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PEDÍCULO
Estoy aferrado a este
lugar, sin poder moverme. Clavado en esta mesa horizontal. Me es indiferente si
el colchón es mullido o duro, frío o caliente. No siento nada. Pero me pica. No
puedo rascarme. He aprendido a no sentir. Pero me duele y veo. Veo las montañas
a través de la ventana. Mierda. Yo quisiera estar ahí, en esa cima, o en
cualquier otra, o en cualquier otro lugar. Menos aquí. Salir. Respirar. La
putrefacción de mi alma ha comenzado su propio proceso. Mis pies también lo
hacen, podrirse, digo, poco a poco, de impotencia. Desde aquel día. En aquella
carretera. Solo quería adelantar, con las prisas de verte, de llegar a casa
después de un día agotador de trabajo. No estaba cansado. Solo quería ver tus
ojos. Tocarte. Tenerte entre mis brazos. Perdóname. Ahora sólo soy un parásito.
Me alimento de ti.
PERIANTO
Cáliz
Miguel está tumbado, con los ojos
cerrados, una lágrima tímida resbala alrededor de su mejilla. Sigue inmóvil,
como siempre. Ha suplicado a Dios ayuda. Ha pasado mucho tiempo y no lo soporta
más. Solo desea abandonar este mundo. Pilar no lo duda ni un instante. Sabe que si una mínima duda se vertiera en su
pensamiento, no tendría el valor para hacerlo. Lo ha visto sufrir demasiado
tiempo. Saca de su maletín la jeringuilla, la prepara en un momento, le da un
beso y la inserta en la vena basílica sin titubear, presiona la parte posterior
y todo el líquido queda depositado en el interior de Miguel en un abrir y
cerrar de ojos. Se imagina el recorrido del barbitúrico hasta las entrañas de
ese cuerpo inerte, que apenas le quedan fuerzas de llorar. A Miguel no le da
tiempo de sentirlo. En milésimas de segundos ha llegado al corazón y ha
colapsado todas las señales de vida al resto de órganos. La lágrima empieza a
secarse. Y ya no habrá más. La timidez se ha ido.
Tomad y bebed todos de él porque
éste es el cáliz de mi sangre, sangre de la alianza nueva y eterna, que será
derramada por vosotros y por todos los hombres, para el perdón de los pecados.
Haced esto en conmemoración mía.
Estas palabras resonaban en su
mente. Lo aturdían. Sabía que tenía que hacerlo. Había estado hablando con
Dios. Eres mi hijo, actúa como tal. Siempre había intuido que era alguien
especial. Consagró su vida a Dios desde muy joven. En silencio. Lo otro era
imposible. Seguía sus propios rituales nocturnos, orando. Y lo sabe, está
seguro de que ahora, como hijo de Dios, es responsable de la salvación del
mundo, y procede cuidadosamente a verter su propia sangre en esas copas, junto al vino,
para despedir a Miguel. Es el momento de rezar por él. Su amigo Miguel. De
despedirlo siguiendo sus últimas voluntades, él y las pocas personas que significaron
algo para Miguel. De joven tenía muchos amigos, pero la desidia los ha ido
reduciendo a sólo unos cuantos. Que ahora se reunirán para decirle adiós.
Corola
Estamos aquí reunidos para
despedir a nuestro amigo Miguel. Oremos por sus pecados. Y por los nuestros. Tomemos
el cáliz de la salvación para que su alma sea redimida y alcance el cielo,
junto a Dios Padre, todopoderoso. Alcemos nuestras copas. Y brindemos por
Miguel. Tomad y bebed todos de él… Carlos piensa en Miguel y en todos los años
que han compartido tanto. Mientras bebe su propia sangre, junto al resto,
piensa en irse con él.
Pilar conecta los altavoces y
comienza a sonar la canción, último deseo de Miguel: The show must go on… No
cree en Dios, pero coge su copa y bebe el líquido de un trago. No está para
nimiedades. Lo prolijo le da repelús. No lo puede soportar. Sin terminar la
canción, abandona ese lúgubre lugar. Sale a la calle. Respira. Tiene toda la
vida por delante. Efectivamente, el teatro de la vida debe continuar. No sabe
cómo. No sabe nada. Camina sin parar. Le gustaría correr. Y corre. Se aleja
todo lo que puede.
