en la de sus ojos, sus manos, brazos y cuerpos que se arriman para contrarrestar los efectos del frío de un día de invierno cuando el sol ha empezado a abandonar la ciudad y los influjos de la luna dan sus primeros avisos. El tiempo parece no tener criterio y les concede los más dispares caprichos. Miran el reloj. Se han desviado del cine un buen trecho, sin darse cuenta. La sesión ya ha comenzado. La próxima es dentro de tres horas. En la calle empieza a sentirse la incomodidad del frío húmedo de la capital valenciana que invita a refugiarse en algún lugar.

-Mi casa está cerca- insinúa Moises acompañando estas palabras con una mirada de invitación -podemos ver una película cómodos en el sofá. Tengo un buen repertorio. Sabes que me gusta mucho el cine.

-Sí. Lo sé. Aunque esto no…

No puede continuar porque Moisés la besa nuevamente. De repente, en uno de esos caprichos temporales, se encuentran en ese sofá, frente a la televisión, que emite los sonidos de una película que han elegido para que les acompañe en esa conversación de los sentidos. La elige al azar. Ella confía en su criterio y en la suerte. Se colocan cómodamente en el sofá. Sin zapatos. Acurrucados uno al lado del otro. Las secuencias de imágenes se van sucediendo, de la pelicula y de ellos. Les cuesta separar sus bocas que están sedientas de besos. No miran la pantalla. Solo escuchan palabras a lo lejos, en un segundo o tercer plano. La temperatura aumenta. Las capas de ropa disminuyen. Y en pocos instantes sus cuerpos son libres para comunicarse a través del órgano más sensitivo y grande que tenemos, de toda la piel. Sus cuerpos imperfectos se acomodan con una perfección absoluta. Los besos pasan a formar parte del recorrido corporal. Quieren saborear cada rincón del otro. Las manos se abalanzan hacia los lugares que reclaman caricias a gritos. El espacio se reduce a esos dos cuerpos desnudos, unidos, compenetrados de tal manera que inevitablemente los conduce a un instante de placer que se mantiene en el tiempo, mientras siguen unidos,  mientras suenan muy bajito las palabras y la música de una película que está llegando a su fin. Mientras sus labios no quieren separarse. Ni sus cuerpos. Ni sus almas que por fin han logrado reencontrarse. El tiempo sigue caprichoso. El reloj se ha detenido para permitirles recuperar ese tiempo perdido. Solo un segundo. Se miran y lo comprenden todo. 

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