ANDROCEO
Joder. He estado esperando este momento
toda mi vida. Está ahí, vestido con unos pantalones tejanos, medio rotos, ese
suéter que le cubre un pedazo de pantalones, más de una parte que de la otra,
esa barba, de hace días sin afeitar, que me enloquece, que le da ese toque
bohemio, desenfadado, que me pierde, y esos ojos, que me incitan a sobrepasar
los límites de cualquier petición diabólica que esa boca me pida. Se acerca. Es
alto. Mis tacones me permiten llegar a un punto en el que puedo oler su deseo y
unirlo al mío. Me había imaginado este momento de muchas maneras, pero ahora,
que tengo su lengua en mi boca, y sus brazos, fuertes me elevan hasta encajar
mi cadera en su cuerpo, se me borra cualquier imagen anterior, pura ilusión,
para dejarme llevar, para bajar hasta el mismo infierno, jardín de las
delicias, de las tentaciones. Y me rindo a sus pies. Quiero saborear el
infierno. Me dispongo a pecar. Le quito la camiseta. El tatuaje de una flor me
sorprende en su pecho, cerca del corazón. No es una flor común. Tiene algo de
misterioso, rozando lo tenebroso. La flor del diablo. Lo miro a los ojos. Una
dulzura perversa me invade a través de su mirada. Me dejo llevar. Estoy
dispuesta a bajar a las profundidades. ¿Es allí donde encontraré la respuesta?
GINOCEO
Es una muñequita. Joder. Voy a
tratarla super bien, leche. No quiero que me pase como con las otras. Esta es
diferente. Se me pasa por la cabeza hacerle de todo, hostia. Para loco. Es una
dama. La vas a tratar como se merece. Como una princesita. Eso es lo que es.
Aparte de preciosa. Es lo que querías ¿no? Una mujer como Dios manda. Me deja
embobado cuando me habla, con ese tonito pijo, con sus escritos y sus poemas
que los haré canciones y le pondré musiquita con mi guitarra. Vas a ver cómo
nos lo pasamos. Si es que le tengo unas ganas que para qué. Mírala. Me la voy a
comer. Imposible parar. Le quito la
ropa. Entonces la veo. Esa marca. Es una cruz. En el centro del estómago. Un
lugar extraño. El plexo solar. El centro. Dios me habla a través de ella. Es un
estigma sagrado. Lo recorro con mis labios. Y cojo a mi muñeca en brazos. Voy a
ver el cielo. Con ella. Me mira. Esa mirada, dulce y amarga al mismo tiempo. Es
como si pidiera ayuda. No sé qué puedo darle yo. No tengo nada, pero se lo daré
todo. Subiré al cielo si hace falta. Saldré de ese agujero y volaré con ella.
¿Es eso lo que tengo que hacer?
LA FLOR
El cielo y el infierno son una
misma cosa. Ambos están en todos y cada uno de nosotros. Después de vivir un
infierno, previo cielo con Miguel, corrí, mucho, demasiado, caí en las garras
de muchos depredadores. Quise recuperar todo ese tiempo muerto, estancado, que
empezaba a oler demasiado. Carlos, que siempre ha estado a nuestro lado, y que
tan amablemente se ofreció a guiar el ritual sagrado para despedir a Miguel, se
suicidó esa misma noche. Siempre he pensado que estaba un poco loco, pero ahora
creo que sencillamente estaba enamorado. Yo lo estuve, de Miguel también, pero los
últimos años el amor se escapaba por cualquier rendija. Me sentía culpable.
Quería más. De todo. Él no me lo podía dar. No me podía dar nada, sólo
palabras, de dolor. Eso no me servía. Necesitaba ver la luz. Me pidió
encarecidamente que le diera fin a su vida. No me sentía capaz. Pero finalmente
lo hice. Yo tampoco podía más. Ahora, después de un tiempo corriendo, te
encuentro. No sé si eres tú. Lo que te rodea parece el infierno, pero tus ojos
me dicen que el cielo está ahí dentro. Yo también tengo un infierno. Lo verás aparecer
en algún momento. Quizá. Sé que quiere salir. Lo necesita. Liberarse. ¿Para eso
has venido? Esa flor maléfica que llevas en el corazón no es más que una
aclamación. El cielo y el infierno se pueden unir. Son una misma cosa. Las dos
caras de una moneda.